Esta es mi última columna previo a las elecciones internas del próximo domingo 30 de junio, y la gente interesada en política está observando las encuestas para ver quién ganará en cada partido.
Pero el resultado de cada interna depende de cuánta gente vaya finalmente a votar. En una elección voluntaria como esta importa el número total de personas que decidan participar en la interna de cada uno de los partidos por separado. Porque cada candidato resulta atractivo para votantes con distintos niveles de compromiso partidario. Algunos son apoyados más por un núcleo duro de militantes, mientras otros son preferidos por electores más alejados de la política.
Pensando en el Partido Colorado, los resultados en su interna no serán los mismos si votan 120.000 personas que si votan 70.000. En las internas de 2019, 181.000 votaron a un precandidato colorado y en 2014 lo hicieron 130.000. Cuantas menos personas voten, es más probable que los precandidatos con una estructura de militantes más armada y firme voten mejor, porque esos militantes votan y se ocupan de llevar a otros adherentes a votar. Sin embargo, si el partido logra una votación mayor, significa que algunos precandidatos lograron motivar a votantes menos cercanos a las estructuras y menos militantes. Esos precandidatos, que tienden a ser los más nuevos —y, por tanto, los que tienen menos estructura—, recibirán relativamente más apoyo.
El Frente Amplio busca mejorar su votación respecto a internas anteriores: en 2019 votaron unas 255.000 personas y en 2014 casi 300.000. En ambas instancias más electores participaron en la interna del Frente que en la del Partido Colorado. Pero cuando se compara el número de votantes en la interna del Frente con el que se obtiene luego en octubre, en las elecciones nacionales, se observa que en junio el FA apenas convocó al 25% de sus futuros votantes. Si ahora también votan pocos frenteamplistas en la interna, es probable que el ganador se defina por una diferencia más chica, ya que quien hoy aparece en segundo lugar en las encuestas tiene estructuras militantes fuertes y el apoyo de muchos frenteamplistas comprometidos.
En el Partido Nacional, con un líder muy definido, una interna con baja participación podría también reducir las diferencias por el mismo motivo: quienes le siguen al primero tienen estructuras que los apoyan. Igual, no parece que el líder pudiera verse amenazado.
Una pregunta pertinente es por qué en Uruguay, un país con una fuerte estructura partidaria, una alta identificación con los partidos y una tradición de participación en las elecciones, las internas en las que se eligen candidatos y convenciones no convocan tanta participación.
Un elemento decisivo es que, en las internas, al contrario de todas las otras instancias electorales, no es obligatorio votar. Desde que se instauraron, en 1999, votaron muchos menos que los habilitados. La primera vez votó el 54% de los que podían hacerlo, pero desde entonces siempre ha votado menos de la mitad: 43% en 2004, 45% en 2009, 38% en 2014 y 40% en 2019. En parte, las internas han perdido “novedad”; en parte también las encuestas registran desde hace tiempo un distanciamiento de ciertos grupos de la población con la política en general y con los políticos en particular. Hay una sensación de que lo que sucede en el ámbito político —las decisiones de los políticos, del Parlamento o incluso del Estado—, no tienen impacto directo en la realidad cotidiana, que es la que preocupa.
Muchos ciudadanos empiezan a sentir que “el voto no cambia nada”, ya que ‘gane quien gane, mi vida no va a cambiar en nada’. Este no era el sentimiento prevalente en Uruguay en las últimas décadas del siglo pasado. Aunque no todos comparten ese sentimiento, son cada vez más las personas que consideran que la política y el gobierno no inciden en su vida personal. Les irá mejor o peor, dependiendo de la coyuntura externa o interna, pero no de las leyes y las acciones que se generan desde el sistema político.
Esta no es una buena noticia. Si las personas no creen que las decisiones que toma el Ejecutivo o el Legislativo afectan su vida, “les da lo mismo” quién gobierne. Si sienten que sus representantes no trabajan para la población, y que lo que hacen es una especie de rito o actividad sin trascendencia, se pierde para ellos el sentido de la representación. Eso abre espacio para los outsiders, que se posicionan como una oferta distinta, cercana y en sintonía con lo que pide la gente común.
Un nivel muy bajo de participación en las internas puede parecer intrascendente, pero no lo es. Porque el desinterés que muestra es un indicador de que a la mayoría de los electores no les importa quiénes sean los candidatos finalmente electos; porque no importa quién sea el próximo presidente o los próximos parlamentarios. Sería fundamental que los políticos transmitieran mejor lo que hacen y en qué medida sus acciones pueden incidir en el bienestar de la gente común. Votar no solo es una obligación cuando es obligatorio, sino un derecho que es importante ejercer, incluso cuando no es obligatorio. No da lo mismo quién gobierna, y los partidos necesitan que la gente común se involucre para no perder sintonía con lo que piensa y lo que necesita el conjunto de la población. Es tarea de los electores concurrir a votar, pero es tarea de los políticos y dirigentes convencerlos de la necesidad de hacerlo, porque el gobierno no es —no debería ser— solo de los políticos, sino de los políticos en representación de la gente.
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