La gran mayoría de los mortales que habitan este planeta nunca volaron y posiblemente nunca despeguen los pies del suelo. A lo sumo subirán a un ascensor. No se pierden casi nada. Antes era una aventura, una violación de prejuicios milenarios y una proeza tecnológica. Ahora es una tortura.
Cuando uno llega a un aeropuerto es antes que un pasajero un sospechoso. Y lo asume desde el momento que hace la valija y sobre todo el bolso de mano. Cada objeto y su posible silueta en una implacable máquina de rayos "equis" debe ser cuidadosamente evaluada antes de empacar. Si en un momento de locura y desvarío alguien coloca en su bolso un botellita de colonia, un pomo de dentífrico o un desodorante tamaño natural, está en problemas en serios problemas. Es un potencial terrorista.
Me imagino si tuvo la desgracia de nacer con facciones orientales, ser musulmán prácticamente y ni pensemos si es árabe.
Antes a cada pasajero le entregaban un billete, ahora funciona el ticket electrónico. Un sucedáneo de imposible interpretación, pero que a las compañías le sirve para hacer todavía más impersonal la relación y ahorrar en el personal. Luego de pasar un implacable interrogatorio sobre cada detalle del equipaje, en el mostrador te entregan un fajo de formularios de todo tipo. Para migraciones, embarque y desembarque, para la aduana. Y estamos hablando de un viaje a Buenos Aires, 40 minutos teóricos de vuelo y tres formularios. Viva la integración. Me pregunto ¿a los traficantes de droga o de otras cosas, los descubren por el formulario?
Al terminar el proceso uno se encomienda a la providencia para enfrentar el primer control. Antes se trataba de poner el bolso en una cinta transportadora y los objetos metálicos más voluminosos en una bandejita de plástico y pasar bajo un detector de metales. Cambia, todo cambia. Ahora el detector de metales ha modificado su sensibilidad y suena incluso con una muela emplomada. Así que hay que sacarse el sobretodo, el cinturón y seguir rezando. En los Estados Unidos además hay que sacarse los zapatos con el terror de tener un agujero en la media, como el caso del presidente del Banco Mundial en su visita a la mezquita. Parece que además de ese agujero tenía otro más grande en el sistema de evaluación del personal...y de su novia.
En mi último viaje tuve que comprar una bolsita de plástico hermética en la farmacia del aeropuerto para envasar la pasta dental y el desodorante. (¿¿??). Cumplida la labor profiláctica comenzó mi ruego hacia el Olimpo para que el cielo nos favorezca y el vuelo no tenga una demora de varias horas. Ahora el miedo no es por la niebla o la tormenta, es por la tecnología sus fallas y sus servidores, en particular en los países vecinos. Estamos rodeados.
En esta y en otras materias hay que prever, las improvisaciones, las emergencias se pagan muy caras. Esta ha sido una debilidad muy grande de nuestros países, pensar mirándose la punta de los zapatos. Uruguay está saliendo de esa inmediatez.
Confieso que el carácter un poco casero y provincial de nuestro aeropuerto me gusta. Tanto al llegar como al partir. Se a quien tengo que preguntarle, protestarle y siempre me encuentro con algún conocido. No recomiendo una espera prolongada en un gran aeropuerto internacional. Es una experiencia digna de una novela del absurdo. Te hacen sentir menos que un código de barras. La gran mayoría de las compañías aéreas deberían utilizar como símbolo de su atención al cliente las estatuas pétreas de la Isla de Pascua. Nada las conmueve.
No quiero insistir sobre la tragedia de San Pablo, pero cualquiera que haya aterrizado en Congonhas en las horas pico, con las luces de aproximación a la pista instaladas sobre columnas en medio de la ciudad, sobrevolando edificios y avenidas y a un ritmo infernal de frecuencias, convendrá que el miedo es casi obligado. En general cualquiera que haya viajado recientemente a San Pablo en avión sabía que inexorablemente la situación iba a explotar. Los aeropuertos están totalmente superados desde hace varios años.
Si Domenico Modugno hubiera escrito hoy su famosa canción, la letra sería muy distinta: vola, nel nero dipinto di nero.
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