Todo parte de una experiencia personal. Cinco de la tarde en 18 de Julio y Río Negro, gran griterío, gran. Una señora sale de una de las galerías gritando y señalando a una persona que corría por la vereda. "Me robaron, me robaron". El señalado corrió unas pocas decenas de metros y fue interceptado por algunos transeúntes, uno de los cuales le hizo una zancadilla. Cayó al suelo y le comenzaron a propinar una buena golpiza. Con saña, con bronca, con cierta ferocidad. En pocos instantes llegó un policía, separó a la gente y esposó al sospechoso. Mientras lo esposaba tenía que cuidarse de las patadas que le lanzaban a su detenido. Se formó un amplio circulo de gente.
Me quedé observando. Era la gente habitual a esa hora de la tarde en pleno centro de Montevideo. Gente como todos nosotros. Gente como yo, pero feroz. Hay que asumirlo: el delito nos ha puesto a todos muy enojados y feroces. Si no llegaba el policía de inmediato el acusado las hubiera pasado realmente mal. Se había robado de un local de la galería algo más de mil pesos. La cantidad es lo de menos, si hubiera robado diez pesos o un millón la reacción hubiera sido la misma. Nos había robado a todos los presentes.
El fugitivo acusado, además de una cara de susto tremenda, tenía unos 30 años, estatura mediana, vestido con una camisa bordó y pantalón azul, con zapatos con suela de goma, tez blanca y ojos claros. Nada que ver con el estereotipo del ladrón que todos nos hacemos. El también era uno más entre la gente. La diferencia es que corría desesperadamente.
El fugitivo cautivo con las esposas fue arrodillado al borde de la calle a la espera de un vehículo de la policía que lo recogió. El espectáculo era lamentable. El policía estaba alerta ante las posibles reacciones de la gente.
Los uruguayos somos reconocidos y apreciados por nuestra educación, por las muestras de urbanidad y convivencia. El delito hace aflorar lo peor de nosotros, no sólo el instinto de conservación, sino la bronca por nuestros miedos, por esa imagen saturada que tenemos de la pobre gente que roban, asaltan, maltratan. Una parte importante de la sociedad pide mano dura. No tengamos ninguna duda. Incluso gente de izquierda, que era estadísticamente la mayoría de los que estaban en nuestra principal avenida ese día del mes de abril, rodeando con caras de malos al ladrón, quiere mano dura.
Ahora ocupémonos del principal personaje de tarde. Lo observé atentamente y creo que otro de los efectos que se ha producido en nuestra sociedad – en el extremo opuesto, en esa minoría que delinque -, es que violar la ley se ha hecho mucho menos grave, forma parte de una opción de vida para alguna gente. El mensaje que transmitimos y que recibimos es que ser delincuente es relativamente fácil y que la relación costo- beneficio se integra para algunos sectores en su horizonte vital. ¿Para cuántos? No podemos saberlo.
No tengo más que percepciones para afirmarlo, pero considero que el delito se ha banalizado, que en determinados sectores se ha producido una brecha cada día más profunda e incolmable que está cavada por razones sociales, por la destrucción de familias y de afectos, por soledades muy profundas y por razones culturales. Del otro lado de la brecha hay una cultura del delito.
En el tiempo que me dejen mis actuales ocupaciones voy a tratar de averiguar más, de conocer un poco más de ese mundo. No es otro planeta, está aquí, al lado, forma parte de nuestro mundo. De nuestra vida cotidiana.
¿Cuánto sabemos, cuánto investigamos, cuánto seguimos esos procesos en el Uruguay? No me refiero a las estadísticas – muy necesarias – sino a lo que hay debajo de ellas. ¿cuánto ha influido la pasta base, los psicofármacos, el éxtasis, o el pegamento en la profundidad de esa zanja y en la gente que se ha quedado del otro lado, fuera o dentro de las cárceles?
¿Cómo operan la capilaridad en la distribución de la droga en todo el país, las redes que se forman a partir del consumo y la venta al detalle de esas drogas y que alimentan otras cadenas delictivas como la venta y alquiler de armas y de mano de obra, en particular de menores y de jóvenes para el delito? Para cambiar, primero conocer y comprender.
Soy de los que creo que no se puede justificar el delito a través de las largas explicaciones sociológicas, que la izquierda debe demostrar que puede, que sabe frenar al delito para tener tiempo de aplicar políticas integrales de medio y largo plazo pero tengo miedo que la principal víctima de la inseguridad no sean los asaltados, los rapiñados, los copados sino nuestra sociedad entera, sus reflejos y sus valores y terminemos siendo todos un poco fachos. Nos habríamos dejado robar algo demasiado importante. Precisamente por eso no podemos dejarle el tema a la derecha o aportar algunas simplezas desde la izquierda.
Pero está claro que no es una sensación térmica, son cambios profundos y complejos de la sociedad uruguaya.