Un diario brasilero, de esos grandes y pesados, hace unos cuantos años, casi una década nos trato de “enanos llorones”. Lo peor de todo no es que llorábamos afuera, sino que el llanto más copioso era interno, aquí en el país.
Nuestro llanto plañidero era total. Viajábamos al exterior a trabajar vaciando todos los días un poco más a nuestro país y el viajecito duraba desde hacía 40 años. Pocos partos y muchos viajes. Una de las preguntas principales que rociábamos con nuestras lágrimas era ¿el Uruguay será viable?, incluso en el fútbol llegamos a proponer que considerando las canchas vacías y los recursos escasos sería mejor sumarnos al campeonato nacional argentino... ¿Lo recuerdan?
Creo que el cambio más importante que ha vivido el país, no es económico, ni social, ni cultural, es espiritual y consecuencia de cosas materiales y tangibles, pero de una nueva realidad mucho más honda y compleja que debemos analizar. Una nueva mentalidad en construcción a la que hay que atender en forma permanente.
Viene a Uruguay la presidenta de Brasil Dilma Rouseff con 7 de sus ministros, se firman 12 acuerdos y de igual a igual tratamos temas trascendentes de la energía, la infraestructura, la investigación y sobre todo ir juntos y a todo ritmo hacia delante. Y no se nos mueve un pelo. Hace unos años eso hubiera sido motivo de un desborde informativo y social.
Vuelve a Honduras el presidente depuesto, Manuel Zelaya y en su primer discurso en su país, dice que su objetivo es construir un Frente Amplio como en Uruguay. Y allí está un diplomático itinerante oriental, apoyando el proceso de pacificación.
Ollanta Humala ganó las elecciones en Perú. Es el mismo que las perdió en las anteriores, apoyado con todo por Hugo Chávez. Ahora cambió de sponsor y de discurso, se apoyó en el Brasil de Lula y en varias oportunidades tomó como ejemplo al Uruguay, gobernado por la izquierda. Y ganó.
Ambos ejemplos son de países con éxitos económicos innegables, pero sobre todo de éxitos sociales. El Perú de Alan García tuvo excelentes resultados económicos, de los mejores de América Latina, con un pequeño detalle, tuvieron un muy bajo impacto en los dramas sociales que ahogan a Perú. Por eso hay que valorar que nos toman de ejemplo o como referencia por una visión de conjunto, economía y sociedad.
Después de 40 años hemos invertido la tendencia y ahora vuelven más uruguayos de los que se van. Es cierto hay crisis mundial, pero también es tan cierto que el Uruguay tiene 6% de desocupación... Además hay un goteo permanente de familias del exterior que se radican en Uruguay. Y eso también es nuevo.
Hasta en el fútbol somos diferentes. Un cuarto lugar extraordinario en el mundial puede ser un recreo en la decadencia, pero ya no es sólo eso, clasificamos para las olimpíadas, y Peñarol está en la final de la Copa Libertadores. Y tiene un record, es el cuadro que más espectadores llevó a sus partidos. Si, en forma absoluta, no proporcional a nada. Y las entradas no son regaladas por cierto.
¿A quién se le ocurriría hoy preguntarse si somos viables como país, como gobierno de izquierda, y si tenemos que integrarnos a otro campeonato de fútbol?
La lista podría seguir: hemos mejorado en todas, absolutamente todas las posiciones del país en clasificaciones internacionales hechas por los más diversos organismos internacionales, fundaciones, empresas y medios de prensa. Eso si, las calificadoras de riesgo, casi no se enteraron y prometen que cuando se despabilen de las “triple A” que le dieron a bancos en bancarrota y a países en crisis total, podrán atender a nuestro país, que paga por sus colocaciones en títulos en el exterior mucho menos que países que tienen “Investiment grade”.
Con todo esto, los uruguayos no dejamos de quejarnos, de discutir, de ser críticos, de cuidar los equilibrios entre inversiones y medio ambiente, entre inversiones y calidad del empleo, entre una seguridad que nos preocupa y una educación que nos preocupa todavía más.
Lo que creo que aprendimos en todos estos años, del enano llorón al enano peleón es que hay que hacer, producir, concretar, avanzar con hechos y no con diagnósticos interminables y discursos eternos. Hay que pensar, buscar, estudiar y hacer.