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Contenido creado por Paula Barquet
Obsesiones y otros cuentos
Foto: EFE/ Ronald Peña R. (Maduro) y Gastón Britos / FocoUy (Caram)
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Artigas y Venezuela: las mismas tomaduras de pelo con distintas fechas

Conviene repetir de vez en cuando una perogrullada: la democracia no es sólo votar; requiere larguísimos compromisos previos.

Por Miguel Arregui
[email protected]

02.08.2024 11:04

Lectura: 5'

2024-08-02T11:04:00-03:00
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A veces da pereza escribir sobre el presente. Las mismas cosas siempre, las mismas vulgaridades, nuestra estúpida persistencia sectaria. Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas y siempre se repitiera, al decir de León Felipe.

El primer gran tema de estos días han sido la corrupción y el nepotismo en la Intendencia de Artigas. El caso del exintendente Pablo Caram, la exdiputada Valentina dos Santos y las familias de ambos metidas en la intendencia es una vergüenza para el partido que los apañó a sabiendas, el Partido Nacional, y para todos los uruguayos, que comprueban una vez más cómo sus políticos abusan de sus privilegios.

Ese tipo de corrupción, que antes se festejó, como en el caso de “Nano” Pérez en Cerro Largo y tantos otros, compromete a todos los partidos, incluso a la izquierda, con sus amigos contratados en Montevideo, aunque es más generalizada en el interior del país y entre punteros a la vieja usanza. Las mismas personas, los mismos partidos han estado demasiado tiempo en los mismos lugares.

La corrupción en el sector público no tiene por qué tener la forma de hurtos o “coimas” directas: dinero a cambio de un privilegio. Son más usuales el tráfico de influencia, el acomodo de parientes o militantes o el uso de información privilegiada para adelantarse al mercado y hacer buenos negocios.

Es tiempo de restringir todavía más el grado de discrecionalidad de burócratas y políticos.

Segundo tema saliente de la semana: algunos todavía discuten si Venezuela es o no una democracia, y si sus actos electorales deben tomarse en serio. Las mismas cosas siempre con distinta fecha, al decir de aquel poeta pobre, viejo y feo.

Claro que Venezuela padece una dictadura, un régimen payacesco, de arriba abajo, pero no menos oprobioso, que ha sometido a la miseria, la ignorancia y la desbandada a una nación que alguna vez estuvo en la vanguardia económica de América Latina.

El fraude en Venezuela es anterior al acto electoral. Conviene repetir de vez en cuando una perogrullada: la democracia no es sólo votar; requiere larguísimos compromisos con una serie de derechos y con la pluralidad de opiniones, la información libre, el respeto por las minorías, que un día dejarán de serlo, y la no proscripción de los adversarios.

El régimen venezolano se sostiene por ciertos cuadros políticos asesorados por los cubanos (maestros del control social), y por los militares, comprometidos con la estructura burocrática, el manejo de las empresas y sus privilegios.

El hambre y la falta de oportunidades en Venezuela, que hasta hace unos años estaba poblada por cerca de 30 millones de personas, han provocado una catástrofe migratoria que llega incluso a estas frías playas del sur.

Las razones del desastre económico, más que las sanciones externas, son un régimen absurdo con unos bufones en la cima.

La industria petrolera, el monocultivo de Venezuela, cuyos enormes ingresos sostuvieron los planes gubernamentales, desde la vivienda hasta la educación, se hundió en un espiral de caos burocrático, intromisiones políticas y falta de inversión. Hoy produce una parte ínfima de lo que extraía en 1999, cuando Hugo Chávez inició su andadura.

También colapsaron el resto de las industrias, los comercios y los servicios, expropiados en la era Chávez para ponerlos bajo control de militantes y funcionarios adictos.

La culpa no es sólo del chavismo.

Otro de los dramas de Venezuela es que una parte de la oposición también carga con severas responsabilidades históricas.

La corrupción como modo de vida, en pequeña o en gran escala, no es un invento reciente, ni mucho menos, aunque el burocratismo chavista la haya elevado a proporciones bíblicas. Los partidos tradicionales, básicamente Acción Democrática, Copei (Democracia Cristiana) y Convergencia, fueron responsables principales de la debacle política, económica y moral. Ellos gestaron a Hugo Chávez, quien primero fue golpista y luego el presidente con mayor popularidad en la historia de Venezuela. En su larga deriva demagógica arrasó con la economía, que cedió ya agonizante, poco antes de su propia muerte en 2013, al inefable Nicolás Maduro.

¿Cómo se sale de esos regímenes? Algún día Maduro y sus cortesanos podrán caer, como muchos otros autócratas latinoamericanos, tras un golpe palaciego o una refriega sangrienta. Pero por ahora parece que el futuro del chavismo será el de vegetar, sin tiempo y sin gloria, en la chatura, como el régimen de los hermanos Castro en Cuba, o como Robert Mugabe hizo en Zimbabue durante casi cuatro décadas.

Como le dijo aquel cura a André Malraux sobre lo que aprendió en las confesiones: “La gente es mucho más desdichada de lo que pensamos”.

Hace falta valor para asumir la verdad. La izquierda uruguaya no debería abrazarse a cadáveres históricos, aunque mantengan signos vitales, al estilo de los gobiernos de Nicaragua, Cuba o Venezuela, so pena de pasar otra vez por mitificadora y quedar en ridículo, como ya le ocurrió en los ‘90 con la implosión del “socialismo real” de Europa del Este.

Por Miguel Arregui
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