Cuando le preguntaron a Mujica a boca de jarro qué balance hacía de su primer año de gobierno, dijo que las cosas andaban más lentas de lo que esperaba. Creo que es una sensación de todo gobernante dispuesto a producir, a mover el país, a avanzar. En particular si es de izquierda y quiere seguir cambiando en serio y profundamente el Uruguay.
La velocidad, es decir el ritmo de las cosas en el Estado y en la política, definen algo fundamental: su oportunidad y su valor. El tiempo es uno de los elementos que más ha cambiado en la sociedad de la información global. La velocidad de los cambios políticos, informativos, económicos, en el comercio y la tecnología influyen de manera determinante en todas las sociedades.
Una buena idea aplicada en forma lenta puede ser una traba muy seria. Eso no habilita a todos los apresuramientos. No se trata de una idea aislada, sino del ritmo de los procesos, de cada uno de los pasos y movimientos. Nos sucede a todos a nivel de nuestras vidas. Hoy el tiempo, es decir la oportunidad, es fundamental en cada definición. Y los errores y las lentitudes se pagan muy caro.
Esto sucede en el trabajo, en las profesiones, en los negocios, en los estudios, en las investigaciones, en las inversiones hasta en la salud. En todo. Nuestra época es cada día más una carrera contra el tiempo y contra el uso del tiempo que hacen otros actores sociales, culturales y económicos, que compiten y cooperan o pueden cooperar con nosotros.
Quedarse atrás es uno de los mayores peligros de nuestra época. No es filosofía común, no son párrafos que quedan bien para todas las circunstancias, es profundo sentido crítico.
Los Estados no fueron pensados ni construidos con esa visión, al contrario, desde el nacimiento de las máquinas y las normativas estatales su principio fue crear un tiempo propio, independiente regulado por sí mismos y donde los propios mecanismos definen en su interior el valor del tiempo. Ese era el principio, luego venían las excepciones... muchas veces aceitadas por mecanismos no tan santos.
Cuanto más lentos se ponían los Estados, más tentaciones había de aceitar la maquinaria.
Los uruguayos podemos dar cátedra de un tiempo estatal autónomo y propio capaz de devorarse los mejores propósitos y que se alimentó y todavía se alimenta de su propia visión del uso del tiempo. Sucede a todos los niveles y en todos los poderes del Estado. Nadie se salva. En algunos casos llega al escándalo, en otros es más sutil.
Parte de una idea central: todo, la realidad material, espiritual e intelectual de la nación debe adaptarse a los tiempos impuestos por el Estado. Es decir por leyes y normas que se hacen cumplir por mujeres y hombres que son sus custodios.
Es justo reconocer que sobre ese andamiaje está organizado el país, y que en lo fundamental durante décadas nos sirvió y nos sirve para existir como sociedad civilizada donde no impere la arbitrariedad más absoluta y total. El Estado es imprescindible. Es más – comparativamente – el Estado uruguayo ha demostrado tener no pocas ventajas. Pero se quedó herrumbrado, viejo y sobre todo lento.
Asumamos por otro lado que el origen de nuestros “Estados” tiene una fuerte influencia colonial, en particular borbónica. Y en muchos pliegues del estado eso se nota.
Si me preguntaran cuál es el cambio más urgente y necesario que deberíamos encarar a todos los niveles, es el de la velocidad, el del uso del tiempo, el de la oportunidad. Necesitamos acelerar todos los procesos. Y eso no tiene porque ir en detrimento de la eficacia, de la transparencia y del control. Hoy existen mecanismos que permiten perfectamente combinar todos esos elementos.
El Estado debe aceptar que no es “Cronos” el díos del tiempo y que su función no es regular el tiempo de todos los comunes mortales que vivimos a su amparo o a su merced. Lo primero que había que hacer es revisar todos los procedimientos a todos los niveles – incluyendo los procesos judiciales que son enfermantes – y acortarlos. En serio.
Habría que incluir en casi todos los casos una norma que obligara a las definiciones y a asumir los riesgos y las responsabilidades. Transcurrido cierto plazo sin definición del Estado, se considerará que hay una aprobación ficta. Y la responsabilidad por decidir o por dejar pasar los plazos debe ser de igual importancia. La lavada de manos es otra forma de hacer todo muy lento. Y de lavarse las manos.
Si una oficina pública no es capaz de seguirle el ritmo a los acontecimientos a su cargo, debe existir un mecanismo para que los ciudadanos, los usuarios, los involucrados, las empresas puedan reclamar de inmediato los cambios necesarios y fundados. Parece una simpleza, pero el de que no debe haber discrecionalidad con el uso del tiempo de los demás y con las responsabilidades propias, es una revolución en la estructura del Estado. Eso tiene directa relación con la cantidad de papeles, formularios y declaraciones de todo tipo que se requieren a cada paso en el Estado. ¿No será posible estudiar un sistema más simple, más moderno, más fácil para todos?
Y hay algo es inexorable, lo que los trámites y los reglamentos no cambian, no detienen es el crecimiento de las plantas, de los animales, de los árboles, de los procesos naturales que están explotando productivamente en Uruguay y que no se detienen ni se adaptan a nuestras lentitudes. El Uruguay productivo se está llevando por delante al Estado y a la burocracia. Y eso es muy peligroso.
Una cosa similar sucede con los procesos sociales, con la educación, la seguridad pública, los procesos judiciales, y muchos otros “detalles”.
Gobernar y hacer política tiene necesariamente una obligación central: decir si, o decir no, pero decidir. No se puede flotar. El mayor peligro que afrontamos los uruguayos en los temas estratégicos y centrales del Proyecto Nacional es la lentitud, la contemplación, la falta de responsabilidad para asumir decisiones. A todos los niveles, comenzando por lo más arriba de todo.
Se perfectamente que es fácil decirlo y extremadamente complejo para hacerlo, pero es importante discutir y poner el foco de atención en esa famosa “madre de todas las reformas”, que muchas veces se ha transformado en la “tumba de todos los crack”. La reforma democrática y progresista del Estado. Lo que está muy claro es que lo que no podemos perder es tiempo. No tenemos.