Comienzan a circular las primeras encuestas del año y también lo hacen las especulaciones sobre cómo terminará esta película en octubre o noviembre de este año. Y lo primero que hay que subrayar es que no lo sabemos.
No se puede saber porque falta que corra mucha agua bajo el puente. En casi todos los partidos aún no están definidos los candidatos que competirán por la presidencia, y los perfiles de los precandidatos son muy distintos, incluso los que compiten dentro de un mismo partido. Hay votantes que pueden sentirse atraídos por un precandidato que luego pierda la interna y algunos pueden decidir que prefieren votar en octubre a un candidato presidencial de otro partido al que no había pensado votar inicialmente.
Además, en estos meses vamos a ser testigos de una campaña que tendrá muchos momentos memorables, de los positivos y de los negativos, porque los políticos se juegan su ropa y también lo hacen muchos profesionales que los asesoran desde distintos ámbitos, todos intentando convencer a los votantes de que la suya es la mejor opción. Y dado que me consta que allí participará gente muy capaz en todas las filas, hay que esperar a ver qué resultado alcanzan.
Un tercer punto es que faltan ocho meses. Ocho meses de nuestra vida, de la vida del país, de la región y del mundo, y en una época en que todo pasa muy rápido, pueden suceder acontecimientos en cualquiera de esos ámbitos que muevan la aguja de la elección, incluso a último momento.
Porque ahí está la clave: en mover la aguja de la balanza. En los últimos ciclos electorales fue claro que en Uruguay los votantes se dividen en dos mitades de tamaño muy similar. ¿Qué es lo que mueve la aguja para que una “mitad” supere a la otra?
Lo que hemos aprendido en esta profesión es que no hay un factor único que decida el voto, sino que hay distintos elementos que pesan en distintos grupos de votantes. Algunos votan al partido del que siempre se sintieron cercanos, a menudo también el mismo al que pertenecía su familia; casi “heredado” de padres a hijos, como se hereda un mueble, una tradición, o el cuadro de fútbol. Estos son los que saben qué votarán cinco años antes de las elecciones. Los partidos políticos en Uruguay importan, y casi la mitad de los votantes se siente cercano a alguno.
Hay otros que priorizan las afinidades ideológicas: se identifican con corrientes o líneas de pensamiento y votan al partido o a la persona que sienten más afín con sus propias ideas. La ideología —en particular los conceptos de derecha e izquierda— tiene fuerza en Uruguay, más que en otros países de la región, y la gran mayoría de los uruguayos se siente de izquierda, de centro o de derecha, y tienden a votar al partido y/o persona que les parece más cercano ideológicamente.
Así como para muchos los partidos o las ideas son lo más decisivo a la hora de votar, para otros lo más importante es la persona, en particular el candidato presidencial. Eligen a la persona que les gusta, los mueve, los convoca más, quien imaginan será “el mejor presidente”. Por eso es que los precandidatos, y luego los candidatos, pueden ser decisivos para el resultado electoral. Importan sus capacidades y talentos, su capacidad de convencer y liderar, y las campañas son la principal instancia en que cada candidato trata de demostrar sus cualidades, y sus competidores tratan de señalar sus flaquezas.
Pero, más allá de la fidelidad partidaria, la consistencia ideológica o la afinidad personal, también los votantes deciden su voto buscando alguna respuesta o solución a los problemas que perciben en la marcha del país y también a sus problemas cotidianos, a sus temores y a sus deseos de progreso o crecimiento. Por eso importa cómo evalúan la gestión del gobierno que termina, el funcionamiento de la economía, el acceso a fuentes de trabajo, la seguridad, la atención de la salud, la educación, etc.
Algunos indicadores, como la evaluación de la gestión de este gobierno, vienen siendo positivos: mejores que los que tenían los gobiernos que fueron derrotados en las siguientes elecciones. La población está preocupada por la inseguridad y por la economía, en particular el empleo y los precios. Muchos votarán a quien consideren que plantee mejores soluciones a esos problemas, o a quien les resulte más confiable para liderar en seguridad y economía. En la campaña los candidatos (y sus partidos) tratarán de demostrar que son los mejores para gestionar esas áreas.
La inseguridad y la economía no parecen tener el mismo peso en la decisión de voto. La preocupación por la inseguridad —salvo cuando las crisis económicas o sanitarias dominaron puntualmente la agenda— ha estado creciendo desde comienzos de este siglo, y los gobiernos de distintos partidos no lograron disminuir esa preocupación. La preocupación por la situación económica, en cambio, ha aumentado y disminuido a lo largo de las últimas décadas, pero los “cambios de mitad” en el gobierno —en 2004 y en 2019— coincidieron con momentos en que la opinión dominante era que la economía del país andaba mal. Es por eso que en los próximos meses habrá que prestar especial atención a la percepción de los ciudadanos sobre la situación económica, porque parece haber sido un mejor indicador de cambios o continuidad que la inseguridad.
Y aquí vemos algunas pistas a tener en cuenta a la hora de pensar qué pasará en las próximas elecciones. Hoy la intención de voto hacia la oposición es alta, mayor a la que se registraba en los últimos ocho o nueve años, mientras que la intención de voto hacia el Partido Nacional se mantiene más estable, y algunos de los partidos que integran la coalición tienen menos apoyo hoy que en 2019. El aporte de votos de los socios más chicos de la coalición fue fundamental para su triunfo en 2019, y si no se fortalecen en los próximos meses, el éxito para ‘esta mitad’ se aleja. En contraposición, las mismas encuestas que registran esas intenciones de voto más bajas para la coalición registran también una buena nota para el actual gobierno, y una nota media para la economía.
Por último, ¿podemos realmente decir que el partido recién empieza? No. Este partido se viene jugando en los últimos cuatro años. Más aún: se juega siempre, sin interrupción, porque los partidos y los políticos están continuamente en campaña y porque todo lo que hacen el gobierno y la oposición ayuda a los ciudadanos a decidirse sobre a quién van a votar “la próxima vez”.
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