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Contenido creado por Paula Barquet
Obsesiones y otros cuentos
Miguel Arregui
OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Algunas razones por las que los uruguayos deberían mirar un poco más hacia Dinamarca

La piedra angular es la confianza; simplemente las personas no suelen hacer trampas al sistema.

Por Miguel Arregui
[email protected]

27.09.2024 13:41

Lectura: 5'

2024-09-27T13:41:00-03:00
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Un viaje por el norte de Europa me lleva otra vez a la pequeña y hermosa Dinamarca, donde reside mi hija, y en donde inevitablemente compruebo diferencias con Uruguay, demasiadas, y ciertas similitudes o ejemplos aplicables.

Su superficie equivale al 25% del territorio uruguayo y está poblado por casi seis millones de personas. Es el quinto país del mundo según el índice de desarrollo humano de ONU (Uruguay está en el puesto 52º en 193), el PBI per capita es 120% superior al de Uruguay y la distribución del ingreso es muy igualitaria.

Pero Dinamarca no sólo es un país rico, algo común en ciertas regiones del mundo, sino además desarrollado, un concepto más alto y complejo.

Los daneses se distinguen por la cantidad de dinero que tienen en su bolsillo y más por la calidad de vida general: un amplio menú de oportunidades de educación y trabajo, un desempleo promedio inferior a 4%, la vasta participación de las mujeres, empezando por el gobierno, las reducidas jornadas laborales, una bajísima cantidad de delitos o las facilidades para criar hijos.

Hay cuestiones ideológicas que contribuyen a explicarlo. Una de ellas es la búsqueda de la sencillez acogedora (hygge) como ideal de vida. Los daneses no parecen necesitar muchas cosas, empezando por su preferencia por los automóviles pequeños.

Los lazos amistosos y afectivos suelen ser estrechos y durables, parecido a lo que ocurre en Uruguay, otro país pequeño y relativamente integrado, y muy diferente a Estados Unidos, con su grandes distancias y permanentes mudanzas.

El andamiaje social, económico y político se apoya en un bajísimo nivel de corrupción. La piedra angular es la confianza. Simplemente las personas no suelen trampear las reglas. Entonces las bicicletas son intercambiables, casi no hay guardas ni controles de tickets en el transporte público, y proliferan los comercios urbanos y almacenes rurales que nadie atiende (se toman las mercaderías, desde huevos a ropa, y se pagan con una aplicación, pues ni siquiera se usa efectivo).

El nivel de confianza en la sociedad danesa (y en Escandinavia en general) es mucho mayor que en otros países donde el honor system es extendido.

Otro ejemplo notable de diferenciación es el modo de transportarse. La mayoría de los daneses de las ciudades sale en bicicleta a estudiar, trabajar o pasear. Las abuelas llevan a sus nietos en remolques o triciclos tipo reparto, las oficinistas pedalean de pollera y tacos, los padres cargan sus bebes en sillas traseras.

En las ciudades principales, como Copenhague o Aarhus, para los desplazamientos más largos utilizan modernos metros o tranvías eléctricos, de los que se bajan con sus bicicletas para realizar los trayectos de media distancia.

Buena parte de los jóvenes de las principales ciudades no tiene automóvil. Quienes lo tienen, sólo lo usan para ir a zonas rurales o sitios sin transporte público adecuado, para ir a la playa, o para tareas muy específicas como repartos.

Es difícil saber qué partido gobierna ese país de antiguos vikingos cristianizados que aceptan pacíficamente una monarquía parlamentaria. El péndulo se desplaza entre extrañas coaliciones de centroderecha a centroizquierda y a pocos parece importarle.

Los temas centrales de debate también son extraños para un uruguayo. El cambio climático y el ambiente, la inmigración (que es restringida), asuntos municipales, o —una cuestión omnipresente en los países más desarrollados— la edad mínima de retiro (ahora es a los 67 años, y que se actualiza según la expectativa de vida, que avanza en forma constante).

Claro que hay que financiar ese extendido sistema de bienestar (welfare) de todos los países escandinavos. Los daneses fueron un pueblo básicamente de agricultores, ganaderos, navegantes y pescadores. En el siglo XX, sobre todo en la segunda posguerra, el país se enriqueció con servicios marítimos, industria naval, ciertas tecnologías (bombas hidráulicas, generadores de viento, grupos electrógenos), medicamentos y exportación masiva de productos de granja (cerdos, lácteos).

Las ciudades son bellas y amables. Los fines de semana de verano las familias toman sol en los parques públicos, incluidos viejos cementerios. Los edificios públicos compiten en audacia y opulencia, empezando por la Biblioteca Real y la Ópera, en Copenhague.

La antigua zona portuaria de la capital ha sido convertida en grandes barriadas de viviendas racionales, de una sencilla belleza nórdica.

Hasta el vicio y el delito parecen ordenados. En una antigua zona de barracas militares de Copenhague se creó en el último medio siglo la Ciudad Libre de Christiania (Fristaden Christiania), un barrio de unos 1.000 pobladores donde se vive de manera semilegal o tolerada en torno a la venta y consumo de drogas y la visita de turistas.

La campiña recuerda a la de Uruguay: una penillanura levemente ondulada, con vacas, cerdos y sembrados, aunque con pocos alambrados. Los predios son más pequeños y el mar está casi siempre cerca, en el horizonte, pues el territorio danés es apenas una península y una multitud de islas entre el mar Báltico, Kattegat, Skagerrak y el mar del Norte.

Los uruguayos se han asomado a la cultura danesa a través de algunas series como Borgen (2010-2013), que ilustra sobre el sistema parlamentario y los medios de comunicación públicos; la policial Bron/Broen/The Bridge (2011); la muy notable Algo en qué creer (2017-2018), que muestra la vida de un pastor protestante alcohólico y su familia; o películas como Druk (Otra ronda) (2020), que acontece en torno a un colegio secundario.

Por Miguel Arregui
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