Pero luego del 26 de octubre me quedó una pregunta atragantada: ¿qué mensaje quisieron transmitir los uruguayos en la campaña electoral y en el día de la votación? ¿Siempre fue el mismo mensaje? ¿O nos mintieron descaradamente?
Yo no soy devoto de la diosa del suicidio, así que no creo en los suicidios colectivos. Es un gesto individual y reservado, difícil que se practique en masa y en público. ¿Fue eso lo que sucedió con las empresas encuestadoras en Uruguay?
En las últimas elecciones todas cojearon en mayor o menor medida de la misma idéntica pata. Le pegaron a los bultos chicos y le erraron fiero a los más grandes, visibles y voluminosos. Le acertaron a la votación del Peri, de UP, del Partido Independiente y le erraron al bloque tradicional (lo sobreestimaron y al Frente Amplio lo hundieron). Unos más, otros menos, y otros escandalosamente. Lo cierto es que las urnas invirtieron los resultados. EL FA les ganó por 4 puntos a ambos partidos juntos.
También le pegaron bastante bien a los resultados de las internas, es decir, a la votación dentro de cada lema. Misterio... otro bulto chico acertado.
¿Qué pasó? ¿Los uruguayos se volvieron todos y al unísono mentirosos? ¿Mintieron en las previas y en las bocas de urna? La "mentirosidad" no es una enfermedad contagiosa, por lo tanto tampoco me afilio con entusiasmo a esa tesis. ¿Y entonces?
Los uruguayos utilizaron la campaña electoral para pasar diversos mensajes, hay que saber oírlos.
Mensaje uno, en las internas del 30 de junio: camarón que se duerme y que deja que lo cubra una nube de humo sin reaccionar, se lo lleva la corriente. Eso le sucedió a Larrañaga.
Mensaje dos, misma fecha: camarón que no logra definir con claridad cuáles son las corrientes fluviales en pugna -no las falsas, sino las verdaderas-, se lo llevan ambas corrientes y lo dejan desorientado.
Mensaje tres, durante los dos meses posteriores a las internas y con el Mundial del Fútbol en desarrollo: el entusiasmo, el compromiso, la participación no son mercancías que sobran en estas épocas, hay que producirlas. La señal de frialdad de los electores con el FA era patente; recuerden el día del Comité de base, a dos meses de las elecciones: frío adentro, frío afuera. Y el camarón bastante a la deriva.
Mensaje cuatro: la realidad es muy potente y la gente forma parte esencial de esa realidad. Cuando la realidad mostró descuartizadamente lo que estaba en juego, lo que apeligrábamos perder, la gente comenzó un doble proceso: le dio a las broncas, desganos, inapetencias políticas y otras molestias su verdadero valor ante la enormidad que se nos venía encima. Mejor dicho, ante la pequeñez que se nos venía arriba. Y reaccionó.
Primero tímida y tardíamente en Montevideo. En el interior fueron más prestos y comenzaron a enarbolar banderas y presencias en las caravanas y los actos, y hablaron las plazas, las calles. Y Tabaré Vázquez, que tiene un oído especial para esos temblores, sintió el sismógrafo y tomó nuevos bríos. Estableció nuevamente esa estrecha relación entre la gente y el candidato.
Es cierto que esa reacción se expresó de muchas maneras, en el discurso en la Rural del Prado, en los programas en los que lo entrevistaron, pero el mayor impacto fue en lo de siempre, en la relación con el pueblo progresista, frenteamplista.
Pero los uruguayos siguieron mintiendo, al menos esa es la tesis de algunos encuestadores. ¿Y si fuera cierta? ¿Si además de haber perdido la brújula de la "ponderación" del trabajo de campo, es decir de las respuestas puras y dudas de los entrevistados, una parte de los interrogados siguieron mandando señales?
Nunca sabremos en qué momento el FA comenzó a crecer esos cinco o seis puntos que le faltaban para la mayoría parlamentaria pero no los suficientes para ganar en primera vuelta. Lo cierto es que en las urnas esos puntitos de oro aparecieron.
Pero ¿y las señales? Las señales siguen allí, no hay manera de comprobarlo pero la gente quiere más seguridad (¡46,9 % votaron por el Sí!), quiere mejor educación, quiere mejor gestión, más prolija, más eficiente y con mejores resultados. Una parte de la gente quiere mejores cambios, más profundos y los quiere a partir de la política y no de la administración o la gerencia. Quiere un rumbo seguro, pero también audaz.
La gente quiere otros cinco años de gobierno progresista para tener certezas, pero también para tener novedades, expectativas, ilusiones. Y las quiere en toda la línea, en lo material, en lo tangible, en lo que se compra el súper, en el shopping o en el mercadito, pero también en la feria de las ilusiones y los sueños. La gente le tomó el gusto a un país que no anda lloriqueando en los rincones por los vientos de frente o por las crisis en cualquier lugar del Planeta porque nos afecta. Le tomó el gusto a sus propias fuerzas y debilidades. Pero propias.
Incluso el programa o la agenda de los otros partidos, los minoritarios, incluyeron obligatoriamente ese país optimista y exigente. Pero nunca, en ningún momento, ofrecieron un horizonte creíble y a mediano plazo que no fuera un recorte de lo que ya está en marcha. No tienen y no tuvieron un Proyecto de país. Y el mercado no lo proporciona, no lo ofrece, hay que armarlo.
Los uruguayos no mintieron a nadie, contaron sus dudas, respondieron con sus broncas, con sus inquietudes, con sus preocupaciones, y al final votaron con sus certezas. Sería pecado -y creo que mortal- quedarnos con la caricatura de esas respuestas, como si fueran idolatría. Son mensajes, complejos e inteligentes. Está en nosotros, no para el 30 de noviembre sino hasta el 28 de febrero del 2020, interpretarlos.
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