Para Umberto Eco, la ropa que nos ponemos a diario dice mucho sobre quiénes somos. Según el filósofo italiano, “la sociedad habla diariamente en sus vestidos, en sus ropas” y por lo tanto, quien no sabe escucharla “la atraviesa a ciegas, no la conoce, no la modifica”.
Cuando éramos adolescentes, creíamos que las apariencias no eran más que un convencionalismo que debía ser abolido, como tantos otros. La ropa que usábamos, el largo del pelo y el rechazo general a las reglas eran un sello generacional. La dictadura nos hizo pasar prematuramente por el aro, pero guardamos de todos modos nuestra rebeldía indumentaria para todas las ocasiones en las que no mediaba una adscripta o un portero comprometidos con “el Proceso”.
Superado ese trauma, los atuendos y costumbres de las personas comenzaron a regirse por sus propios y libérrimos criterios, lo que nos permitió tomarnos una tardía venganza. Sin embargo, cuarenta años después del acné juvenil, tratamos de usar el atuendo y la compostura adecuada a la ocasión.
¿Por qué abandonamos tan radicales convicciones? Básicamente por dos razones. La primera es que, siendo fundamental para toda sociedad plural y progresista, contar con adolescentes rebeldes e inconformistas, nosotros ya no lo somos. La segunda tiene que ver con cuestiones más profundas, vinculadas a nuevos descubrimientos y significados que llegan (cuando llegan) con la edad.
Esta reflexión viene a cuenta de los zapatos del presidente Mujica en la cumbre de Brasilia, inmortalizados por las cámaras en momentos en los que sus colegas del Mercosur observaban, entre divertidos y piadosos, su desaliñada indumentaria. Inmediatamente, recordé a mi tío Antonio, un gallego que vivía sólo en el campo y que llegaba cada tanto a la casa de mis abuelos cuando yo era un niño.
Don Antonio Cés era hermano de mi bisabuela, había vivido en Nueva York y hablaba de una manera muy divertida, con tonos de gallego mezclado con campesino criollo y siempre a los gritos. Vestía invariablemente un traje marrón a rayas con zapatos al tono, que aparecían apenas embarrados los días de lluvia.
Hijos de Porto do Son, ambos llegaron al Río de la Plata provenientes de un medio muy rudo y escapando de la pobreza, pero sabían con qué ropa presentarse en sociedad.
Definitivamente, la vestimenta que usamos dice mucho sobre nosotros. Vestirse para la ocasión puede ser una forma del engaño pero también una demostración de consideración hacia nuestros anfitriones, especialmente si el espacio es compartido y estamos allí en representación de otros. No hacerlo, en cambio, puede ser tomado como un signo de tosquedad, imprevisión, indiferencia, y contrariamente a lo que se cree, frivolidad.
Cuando el tío Antonio venía a Montevideo a visitar a su hermana se ponía su mejor traje, que sospecho era el único que tenía. Jamás leyó ni escuchó hablar de Umberto Eco, pero a su modo, era un hombre culto: aunque no representaba a nadie más que a sí mismo y a su buey, tenía un claro sentido de lo que significaba vestirse para la ocasión.
Zapatos
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08.08.2012
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