Por más propaganda, discursos, relatos, saturación en la información, si la política en cualquier país del mundo, no tiene directa relación con la vida concreta y cotidiana de la gente, obligatoriamente se produce un divorcio. Hay países donde la política es un ejercicio institucional periódico pero las demás actividades del país funcionan casi en forma autónoma. Hay países como Italia que se pueden dar el lujo de no tener un gobierno durante cinco meses...
No es el caso del Uruguay. El esqueleto de la existencia nacional, sobre el que se articulan los diversos músculos y órganos de la sociedad es la política. Aunque las cosas han ido cambiando y hay un debilitamiento del interés de la gente en la política, eso no cambia la esencia del problema o de la realidad. Sin política el Uruguay entra en un proceso irremediable de grave decadencia y peligro de existencia.
La segunda fase de este razonamiento tiene que ver con los cambios que la política ha introducido en la vida cotidiana de la gente. Y me voy a referir a los últimos 13 años de gobiernos del Frente Amplio. El cambio más importante, sutil pero clave, es que durante mucho tiempo le dimos a la gente la sensación, la tranquilidad que el Uruguay había recuperado un Proyecto Nacional propio, diferente a la corriente regional destartalada y al lento pero firme proceso de decadencia nacional iniciado en los años 50 y culminado con la explosión de la crisis del 2002-2003. Ese fue espiritualmente y materialmente el cambio más importante.
Ese cambio se ha debilitado, por errores cometidos, por grandes proyectos estratégicos fracasados, por el desorden en algunas gestiones en puntos clave cono ANCAP y la IM y no solo y por la pérdida de impulso renovador en diversos frentes claves, como la seguridad y la educación.
El segundo elemento que debilita esa relación entre política y vida cotidiana tiene que ver con la economía, que ha sido la clave de los éxitos y de las seguridades de los tres gobiernos del FA. Lentamente esa realidad se ha deteriorado y se ha opacado. Jugaron circunstancias internacionales, pero sobre todo los errores propios han jugado en el brillo de la situación económica general y en algunos sectores claves, como por ejemplo la industria y el campo. Hay otro factor, trece años de estabilidad, tranquilidad, pocos sobresaltos nos acostumbraron a todos a que esa es la normalidad, es el bosque que solo se agita suavemente y nos olvidamos de las tormentas anteriores. Se integró a la normalidad, sin pena ni gloria.
Además de que hay sectores sociales medios que en los últimos tiempos han sentido los cambios de vientos y, el empleo comenzó a jugar nuevamente en la preocupación de los uruguayos.
La situación económica estable, de crecimiento constante del PBI, la mejor distribución de la riqueza, la mejora notoria en los indicadores sociales, el aumento de los salarios y jubilaciones en forma ininterrumpida impactaron en nuestras vidas concretas y tangibles a través del consumo, cada uno a su nivel recibió un cambio importante de bienes duraderos y de los otros que mejoraron nuestras vidas. Eso ya es también una normalidad que produce poco impacto actualmente en los méritos. Es la normalidad.
La educación, sus indicadores, la percepción de diversos sectores profesionales de carencias importantes se hizo y se hace sentir, pero de manera estadística, de forma estructurada y no explosiva. Siendo uno de los elementos característicos de cualquier relato, de cualquier discurso y relato de izquierda, la educación está notoriamente entre las principales preocupaciones de los uruguayos.
Pero si hay que elegir el cambio más dramático, y utilizo el término "dramático" de forma bien pensada y consciente, ese cambio ha sido la inseguridad. Los uruguayos, de forma personal y directa en estos años hemos tenidos un contacto traumático con la inseguridad, nos han matado alguien cercano, nos han rapiñado, hurtado, hemos asistido a actos de violencia, no solo a través de los medios de comunicación que multiplican su efecto, sino de forma personal y directa. Y no una vez a lo largo de trece años, sino que varias veces en pocos años.
Eso impactó en nuestros temores, en nuestros miedos, en nuestras preocupaciones y precauciones, en nuestros gastos y costumbres, en la planificación de nuestras vidas. Con una diferencia fundamental, hay uruguayos que disponen de recursos mínimos o adecuados para cuidarse de alguna manera y otros que no tienen ninguna posibilidad. Esas son las víctimas principales. El delincuente aprovecha todas las debilidades y ha perdido toda conciencia de decencia, de respeto a la vida, o de respeto a sus vecinos y hasta sus familiares, porque comenzó a actuar en el mundo de la delincuencia y en sus alrededores un nuevo factor: la droga organizada. La droga es siempre sinónimo de organización criminal, de mayor o menor importancia y siempre con ramificaciones internacionales y arraigo en los territorios.
Además de la cantidad, cambió la gravedad y la calidad negativa de la delincuencia en el Uruguay. La droga no lo explica todo, esa simplificación es muy peligrosa. La principal explicación está en nosotros, en nuestras debilidades e incapacidades, tanto en lo concreto como con una mirada estratégica.
El principal fracaso social y cultural de los gobiernos de izquierda, ha sido y sigue siendo la educación a pesar de haber invertido mucho más que los anteriores gobiernos de derecha y de centro derecha. Las cifras son elocuentes en todos los sentidos.
El fracaso con mayor impacto en la vida cotidiana de la gente de todas las edades, de todas las condiciones sociales pero con particular saña entre los más débiles, se da en la inseguridad creciente. Hemos mejorado substancialmente todo lo referente a los cuerpos de la seguridad del Estado, en todo, en armas, en entrenamiento, en número, en transporte, en medios tecnológicos, en vigilancia electrónica, en leyes y códigos, en prisiones y sin embargo al final del día y trazando la línea, la suma nos da muy mal, han aumentado los delitos de todo tipo, en especial los más violentos y creció la violencia en la sociedad. Y estos dos fenómenos son indivisibles.
El análisis de las causas de estos tres procesos, que en realidad en muchos aspectos deberían estudiarse en conjunto (educación, delincuencia y violencia), se ha hecho desde muchas posiciones, yo en diversas oportunidades traté de aportar algunas lecturas y propuestas.
Pero la peor de las reacciones es que la política pierda el contacto con la realidad concreta y social de los comunes mortales de esta tierra. Es explicar, es distribuir responsabilidades a otros, es empobrecer el debate al nombre de un ministro, tanto por parte del oficialismo como de la oposición y no asumir el enorme desafió que tiene toda la sociedad uruguaya en su conjunto.
Los uruguayos demostramos en las situaciones muy difíciles que somos capaces de apelar a toda nuestra capacidad e inteligencia para salir de grandes dramas, no hace mucho, lo hicimos.
En el actual debate y en las diversas posiciones del Estado, del gobierno, de los partidos políticos y de muchas otras instituciones, no se ve el tipo de reacciones que estaríamos necesitando.
Yo soy profundamente optimista que el Uruguay no tiene que ni siquiera acercarse a la situación de Honduras, Guatemala o Venezuela, pero no por este camino.
Por Esteban Valenti