Hubo un tiempo oscuro en que la izquierda, en particular en América Latina, llegó a creer que su proyecto de justicia y de libertad se podía, y en realidad se debía, construir sobre las bayonetas. Había bayonetas malas y buenas.
Nos costó muy caro, no solo por los sufrimientos de miles y miles de mártires, de presos, de torturados, de desterrados, sino por el sacrificio de nuestros principios, de nuestros valores. Y por la derrotas históricas que sufrimos a manos de fuerzas que utilizaron las bayonetas para violar las constituciones, las leyes y los derechos humanos básicos.
Fuimos aprendiendo en un proceso largo, doloroso y muy complejo, donde no todas las fuerzas de izquierda asumieron por igual las lecciones de la historia.
Ahora, varias décadas después de salir de aquel tapiz de golpes de estado, de dictaduras que como una plaga asolaron nuestro continente con la complicidad y el impulso de gobiernos de los Estados Unidos, amparados en la Guerra Fría y también en su baja estima de la democracia para los latinoamericanos, cada tanto vivimos, padecemos, ataques a las instituciones y a la democracia. Y hay que estar muy alertas.
La semana pasada, como parte de un proceso lleno de tensiones, el gobierno de Venezuela intentó, a través del control total del Tribunal Superior de Justicia, disolver el parlamento, eliminar las inmunidades de los diputados y dar un paso más hacia un régimen dictatorial.
Es notorio que en lo interno, y a diferencia de otros tiempos en que Hugo Chávez ganaba una tras otras las elecciones, Nicolás Maduro las pierde y tiene una escasa base social. En las últimas parlamentarias obtuvo el 33% de los votos.
A nivel internacional y regional el aislamiento del gobierno venezolano crece en forma constante como resultado de tres factores: el fracaso cada día más evidente de su "modelo" económico y social, su escalada de medidas represivas y antidemocráticas y, por último, su estilo de insultos y agresiones permanentes. La última muestra fue contra los uruguayos, contra todo el gobierno y en especial contra el canciller Rodolfo Nin Novoa.
Las instituciones regionales de América Latina cuentan en todos los casos con cláusulas democráticas precisamente para recordar y promover las acciones contra los golpes, en sus diversas variantes.
En esta creciente soledad hay que preguntarse cuáles son los posibles caminos para salir del pantano y nunca, nunca, pueden ser otras bayonetas.Esas mismas bayonetas que reclama la oposición venezolana. Lo que se necesita es la participación popular a través del voto y los mecanismos previstos en la Constitución Bolivariana, plebiscitada y aprobada por una amplia mayoría durante el mandato de Hugo Chávez. No hay que intervenir, pero no hay que callarse, hay que defender el derecho y la obligación de que sean los venezolanos que resuelvan su destino, pero sin que las bayonetas le pasen por encima a las instituciones.
Una de las componentes más deleznables del modelo actual en Venezuela es la corrupción a todos los niveles, pero en particular la que se vive en la cúpula del poder. Y es una corrupción cívico militar, que le concedió a las fuerzas armadas el manejo de resortes fundamentales del poder en el país y del manejo de los recursos petroleros. Hay un contubernio indisimulado entre los civiles corruptos y los militares que se han sumado a la fiesta.
¿Es una conspiración de la derecha el manejo de las importaciones y del valor depreciado de la moneda para hacer grandes negociados? ¿Es un invento de los medios reaccionarios los barrios de relucientes edificios construidos por la nueva burocracia petrolera venezolana en Panamá y en Miami?
¿Son los derechistas los que han llevado el asesinato diario de decenas de personas, a que el país alcance cifras de asesinatos por cada 10.000 habitantes dignos de una guerra civil?
¿La inflación, los salarios de miseria, el desabastecimiento generalizado, son fruto solo de la especulación?
La cuestión es de fondo, el "modelo" defendido por algunas fuerzas de izquierda en Uruguay no es solo el viejo reflejo condicionado de que si es malo pero nuestro es explicable y defendible, es mucho más grave, es que quedan bolsones importantes de antidemocracia en la izquierda.
Escuchando algunos balbuceos defendiendo la degradación creciente del régimen que expulsa todos los días a miles de personas, incluyendo una corriente permanente hacia nuestro país, se percibe el apego a ciertos conceptos muy peligrosos, como la continuidad a toda costa en el poder.
En Ecuador se ganó por muy poco, y seguramente se aprenderá, pero se ganó y allí no se aplicó el modelo venezolano.
En temas democráticos hay que ser coherentes a toda costa. Y por eso hay que ser tan duros y enérgicos en la condena del contubernio entre el gobierno paraguayo de Horacio Cartes, del histórico Partido Colorado, y el de los senadores de Fernando Lugo supuestamente de izquierda, que promueven la inmoralidad de un proyecto que permite la reelección y que ha desatado grandes manifestaciones de protesta, y el asesinato de un joven dirigente del Partido Liberal dentro de su propia sede por parte de la policía.
Cuando el poder se libera de toda moral y se transforma en el único punto de referencia, se llegan a esas brutalidades formales, pero sobre todo inmorales.
Lo que sucedió durante muchas décadas en América Latina intenta desmentir a Charles Maurice de Talleyrand cuando decía que "Con las bayonetas, todo es posible. Menos sentarse encima".
Siempre hay fuerzas que creen tener asentaderas tan duras que son capaces de sentarse en esos aceros.
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