El Presidente de la República, Tabaré Vázquez, habló el pasado sábado 7 de marzo durante dos horas y 10 minutos y describió un país, una situación, un estado de ánimo, y la sociedad uruguaya cuatro años después de asumir el gobierno. Había mucha gente y mucha más gente debe haber seguido el acto por los medios. La polémica que se desató durará varios días.

La oposición estaba como siempre agazapada y esperando. No demoró un segundo, apuntaron y disparan a discreción. Lo normal, lo que vienen haciendo desde hace exactamente cuatro años.

El Dr. Lacalle recurre sistemáticamente a esa imagen literaria para responder al diagnóstico de Vázquez. Hace referencia al famoso libro de Lewis Carroll, peligroso camino porque alguno de los personajes como la oruga puede resultar una alegoría sobre ciertos comportamientos políticos o se puede desatar la imaginación sobre el uso de otros relatos para referirlos a gobiernos anteriores, en particular al del propio Lacalle. Nunca hay que olvidar ese adminículo utilizado por los aborígenes australianos, el que va e inexorablemente vuelve...

Vayamos a los hechos. Ninguno de los locuaces opositores se animó a discutir una sola de las cifras, de los indicadores, de la larga lista de resultados económicos, sociales, institucionales, democráticos, culturales, sanitarios, de los derechos humanos, educativos y en la gestión general del gobierno. No pueden. Los resultados son abrumadores, para ellos que se niegan a considerar que el país que creció el 40% en cuatro años – el mayor crecimiento de toda nuestra historia – y que alcanzó también registros históricos en las inversiones y en el gasto social. Ellos no sólo son agoreros de catástrofes ahora cuando vaticinan que la crisis mundial barrerá todos esos resultados, han sido agoreros de tragedias desde antes de las elecciones y durante los cuatro años.

Cuando Vázquez dice "Defraudamos a los agoreros de la catástrofe" es un aspecto fundamental, no sólo desde el punto de vista político, sino cultural, espiritual: era la más dura prueba de la izquierda en toda su historia, debía probar que podía gobernar bien, mejor que la derecha, obtener resultados en terrenos en que los gobernantes eternos se consideraban patrones exclusivos.

Vázquez comenzó su discurso por la economía, no por casualidad. Aunque todos sabemos que la prioridad de este gobierno fue la justicia social, y la economía fue puesta al servicio del objetivo del desarrollo y de la sociedad y ese fue posiblemente el mayor cambio que se ha producido en estos cuatro años. Comenzó su discurso en un prolijo análisis de la economía, porque todos sabemos – aunque algunos no quieran reconocerlo – que esa era la prueba principal. Esa era la línea Maginot, si fracasábamos en la economía, toda la obra del gobierno se vendría abajo.

Y ellos nos dejaron la economía dinamitada, pronta para venirse abajo, con una deuda pública monstruosa, la segunda mayor del mundo y sobre todo dejaron la deuda social en todos los frentes, en la pobreza, en la miseria, en la fractura social, en salarios por el suelo y más abajo también, en otro banco al borde del abismo (COFAC), en la energía al borde del colapso, en los bancos públicos desmantelados.

La izquierda manejó la economía con prioridades totalmente diferentes que los gobiernos de derecha o de centro derecha y además obtuvo resultados muy superiores en todos los indicadores. Y esa era una prueba fundamental, sobre esa dura y cruda realidad podemos edificar algo nuevo, más ambicioso, mejor, más justo y más libre. Y ese es el dolor profundo de los tradicionales dueños del poder. Eso es lo que los desespera, porque saben que por este camino los cambios se hacen irreversibles y su poder social, cultural y económico se afecta irremediablemente.

Fue un discurso justo y medido. Por un instante, por un segundo, imaginen si alguno de los partidos tradicionales hubiera podido exhibir a los cuatro años de su gobierno esos logros, este nivel de aprobación, este nivel de impacto material y espiritual en la vida de los uruguayos. Imaginen lo que hubieran hecho para aplastarnos emocionalmente y políticamente. No pudieron convocar a un acto público de rendición de cuentas y ni siquiera pudieron hablar por cadena de radio y TV sin anunciar tragedias y ajustes. Recuerden, uruguayos, recuerden. Que esta es también una batalla de la memoria.

Además este no fue un acto aislado, el gobierno de izquierda, el gobierno exitoso (que no tienen porque ser sinónimos, ejemplos sobran) se animó a recorrer el país y dialogar con la gente de todos los departamentos a lo largo de muchos meses. El del sábado fue la culminación de ese proceso. Y ellos le tienen pavor porque cambia las relaciones entre la gente y el poder, entre el gobierno y los ciudadanos, porque hace de la democracia algo mucho más vivo y exigente.

Podía serlo, pero no fue un discurso conformista. Todo lo contrario. Dejó claro todo lo que tenemos que construir, que mejorar, que cambiar para que el país alcance los niveles de desarrollo, de libertad y de justicia que nos merecemos. Ese es también un gran cambio.

No fue un discurso sinuoso, desordenado, con marchas y contramarchas, porque eso hubiera sido fatal para un gobierno. Este fue un gobierno que se asumió las responsabilidades, que tuvo un discurso y sobre todo acciones definidas y claras. Y sobre todo serias.

No fue un discurso lavativa, de esos en los que no se define nada, no se propone nada, no se arriesga nada y se flota en el medio, a la espera. A la espera no se sabe de qué.

No fue un discurso especulativo. Los que le atribuyen objetivos políticos secundarios, no se formulan una pregunta muy simple ¿No será esa la visión profunda, la explicación de fondo que Vázquez da y se da a sí mismo de la razón de los éxitos obtenidos en estos cuatro años y de lo que necesitamos para seguir cambiando y avanzando?

Fue un discurso valiente frente a la crisis porque este fue un gobierno valiente frente a los problemas, frente al miedo que nos quisieron legar los anteriores gobiernos de que no se podía hacer nada con las violaciones a los derechos humanos; frente a un país lleno de dudas, de desconfianza, de temores; fue valiente en épocas de condiciones favorables y más valiente ante la sequía, ante las nuevas condiciones internacionales totalmente críticas. Vázquez le puede pedir valentía a la sociedad uruguaya para afrontar con responsabilidad, con seriedad y con entereza la brutal crisis mundial, porque el gobierno ha dado muestras sobradas de esa actitud.

Fue un discurso, una presentación de uno de los mejores presidentes que ha tenido este país en toda su historia, ni que hablar desde la salida de la dictadura y que es un capital político, moral y humano que debemos valorar como parte de los mejores impulsos nacionales. Es un personaje que cuando habla de la cosas las ha vivido, las ha sentido y las asume en toda sus dimensiones, en primer lugar en sus dimensiones humanas, las de sus semejantes. Eso en política es invalorable.

Sus palabras como estadista estuvieron surcadas permanentemente por referencias a la vida cotidiana, concreta, a las pasiones y los sufrimientos de los suyos, los uruguayos. Es un líder profundamente uruguayo. Incluso en su capacidad en recibir las críticas, las andanadas adversarias, los pinchazos de filas propias.

Fue una jornada importante para los uruguayos, porque gritamos a voz en cuello no sólo ni principalmente por nuestro presidente, sino por nuestra confianza en el Uruguay, en este pequeño gran país, poblados de gente tan llena de potencialidades y de contradicciones, tan exigentes con todo y con nosotros mismos. Y por eso es que podemos. A eso también nos convocó Vázquez, a seguir pudiendo.