Es mi última columna del año en Confirma y los usos y costumbres indican que correspondería realizar algún tipo de balance antes de encarar el 2025, pero me niego a eso. No quiero hacer ningún recuento de un año que para mí, en lo personal, fue extraordinario tanto en lo bueno como en la malo. Uno de esos años que marcan a fuego cualquier vida. Y como el que debe pensar y escribir ese supuesto balance soy yo, sé de antemano que no tendría la voluntad suficiente para evitar las citas de injusticias y arbitrariedades, la furia.
Las pasiones mal manejadas acaban por ser una deslealtad para con mis lectores y lectoras, quienes viernes por medio me siguen en este espacio y que, por cierto, se las han arreglado para hacerme llegar sus opiniones pese a mi decisión personal de no abrir la columna a los mensajes de los opinadores. La razón es obvia pero la repito: en general el lugar de los mensajes en los medios digitales no es un espacio transparente sino opaco, y lo que allí se transmite de manera anónima es, en muchos casos, ofensivo. Ya estoy de ofensas hasta la coronilla, así que prefiero quedarme sin las razonadas opiniones de muchos con tal de evitar los agravios de algunos.
De modo que no habrá balance. En realidad no habrá columna tampoco. Esta columna no es tal. No me siento con la disposición de ánimo para referir al final de este ciclo gubernativo, ni de especular acerca de lo que se viene, ni sobre la salud de Lula o de Mirtha Legrand. Ni siquiera deseo arriesgar un pronóstico sobre los pasos que dará Javier Milei en su Argentina y en el resto del mundo (recuerden eso: el “resto del mundo”).
De cualquier forma, en este espacio lo mío en general han sido asuntos menores que suceden en la calle, episodios de la vida cotidiana, pequeños dramas, raras alegrías (un cuadro de barrio campeón uruguayo, la basura en las plazas, un tiroteo, esas cosas). Las reflexiones sobre temas de mayor calado fueron la excepción, sobre todo por falta de conocimiento de mi parte. De lo que no sé, prefiero no opinar.
Sí corresponde que formule una autocrítica en esta no-columna: cuando allá en el norte entró en escena Kamala Harris para sustituir al claudicante Joe Biden en la competencia electoral, escribí que ella podía ganarle la carrera a esa especie de bisonte anaranjado llamado Donald Trump. No pudo ganarle; Trump se llevó la victoria a lo largo y a lo ancho de ese país tan peculiar que se llama Estados Unidos de América. Yo erré el presagio, a él casi le vuelan la cabeza en un pueblo llamado Butler y Kamala se quedó sin nada.
Podría hacerme otras autocríticas, algunas de ellas más cercanas y muy severas. Por ejemplo cuando escribí sobre los cortes carcelarios que había en las calles y no mencioné los cortes domiciliarios, prolijamente colocados en muretes y fachadas para evitar que gente sin hogar se acueste a dormir allí. Debí mencionar esos cortes de los pudientes y no lo hice. Para mí eran tan naturales (ya no) que los tomé como parte del mobiliario urbano.
En fin, cualquier texto de fin de año tiene un aire entre melancólico y festivo, como si Papá Noel deseara que todo se termine de una vez mientras se toma un medio y medio en el Mercado del Puerto. No es esa mi intención: ni melancolía ni festividad. Apenas un saludo, un ¡Felices Fiestas! para quienes me leyeron (y también para quienes no lo hicieron ni lo harán nunca) y un deseo de que 2025 sea un año con menos personas hambrientas en nuestras calles, con menos catástrofes en nuestras carreteras y con menos horrores en el mundo. Dudo de que eso ocurra, pero lo escribo porque es de buen gusto concluir con un augurio de tal tenor.
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