La gran pirámide de Giza es la más antigua de las Siete maravillas del mundo y es la única que aún perdura. Es la mayor de las pirámides egipcias, construida por el faraón de la cuarta dinastía del Antiguo Egipto, Jufu (también conocido por su nombre griego Keops). Fue el edificio más alto hasta el siglo XIV. Está formada por 2.300.000 bloques de piedra cuyo peso medio es de dos toneladas cada uno y está revestida por 27.000 bloques de piedra caliza blanca pulidos. Fue construida enteramente durante el reinado de Jufu del año 2.579 antes de nuestra era, al año 2.556. Es decir en 23 años.
El edificio de la Plaza Independencia, de 11 pisos, cuyas llaves fueron entregadas al Presidente de la República Tabaré Vázquez, fue construido exactamente en el doble de ese tiempo, en 46 años... Una de las curiosidades del libro Guiness y sin duda un récord difícil de superar. El mayor monumento a la desidia, a la derrota, a la falta de impulso, al desastre nacional. Todo eso sólo en once pisos.
No es una calamidad natural, no es una maldición que pesa sobre la raza oriental, porque los uruguayos construimos en los años 30 en sólo 9 meses el mayor estadio de fútbol del mundo, el Centenario. Es una patología adquirida y no genética y que nos atacó en los últimos 50 años. Uff... lo terminamos, el edificio cuya construcción llevó el doble de tiempo de la mayor pirámide de Egipto...
Es posible que ese hecho pase desapercibido. En apariencia no impacta sobre la vida concreta de los uruguayos, no importa que le cambie la fisonomía a la principal plaza del país, que revitalizó toda la zona, lo más importante no es eso. Lo valioso, lo importante es el mensaje inmaterial, subyacente de que cambiaron los tiempos, que los uruguayos no nos sentamos a mirar el pasado con nostalgia y resignación, que nos sacamos esa vergüenza nacional de encima, que terminamos lo que empezamos, que podemos.
Es un cambio espiritual, un cambio de estado de ánimo desde el poder, que en definitiva tiene un papel fundamental en los impulsos y los frenos de una sociedad. Y no es la única señal, vamos a terminar el teatro del SODRE que lleva décadas sin terminar, pudimos comenzar y vamos a culminar exitosamente, organizadamente la distribución de una computadora para cada escolar y sus maestros y no lo hicimos atado con alambre, a los ponchazos, se hizo en forma impecable, organizada, con asistencia técnica, con capacidad y planificación.
Sólo si seguimos por esta senda, si nos sacamos definitivamente el complejo de enanos llorones y resignados, si comenzamos y sobre todo si terminamos nuestras grandes obras en tiempo, calidad y forma podemos salir del letargo de tantos años y ser un país con futuro, con proyecto, con fuerza.
¿Por qué fue posible hilvanar este conjunto de perlas de las que nos tendríamos que sentir orgullosos? La primera y fundamental razón fue porque existió la voluntad política el liderazgo capaz de concretar esa voluntad: Tabaré Vázquez. Si se le pone una cosa en la cabeza es de una tenacidad a toda prueba. Ese ha sido su principal mérito, elegir las prioridades sociales, económicas, culturales, de la salud y la educación y batirse en serio para que se concreten. Y los que lo conocen un poco saben que además de su firmeza, le pone absolutamente toda su voluntad y su capacidad.
Vinieran los vientos de donde vinieran todos podíamos estar seguros que esos proyectos y otros se iban a cumplir. Eso es gobernar en serio, eso es liderazgo político, esa es la voluntad política sin la cual nada funciona. No la de los discursos, sino la de los discursos apoyados por hechos, por acciones, por firmeza en el rumbo. Ayer cuando recibió la llave de la “Torre Ejecutiva” en ese gesto pequeño y de circunstancias hubo una enorme simbología de cambio de época en el Uruguay. Vázquez se merece esa llave como nadie en los últimos cincuenta años.
Pero sólo con voluntad política no alcanza, hace falta plata, el vil e imprescindible dinero. Se pueden tener los mejores proyectos y la más firme de las voluntades pero llegado el momento sin recursos todo fracasa. El otro responsable es Danilo Astori, es la economía nacional que saliendo de un pozo, de una enorme fractura social, de una deuda agobiante no se quedó paralizado administrando la decadencia, explicando las limitaciones, sumándose al llanto histórico que ahogo el país, logró que la economía uruguaya generara de manera genuina los recursos necesarios.
Sin una economía en crecimiento, sin rumbo claro, sin la perfecta coordinación con el presidente y su total apoyo en los momentos críticos – que los hubo – nada de eso se podría haber concretado. Alguna de las cosas si, podrían ser una excepción, pero no todo lo que se hizo, no el cambio radical en las políticas e inversiones sociales, en la educación, en las obras públicas, en las obras simbólicas, en el Plan Ceibal o el FONASA y en muchas otras cosas. Es el conjunto lo que le da valor, lo que expresa una política, un rumbo, una actitud.
Qué gran injusticia, qué enorme ingratitud colectiva con alguien se está produciendo y ha sido organizada paciente y concientemente por los grandes medios de información del poder tradicional: ocultar la responsabilidad y los méritos del ministro que se hizo cargo de un país en crisis y aplicando una política económica y social le dio al gobierno y a la sociedad los recursos para estos cambios.
La derecha vive despotricando contra la reforma fiscal y contra el IRPF sabe perfectamente que sin ella, todo eso no hubiera sido posible, pero en la izquierda de alguna manera muchos nos lavamos las manos, nos hicimos los desentendidos y sólo festejamos la confianza que nos dio y le dio al país y los cientos de millones de dólares para las políticas sociales. En épocas electorales nadie lo reconocerá, pero es rigurosamente cierto.
Lentamente, muy lentamente la verdad se va abriendo paso. El otro día alguien me dijo una frase como una bofetada: "a mí el IRPF me cuesta plata, mucho más plata que antes y al principio tenía furia, ahora le agradezco porque me permite, me obliga a ser solidario en serio, a contribuir a construir otro país mucho mejor".
Hoy es un día de festejo, aunque no nos mudemos nosotros ni la mayoría de los uruguayos a la "Torre Ejecutiva" de la Plaza independencia, aunque todos esperamos no tener que utilizar nunca el nuevo hospital de agudos que se habilitará en el viejo edificio Libertad, pero lo cierto es que pasar por la plaza, por debajo de esa pasiva vidriada y luminosa y recordar la vergüenza de los andamios perpetuos, del cemento desnudo, de los vidrios inútiles, de una escenografía en lugar de un edificio me da una sensación de alivio, de triunfo. Aunque yo no tenga nada que ver, en realidad es una victoria contra el país atado con alambre que logramos todos los uruguayos.
Las victorias son efímeras y tienen muchos padres y madres. Hay que regarlas y hacerlas florecer siempre y hay que conocerles las verdaderas paternidades, por justicia y para que sigan guiándonos.