El último paro de la Federación Nacional de Profesores de Enseñanza Secundaria (Fenapes) puso de manifiesto hasta qué punto la dirección de ese gremio desprecia el sentido común. La brutal agresión sufrida por una directora a manos de un compañero de trabajo motivó un paro “automático” que dejó sin clases a los alumnos liceales de todo el país. Se trata del décimo paro perpetrado por los docentes en lo que va del año, so pretexto de los más variados reclamos.
¿Los salarios son aún insuficientes? Castíguese a los alumnos y sus familias. ¿Las condiciones laborales en algunos liceos dejan mucho que desear? Arremétase contra los jóvenes más pobres y sus necesidades educativas. ¿Un limpiador con instintos criminales ataca a una directora? Ignórese que los alumnos han sufrido a razón de un paro cada diez días y convóquese a otro.
Por cierto, si usted le pregunta a un activista de Fenapes sobre estas cuestiones lo verá encogerse de hombros y responder que las medidas no son contra los alumnos y que no saben qué otra cosa hacer. En efecto, buena parte de sus reclamos, si no todos, son justos, pero castigar a los más débiles sólo porque no encuentran otra estrategia más certera es una conducta de dudoso espíritu clasista. Es además, una estrategia insensata (no daña a los presuntos responsables de los problemas o las soluciones) y falaz, puesto que la legitimidad de una causa no justifica cualquier medio de reclamo, como deberían saber al menos los profesores de Filosofía o Derecho.
Los alumnos de los liceos públicos son hijos e hijas de familias que no tienen otra alternativa educativa, ya sea por cuestiones geográficas, sociales, o económicas. Son los sufridos sobrevivientes de una Educación Secundaria alguna vez pluriclasista y eficaz, que hoy los condena a aprender menos de lo necesario, y eso sólo en caso de mucha perseverancia. De hecho, la matrícula de los colegios privados no crece gracias al aporte de las clases acomodadas, que la integran desde siempre, sino de las familias de trabajadores que apenas mejoran sus ingresos, sacan a sus hijos de la educación pública, como consecuencia de este tipo de arbitrariedades.
¿Qué sentido tiene, entonces, esta medida? Pues nada que tenga que ver con los derechos de los trabajadores ni mucho menos con su rico historial de lucha. El asunto no es menor ni apareció la semana pasada. Se trata principalmente de dirimir contiendas partidarias e internas sindicales por parte de una nueva generación de dirigentes con unas ideas jurásicas y una conducta gremial que hubiera escandalizado a sus mayores.
A diferencia de la mafia, que hacía sufrir a inocentes para mortificar a sus enemigos, la Fenapes castiga a sus alumnos por impotencia o perfilismo. Ni el Codicen, ni el Frente Amplio, ni la oposición ni “la prensa burguesa” ni el BID ni “el neoliberalismo” ni nadie que pueda integrar la lista de culpables del descalabro, se vio perjudicado en algo como resultado del paro. Únicamente los alumnos de los liceos públicos y sus familias, rehenes de una realidad de la que son doblemente víctimas.
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