La primera vez se les pudo haber pasado. La caída del Muro de Berlín (tosco, inútil y criminal como sus inventores) fue el símbolo del final, pero la derrota de la "revolución socialista" estaba escrita en su ADN.
Aunque esa mezcla de tiranía y miseria termina siempre en fracaso, bastó que encontraran un clima propicio (la desigualdad y la corrupción imperante en la Venezuela de los noventa) para que sus corazones, sedientos de justicia social y poder, volvieran a palpitar con brío.
"Exprópiese... exprópiese". Aún resuenan los gritos del presidente Chávez por las calles de Caracas, intentando reeditar el "Fiat Lux" con que, según el relato bíblico, un dios omnipotente alumbró un día el universo. Solemne y megalómano, el partero llamó a la criatura "Socialismo del Siglo XXI".
La izquierda uruguaya volvió a comprar la receta del fracaso, pero esta vez sin inocencia.
De cómo un coronel despreciado por el general Líber Seregni, que se negó a recibirlo por su doble condición de golpista y ultraderechista, terminó siendo considerado como un héroe, es un misterio que va más allá de su carisma y su ubicua billetera. El griterío chavista dio lugar a un régimen opresivo y empobrecedor, en el que el dinero del petróleo y el narcotráfico permitió practicar un populismo descarado y desprolijo, pateando para adelante la debacle.
"Es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada" decía el genial Mark Twain. A nadie le gusta pasar por tonto, pero cuando la bobera se mezcla con los negocios y la intermediación mientras encarcelan opositores, asesinan estudiantes, silencian la prensa opositora y procuran trampear de todas las maneras imaginables la voluntad popular, el diagnóstico psicológico debe dejar paso al juicio ético.
¿Dónde estaban antes del 6D? ¿Cuántas veces alzaron la voz para defender la libertad y la dignidad de los venezolanos? El juicio involucra no tanto a los revolucionarios, acomodaticios inveterados de toda aventura socialista, como a los frentistas democráticos, que estando en contra del chavismo, se escondieron, una vez más, en el silencio.
Los diputados Alejandro Sánchez y Daniel Caggiani, dos jóvenes promesas del MPP, fueron testigos de la debacle chavista. Acorralados por los resultados, argumentaron en favor del régimen, en el supuesto de que el reconocimiento de la derrota por parte de Maduro y Cabello, expresaba su sentido democrático. Como si la dictadura de Gregorio Álvarez haya sido menos ilegítima y sanguinaria porque aceptó el triunfo de los sectores democráticos en 1982 y 1984.
Sánchez y Caggiani no olvidarán jamás estas horas de bochorno caribeño. Quizás no fueron sus sueños sino las pesadillas con las que nos atormentaron sus líderes, lo que les impidió ponerse del lado de las víctimas.
No son tontos y acaso tampoco mala gente. Son, simplemente, socialistas revolucionarios, y volverán a intentarlo mañana.
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