"Yo he perdido fuerza del brazo derecho, entonces, ya te entran... Estoy tratando de poner la mejor buena voluntad y el mejor optimismo, y decirme que la vamos a pilotear. "Vamo´ arriba", como dicen los uruguayos: "Vamo´ arriba la celeste". Decía en un reciente reportaje Roberto Fontanarrosa, el genial dibujante rosarino que se murió la semana pasada a los 62 años de edad.
Sus historietas, sus cuentos, cruzaron una buena parte de la historia y de la crónica argentina de las últimas décadas. No sé cuantas son. Yo en general no leo las viñetas, pero si aparecía el gaucho retorcido y atormentado de Inodoro Pereyra, o la corpulencia pestilente de Boggie el aceitoso, me sumergía hasta el cuello, hasta el jopo. No hay una explicación racional, porque con interrupciones lo hago desde hace más de 30 años.
Hizo de la historieta, del humor en cuadritos dibujados, una de las cosas más inteligentes, agudas y redondas. Nos reíamos de nosotros mismos. Y si alguien escribiera de él cosas muy serias, estoy seguro que "el negro" se revolcaría en su tumba riéndose de todos nosotros y sobre todo de cualquier solemnidad.
En una conferencia internacional sobre la lengua española, con toda la pompa y la seriedad del tema, Fontanarrosa se dedicó a defender las malas palabras y puso en su lugar uno de los usos principales del lenguaje: la risa, la alegría, las bromas. Y los asistentes cruzaron esa sutil frontera de la alegría, de la risa sobre las cosas importantes y triviales.
Los conocí sólo a través de sus historietas, de algún reportaje y de sus libros, pero me cuesta pegar el gaucho renegau Inodoro Pereyra y su perro de raza indefinida o al mercenario de Boggie el aceitoso escupiendo por un colmillo a la persona, al dibujante que les dio vida. Logró un milagro, como Quino con Mafalda y sus amigos, como Peloduro con sus personajes, tenían vida y personalidad propia pero además reflejaban una parte de nuestras propias sensibilidades. Eran externos a su creador y se nos metieron en nuestras almas.
Recuerden cómo se presentó el gaucho bravo de las pampas: soy Pereyra por mi mama, e Inodoro por mi padre que era sanitario. Era un inodoro con pasado y tradición profesional, así como Mendieta una "cristiano emperrado" por algún milagro o eclipse raro. En su rancho de terrón, además de su mujer Eulogia y su perro Mendieta, en el chiquero habitaba un chancho con nombre de rey caldeo: Nabucodonosor y en una de sus confesiones Inodoro declaró "Estoy comprometido con mi tierra, casado con sus problemas y divorciado de sus riquezas". De lo que nunca estuvo divorciado es de su gente.
Mientras que su otro personaje Boggie el "aceitoso" es un prófugo eterno, mercenario de lo peor, matón y asesino, su única relación afectiva es con las armas. Pero lee a Truman Capote.
Fontanarrosa además era escritor. Sus tres novelas, El Área, Best Seller y La Gansada y varios cuentos son retratos tan trabajados, tan densos como sus dibujos de seres humanos de muchas derrotas y alguna tímida victoria y sin embargo no era en absoluto un negativo, era un apasionado, del fútbol, hincha de Rosario Central y de la vida. La peleó hasta el último momento, incluso no todos saben que vino a Uruguay a hacerse un tratamiento contra su terrible enfermedad neurológica, no hace mucho tiempo. Hasta los títulos de sus cuentos son un esfuerzo por rescatar y darle valor a las cosas cotidianas, las de todos los días, los ladrillos que construyen cualquier edificio, los grandes y los pequeños. Sus cuentos fueron: No sé si he sido claro, Te digo más, Usted no me lo va a creer, El mundo ha vivido equivocado.
Sus relámpagos chistosos siempre tuvieron mucho que ver con la política y el poder que fueron fuentes fundamentales de su inspiración y blancos de sus dardos.
Ojalá Inodoro Pereyra pudiera - dialogando con Mendieta - seguir contándonos algo más del alma de ese gran dibujante, pero sobre todo de esa buena persona, que tenía códigos, que tenía ideas e ideales, aunque se riera todos los días de la pompa, las solemnidades, de las grandes palabras y de sí mismo.