Más allá de las reacciones epidérmicas y de los calumniadores conocidos, la cita que reproduzco fue tomada de un libro de León Morelli, quien fuera yerno, dirigente de su sector y formidable compilador documental, y aparece en términos casi idénticos en "Se llamaba Wilson", de Diego Achard. La cita, polémica y audaz, está tomada de una entrevista a Radio Nederland, y en sus conceptos centrales, dice lo siguiente:
"Yo no tengo obsesión de cuentas. Porque mi cuenta personal es grande. ¡Y es grande, eh! Porque incluyo en mi cuenta la mía, la de mi familia, pero además la de gente que sufrió más que nosotros y aún de la gente que murió y que integraba el círculo de nuestros amigos más entrañables. Pero quiero más a mi país que a mi cuenta personal. Mi país es más importante. Y si para restituirle a la sociedad de mi país la posibilidad de un desarrollo armónico y solidario, si para asegurar el destino nacional yo tengo que olvidar mi cuenta, la olvido y la olvido orgullosamente... Estos son caminos de ida y vuelta. Nosotros en un momento determinado podemos decir ‘vamos a pensar hacia el futuro y no seguir con los ojos en la nuca creyendo que lo importante es cobrar alguna cuenta, grande o pequeña'. Pero lo cierto es que no son solo hechos del pasado... Son cosas que están ocurriendo hoy y que se anuncia van a seguir ocurriendo mañana. Y entonces, cuando se nos dice ‘fijen criterios de generosidad', bueno, estamos dispuestos a hacerlo, pero a condición de que en el otro bando se advierta un intento, por lo menos, de hacer cesar esto que nos ocurre".
Como se ve, la reflexión de Wilson tiene una contundencia que no amerita mayor exégesis. En febrero de 1984, Wilson sentía que había sido traicionado por Sanguinetti y por Seregni, que los militares no lo iban a desproscribir sino que iban a meterlo preso y que finalmente sería el pato de la boda. En ese contexto, y pensando en el futuro del país y en el propio, es que se expresa en estos términos.
Si Wilson fue una figura extraordinaria y uno de los líderes políticos más importantes de la historia del país, lo fue, entre otra cosa, por su coraje. Ese coraje que demostró para enfrentar a la dictadura y para decir cosas en las que creía, aún a riesgo de que muchos de sus seguidores no lo entendieran. Seguramente sus rivales políticos actuaron insuflados de idénticos valores, solo que desde otras culturas políticas y perspectivas inmediatas.
En la cita que desató la polémica, y que ocupa dos párrafos entre las doscientas páginas de un relato épico, solo veo razones para reflexionar y para redimensionar a quienes lideraban aquel proceso y tomaban decisiones en condiciones cambiantes, amenazantes e inciertas.
El libro no juzga a Wilson ni a nadie. Son los hechos y la interpretación que los lectores hagan de ellos, los que pueden construir juicios de valor, acaso diferentes y hasta contradictorios.
Si bien los libros deben defenderse solos, no quisiera que la mezquindad arruine una lectura que refleja la peripecia de alguien que fue una figura política extraordinaria, y más importante que eso, un hombre íntegro.
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