No quiero zafarme, callarme y atragantarme. Voy a opinar sobre el paro general del pasado miércoles 20. Fue un despropósito, un error político y no ayuda en absoluto a los trabajadores ni a los sindicatos. Desde el punto de vista concreto de las reivindicaciones – suponiendo que alguna importancia tienen en un paro – no obtuvo ni obtendrá ningún resultado, y desde el punto de vista más general y estratégico támpoco.
Nunca, en mis 46 años desde que tengo uso de razón política vi un paro tan promocionado por la gran prensa. Nunca jamás. Era obvio, el primer paro general de 24 horas contra el primer gobierno de izquierda, fue una gran noticia. Y además fue un gran negocio para la derecha. Y cada medio por razones diversas lo utilizó. Nos utilizó.
Creo que todos hemos aprendido que las cosas son más complejas, no son sólo blanco y negro o izquierda y derecha. Hay muchos matices. Pero siempre es bueno tener claro los ejes principales, de lo contrario de tantos matices terminados no distinguiendo ningún color y todo nos da igual.
Fue un profundo error, que calca y recalca sobre un error que se viene acumulando: desde ciertos sectores de izquierda desplazan el eje de la contradicción de la lucha y la disputa con las fuerzas conservadoras a una disputa interna a la propia izquierda. La base de todo el proceso de acumulación que se inició hace varias décadas, y de la propia unidad fue precisamente saber elegir con claridad los ejes políticos, sociales, ideales y culturales de las contradicciones en el país. Sin eso nada hubiera sido posible y nos hubiéramos extraviado siempre.
Este continente y el mundo está lleno de izquierdas que son testimoniales, fragmentadas y sobre todo inexistentes, o meras voces de la protesta. La izquierda se queda con la protesta y el malhumor y la derecha y sus alrededores se queda con el poder. Son las izquierdas más puras y más feroces entre ellas. Y conviven con las derechas más cómodas del mundo.
La unidad y el crecimiento constante de la izquierda no son un estado de gracia, una casualidad, ni siquiera una genialidad táctica o un fogonazo de campaña, fueron y son un esfuerzo constante, una visión estratégica y una capacidad de negociación y de generosidad dentro de la propia izquierda. Y eso pautó también la responsabilidad institucional democrática, la posibilidad de construir el bloque de los cambios. Paso a paso.
Hay fuerzas dentro de la izquierda que están renunciando a eso, que anteponen el conflicto y el debate interno a la izquierda, la disputa de posiciones y de purezas programáticas a la gran batalla unitaria contra nuestros adversarios. Aunque se arropen con las declaraciones más radicales. El resultado de ese camino todos sabemos donde termina. El mundo está lleno de ejemplos.
Van tres años y medio de gobierno progresista. ¿Qué alguno de los promotores del paro me mencione otro gobierno en los que los trabajadores y los desocupados que se han transformado en trabajadores han obtenido más beneficios y los cambios han sido orientados a favorecer a los más sectores débiles? ¿Otro gobierno en los que se hayan realizado tantos cambios es aspectos directos y concretos de la vida de la gente: el trabajo, la salud, la educación, los salarios, las jubilaciones?
Esos son logros de todo el gobierno encabezado por Tabaré Vázquez. No hay ministerios buenos y ministerios sospechosos de no ser fieles al programa. Esa es otra de las barbaridades que cometen ciertos sectores de izquierda. En todos los casos el gobierno actuó con sentido nacional – nuestra gran promesa – y en un adecuado equilibrio entre las políticas específicas y el proyecto nacional. Y eso es el gobierno.
Los que fría y premeditadamente utilizan a los trabajadores, debilitan a los sindicatos y al futuro del país, para apilar maderitas en una supuesta hoguera de radicalización de la izquierda, de pureza programática, no sólo se equivocan, están reforzando la peor de las alternativas: la restauración de la derecha. Eso si, con la mejor buena voluntad y la máxima independencia de clase.
En estos tres años y medio nadie acalló las opiniones de nadie, el debate está plenamente abierto y lleno de contradicciones y aportes y nadie quiere imponer unanimidades. Ya sabemos donde llevan las unanimidades dentro de la izquierda. El problema es cuando nos pasamos de la raya. Y un paro general totalmente fuera de lugar, cuando el gobierno está empeñado en tantos frentes a favor de los intereses nacionales y populares, es una barbaridad. No estuvo a la altura de la historia y las tradiciones del movimiento sindical uruguayo.
No es una responsabilidad sólo o principalmente de los dirigentes sindicales que lo promovieron, es una responsabilidad de los frenteamplistas, de los que no defendemos suficientemente este gobierno, los que dejamos que una dirección como la de ADEOM - que no representa en absoluto a los trabajadores municipales en su conjunto -, instale una situación de permanente confrontación. Es responsabilidad de los que nos replegamos y murmuramos en los rincones y no damos la batalla donde corresponde. En todos lados.
Corremos el peligro, serio y tangible de que cuando nos demos cuenta que ciertos silencios cómodos, refuerzan el desborde, la irresponsabilidad, cuando percibamos que algunas fuerzas políticas ya no se hacen responsables de la suerte del conjunto del movimiento popular, sino de su chacra, sea demasiado tarde y que el rastrillo de derecha y de centro derecha que han organizado prolija e inteligentemente los blancos – incluso con alguna ayuda nuestra – puede volver a gobernar. Ese día, el paro del 20 de mayo y las conductas políticas que lo sustentan serán huérfanos, guachos de toda paternidad y maternidad. Y todos nos lavaremos las manos. Los que no podrán hacerlo y recibirán todo el impacto de la restauración serán los trabajadores, la inmensa mayoría de los jubilados, la gente. Es decir la única referencia clave de cualquier política de izquierda. Y todos iremos a llorar al cuartito.