Las primeras semanas del año se prestan a discusiones muy banales en las redes y otras más significativas. A veces se mezcla con temas del corazón o chismes que se amplifican. Este año la película La sociedad de la nieve generó diversas discusiones, algunas muy banales o irónicas (¿por qué no hay mujeres sobrevivientes? O ¿por qué no había veganos?) y otras más interesantes, como las que se suscitaron en torno a la existencia de elites* en Uruguay y su rol en la vida social y política a partir de un tuit del senador Mario Bergara.
Este no es un tema trivial: hay mucha literatura sobre el rol de las elites y su incidencia en la formación del Uruguay, el crecimiento económico y el desarrollo social. Y, como siempre, hay dos bibliotecas: una cada vez más minoritaria que habla de un país integrado, con pocas diferencias económicas, políticas y sociales, y otra que analiza la incidencia que tienen los distintos grupos en la sociedad y en la historia del país, subrayando más las diferencias que las similitudes, y destacando el papel de las elites en distintas etapas.
Recién con la llegada de las encuestas de opinión pública se cuenta con una herramienta que permite realizar un seguimiento de las opiniones de distintos grupos de población a lo largo del tiempo. Lo que sugieren es que efectivamente hay diferencias sustantivas entre las opiniones de la mayoría de la población de más ingresos y educación formal, y la de la gente de menos recursos económicos y educativos, en parte porque se informan por fuentes distintas y con diferente intensidad, y en parte porque están expuestas a diferentes realidades y hay poco contacto entre ambos grupos.
También tienen diferencias en materia política. Las personas con más educación formal tienden a identificarse más con la izquierda ideológica que los demás; se interesan más en las noticias políticas e identifican y evalúan a más políticos, legisladores y ministros que los menos educados. Su mayor manejo de información las convierte en referentes para el resto de la sociedad; son las que conocen y hablan de los políticos y su actuación, de los partidos y sus posicionamientos. Suelen definir su voto antes que el resto del electorado, y suelen estar dispuestos a contar a otros lo que van a votar y por qué. Y muchas veces “el resto de la sociedad” forma su opinión teniendo en cuenta los comentarios de ese grupo de “conocedores”.
Una buena noticia es que, en un clima de creciente desconfianza hacia la eficacia de los regímenes democráticos, estas elites —tanto en Uruguay como en la mayor parte de América Latina— tienden a tener más confianza en la democracia que el resto del electorado. También están más comprometidas con la defensa de los derechos de los ciudadanos, y están menos dispuestas a sacrificarlos, incluso ante la creciente inseguridad que afecta a la región, en parte porque la inseguridad los golpea menos que a la población más desprotegida, pero en parte también porque tienen más presente que los demás que la restricción de derechos conduce muy rápidamente a la degradación de la democracia.
Aunque es innegable que las elites influyen en el resto de la sociedad, no necesariamente su influencia se traduce en comportamientos que las benefician. El “resto de la sociedad” es mayoría, y aunque escucha a “los que saben”, también tiene otras fuentes de información, tiene experiencias personales y expectativas con frecuencia muy diferentes a las de las elites, y su comportamiento sintetiza toda esa realidad.
Por eso, aunque los estudios de elites suelen ser muy útiles para anticipar corrientes de opinión sobre temas específicos, son menos útiles para anticipar comportamientos electorales del conjunto de la población, porque los grupos con educación media o primaria son mayoría, tienen sus propios intereses y en general votan lo que entienden será mejor para defenderlos, más allá de las opiniones y acciones de las elites.
En alguna medida las elites “tradicionales” están siendo reemplazadas, al menos en algunos grupos, por ‘influencers’ que provienen de ámbitos muy diversos, incluso de segmentos menos favorecidos. Esta nueva presencia seguramente cambiará la definición clásica de elites y de hecho introduce una nueva categoría generada por los nuevos canales de comunicación. Este fenómeno también está generando una mayor segmentación en las fuentes, en las opiniones y en las visones de la realidad, lo que implica también nuevos desafíos para aquellos que quieren comprender el funcionamiento de la opinión pública, así como también para aquellos que quieren intervenir en ella y generar movimientos.
*Se maneja el concepto de elite que presenta la Real Academia Española: minoría selecta o rectora