Separar la historia, la geografía, los mitos, las realidades, el turismo, la cultura, el folclore, el tango, las familias y hasta las virtudes y defectos de los argentinos y los uruguayos es tarea difícil. Y no hablemos de fútbol. No hay muchos pueblos en la región y en el mundo que se entrecrucen de tantas maneras y sigan siendo diferentes.
Yo viví en ambos países, 16 años en Argentina, 37 en Uruguay y 6 en Italia y otros lugares. Soy uruguayo, no por nacimiento sino por militancia, por convicción, que es la peor y la mejor manera de tener una nacionalidad. Hay que levantarse todas las mañanas y justificarlo. Yo lo hago.
Hice la escuela primaria en Argentina y secundaria en Uruguay. Así que a mi manera conozco las dos versiones de la historia. Ni siquiera en mis años infantiles cuando venir a Uruguay en el vapor de la carrera o en el hidroavión desde Buenos Aires era una odisea, las relaciones entre los dos gobiernos fueron peores. Malas por donde se las mire. Y hace pocos días llegaron al peor nivel.
La causa: una escalada de situaciones desencadenada a partir de dos hechos. Depende desde la orilla que se mire, lo primero fue la construcción de las plantas de celulosa y luego vinieron los piquetes y el corte de puentes. En realidad hasta que se iniciaron las alarmas y las medidas de Gualeguaychú, todo se había movido en el más estricto plano diplomático. Incluso alguna diferencia se resolvió con negociaciones y conversaciones culminadas con un mensaje del presidente Nestor Kirchner al congreso argentino, dando por terminado el diferendo. ¿Lo recuerdan? Ya es un clásico de nuestras relaciones diplomáticas y políticas.
Todo comenzó a cambiar cuando en Gualeguaychú decidieron que las plantas de celulosa (la de BOTNIA y la de ENCE) eran un peligro para su propia supervivencia, para su salud, para su futuro y decidieron responder proporcionalmente. Sin límites. Manifestaron, protestaron y luego bloquearon de manera intermitente y luego fija y permanente los puentes.
Con el desarrollo de conflicto nos enteramos por la prensa argentina que el gobernador de Entre Ríos, Busti había festejado ante la posibilidad de que una pastera se instalara en su provincia hace algunos años, luego nos enteramos de su pasión ecológica y posteriormente de su apoyo moral y material a los piqueteros. Y los puentes siguieron cortados.
Argentina decidió presentar la controversia en La Haya. En eso estamos ambos países, esperando. Uruguay presentó el corte de los puentes como una violación al tratado del Mercosur. Se pronunció contra los cortes. Los cortes siguen allí.
Argentina previamente se había presentado ante el Banco Mundial para que negara la financiación al proyecto. Idas, venidas, estudios de todo tipo. Le dieron la financiación a Botnia. Y los puentes sigue cortados.
Hace un año Argentina decidió solicitar a la corona española una mediación entre dos naciones seguramente porque en algún momento formamos parte del mismo virreynato. Y metió al rey y a España en un gran berenjenal, del cual no logró salir. No pudo el Mercosur, otras naciones hermanas ¿qué podía cambiar España? Y emprendimos juntos el camino de la facilitación. Reuniones en Madrid, en New York y finalmente en Chile. Diplomacia de alto vuelo. Nada de nada, no avanzamos un milímetro. Y los puentes siguen bloqueados y piqueteados.
Mientras tanto la Argentina se anotó un tanto. La empresa ENCE anunció en Buenos Aires (¡!!) que no construiría su planta en Fray Bentos, se mudaba. Luego de muchas ideas y venidas ahora el proyecto es en Conchillas, departamento de Colonia. Y los piquetes inmutables.
Botnia completó su obra, su inversión, todo lo que el estado uruguayo le pidió e incluso un poco más y esperó. Estaba todo pronto y el rey solicitó más de tiempo. Un último esfuerzo en Chile. Allá fuimos, con técnicos y diplomáticos. Casi ni se reunieron. Y los piqueteros también se fueron a Chile.
Una semana antes los argentinos eligieron una su nueva presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Hizo pocas declaraciones sobre el tema, pero en una utilizó una lógica implacable: la planta de Botnia en algún momento va a comenzar su producción y si se demuestra que no contamina, habrá que asumir esa realidad y actuar en consecuencia. Aceptarlo. Nosotros agregamos que si contamina, los primeros que la cerraremos seremos los uruguayos, porque estamos más cerca y más expuestos.
Los piqueteros-asambleistas reaccionaron con ferocidad y siguen allí en la ruta 136, aunque un pequeño grupo llegó a Chile y el presidente Kirchner les volvió a dar su respaldo, el mismo que les dio cuando al frente de todo su gabinete y varios gobernadores organizó un gran acto en Gualeguaychú. ¿Un gesto espontáneo, apresurado? Lo dudo.
Tengan la más absoluta seguridad que si los análisis del agua de río, del aire, de la tierra y de las almas demostrara que Botnia produce y genera perfume de rosas y azahares y bonifica el ambiente, los piqueteros de Gualeguaychú no lo aceptarán nunca, porque el fanatismo, en cualquier orden de la existencia humana nunca se rinde ante ninguna evidencia. Ellos seguirán allí en el puente y ahora en una isla cercana, controlando, oteando, olfateando y despotricando.
El pasado sábado 10 de octubre la planta de Botnia comenzó a funcionar. Y todos nos sacaremos una enorme duda: ¿Contamina? Yo no creo en la bondad y la generosidad de las empresas, ni tampoco en su espíritu satánico, me guió por su lógica. No creo que nadie en su sano juicio arriesgue una inversión de mil cien millones de dólares y el valor de una empresa de 11 mil millones de dólares que cotiza en la sacrosanta bolsa de Wall Street ante la posibilidad de contaminar. Pero, me quiero sacar esa duda existencial: ¿contamina?
Cuando pasen los meses y se compruebe la lógica implacable del capital y el comercio (los clientes de Botnia no le compran a empresas contaminantes) ¿qué harán los bloqueadores profesionales del otro lado del río? ¿Seguirán allí, esperando el milagro de que le pongan rulemanes a la planta y la relocalicen o se guiarán por la lógica implacable de su presidenta?
Surge una pregunta abrumadora: ¿Valió la pena? Para nosotros los uruguayos la respuesta en fácil, tenemos 700 mil hectáreas de forestación y no queremos que se vayan al exterior en forma de troncos o a lo sumo de astillas, queremos procesar la madera, hacerla paneles, puertas, ventanas, celulosa y si fuera posible papel y cartón. Nosotros queremos tener el derecho a elegir los caminos de nuestro desarrollo y de nuestro futuro y por encima de todo ello, queremos dejar claro que nadie se nos puede meter en nuestra casa a marcarnos el camino aunque para ello nos cierre otros caminos.
A nosotros nos va la vida, no solo la pasta. Para los argentinos, a los entrerrianos, a los correntinos y misioneros que tienen 3 millones de hectáreas de aptitud forestal y que dentro de pocos años tendrán sus buenas plantas de celulosa funcionando ¿Valió la pena? Todos sabemos que el tiempo cura las heridas, sobre todo las colectivas. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que nos olvidemos de estas heridas?
Hay una cosa que nadie puede negar, si muchos nos calláramos sobre este tema, si hubiera menos murmullos, declaraciones, aclaraciones y pirotecnia verbal la posibilidad de avanzar, de darle al conflicto la verdadera dimensión y proporción serían infinitamente mayores. Tiempo, señores, tiempo. Y un poco de silencio, que hablen los hechos.