Un presidente electo con una amplia mayoría asume el cargo a los treinta años de restablecida la democracia. Ante la Asamblea General, homenajea al primero que ocupó su cargo después de una larga década de dictadura, un viejo rival político durante estas tres décadas. En el recinto estaban quienes lo precedieron en la Presidencia, todos opositores. Ninguno dejó de aplaudirlo de pie cuando se juró como el nuevo Presidente de la República. Unos segundos antes se había abrazado efusivamente con quien fuera su rival en el balotaje. Esa mezcla de ritual democrático, cultura cívica y cercanía humana nos define como país y debería ser motivo de orgullo, reflexión y enseñanza.
Tabaré Vázquez se centró en la figura de Artigas, principalmente en lo que la historiografía convencional recoge como su legado ideológico. Contrariamente a lo que propuso, no sacó a Artigas "del mármol y del bronce" sino que lo petrificó. No era el momento de exponer sus contradicciones humanas sino de resaltar sus acciones y pensamientos paradigmáticos. Nadie iba a disentir con su invocación al ideario artiguista, especialmente con algunas citas que expresan su sentido de libertad y autodeterminación, democracia, igualdad ante la ley y solidaridad con los más necesitados.
Vázquez hablaría nuevamente esa noche por cadena de radio y televisión para exponer sus líneas de gobierno. Otra vez, y más allá de algunos matices o diferencias políticas, su discurso volvió a redundar en propuestas moderadas y de aceptación generalizada.
Hay por lo menos dos maneras de analizar esta asunción presidencial. Una nos genera la incomodidad de tener que reconocer, a pesar de nuestra falsa modestia, las virtudes que adornaron a tantas generaciones de uruguayos (incluyendo a las presentes) en la construcción de un clima de tolerancia y convivencia política.
La otra es que tales virtudes no fueron concebidas para ocultar las diferencias sino tan sólo para aplacar sus expresiones destructivas, de modo que los actores sociales puedan construir soluciones en un marco democrático, allí donde no pueda reinar la libertad.
La sociedad uruguaya sigue minada por la desintegración, la violencia, la desigualdad, el clientelismo y el corporativismo. El presidente Vázquez no ignora estos problemas ni mucho menos que las leyes votadas con mayorías unipartidarias difícilmente alcancen para solucionarlos, si no se trabaja de una manera transversal y sobre valores compartidos.
"Parecería que los virtuosos están perdiendo terreno", dijo Vázquez recordando a Aristóteles, luego de trazar un panorama de la actualidad mundial. En el primer día de su segundo mandato, sus palabras parecen indicar que transitará por el camino de la moderación y la conciliación, y que atacará prioritariamente flagelos tales como la baja calificación laboral, el alcoholismo y la desintegración social.
Ya vendrán los días de debate y enfrentamiento. Celebremos mientras tanto que pudimos festejar estos treinta años de democracia sin que nadie quedara afuera.
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