Nací en un hogar de limitados recursos económicos, con valores familiares y de trabajo muy arraigados, que incorporé en mi ADN y que agradezco cada día. Sobre estos cimientos crecí, con una brújula clara direccionada al estudio para prepararme y ser libre de elegir.
Esta semana con motivo del 8M recibí un precioso reconocimiento a través de imágenes y una novela gráfica de Julia Korbik y Julia Bernhard, Simone de Beauvoir, lo quiero todo de la vida. Este libro me invitó a profundizar en la vida de mujeres que tuvieron un propósito muy claro con un impacto muy importante en nuestra vida de hoy.
El 8 de marzo no es una fecha de celebración; es un recordatorio de lucha. Y pocas figuras encarnan ese espíritu de manera tan contundente como Simone de Beauvoir. Su nombre resuena en las aulas, en los discursos, en los libros. Pero más allá de la consigna, ¿quién fue realmente esta mujer que se negó a ser “el segundo sexo”?
Simone de Beauvoir nació en 1908 en una familia burguesa venida a menos. Desde niña, fue testigo de las limitaciones que la sociedad imponía a las mujeres. Su padre, resignado a que la falta de dinero cerrara las puertas de la alta educación a sus hijas, le repetía: “Tienes un cerebro de hombre”. No era un cumplido, sino un recordatorio de que, en un mundo diseñado para los hombres, cualquier aspiración femenina era un acto de rebeldía.
Y Beauvoir decidió rebelarse. Filósofa a los 21 años, intelectual y escritora comprometida toda su vida. Su existencia fue un desafío a las normas: amó con libertad, trabajó con pasión, escribió con urgencia.
Cuando publicó El segundo sexo en 1949, desmontó pieza por pieza el mito de la feminidad. “No se nace mujer, se llega a serlo”, escribió, y con esa frase desnudó siglos de construcción social. Su obra desató el escándalo en la sociedad francesa de aquella fecha —fue censurada por la Iglesia y atacada por la prensa—, pero se convirtió en un manifiesto para las generaciones futuras.
Pero no solo escribió sobre la desigualdad de género; la combatió.

Más de siete décadas después de la publicación de El segundo sexo, las cifras del Foro Económico Mundial y de ONU Mujeres reflejan avances y desafíos. El Informe Global sobre la Brecha de Género 2024 señala que la desigualdad sigue siendo un obstáculo estructural: la brecha en empoderamiento político es la más grande de todas, con solo un 22,8%, lo que significaría esperar 169 años para alcanzar la equidad en ese ámbito.
En Uruguay, a pesar de ser un país con un alto Índice de Desarrollo Humano, la brecha salarial entre hombres y mujeres persiste: las mujeres ganan en promedio un 11,1% menos por hora trabajada, con diferencias aún más marcadas en niveles educativos superiores, donde la brecha alcanza el 27%.
A nivel mundial, ONU Mujeres advierte que, a pesar de algunos avances, ninguno de los indicadores del Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 (Igualdad de género) ha sido completamente alcanzado. Las mujeres y niñas siguen siendo el grupo más afectado por la pobreza extrema, y se calcula que tomará 137 años erradicar por completo esa situación.
Pero la lucha no es solo económica. La violencia de género sigue siendo un problema urgente. En Uruguay, las denuncias de violencia doméstica se han multiplicado casi por cuatro desde 2005, y la tasa de feminicidios es una de las más altas de la región. A nivel mundial, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual.
El 8 de marzo no es solo una fecha para recordar a figuras como Simone de Beauvoir, sino para mirar hacia adelante. El tema de la ONU para 2025, “Para las mujeres y niñas en toda su diversidad: derechos, igualdad y empoderamiento”, nos recuerda que la equidad no es un privilegio, sino una deuda histórica.
El Foro Económico Mundial ha lanzado iniciativas como el Global Gender Parity Sprint 2030, un esfuerzo internacional para cerrar la brecha de género en la economía en los próximos cinco años. Pero no basta con compromisos institucionales: cerrar la brecha requiere voluntad política, recursos y un cambio cultural profundo.
Este 8M, no solo conmemoramos los logros alcanzados, sino recordamos que la búsqueda continúa. Porque el cambio no llega solo. Porque la historia nos ha enseñado que los derechos no se otorgan, se conquistan. Y porque, como dijo Beauvoir: “Quiero todo de la vida, ser mujer y también hombre, tener muchos amigos y soledad, trabajar mucho y escribir buenos libros, viajar y disfrutar, ser egoísta y generosa, ver, sentir, entender, y ser feliz”.
Ojalá esta ambición no sea solo deseos individuales, sino una aspiración colectiva.
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