Por Gerardo Sotelo.
Ambas circunstancias parecen dar por tierra con la idea de que el Río de la Plata separa a los desprolijos de los circunspectos, tal como nos gusta creer a los uruguayos. En los hechos, las causas que motivaron la intervención de la Asociación Uruguaya de Fútbol no son diferentes en lo sustancial de las que llevaron a la FIFA a involucrarse en la AUF, y la ruta del dinero K no habría sido tan expedita sin la discreción con la que actuó el Estado uruguayo.
La opacidad, los procedimientos mafiosos y la falta de controles (cuando no la complicidad) de las autoridades nacionales, han estado presentes a ambos lados del Plata, aunque con las diferencias anecdóticas del caso.
Si alguien no se merece este bochorno de la intervención es la población uruguaya, que respondió con un apoyo entusiasta al proceso de la selección nacional de fútbol, una isla en el mar turbio de la AUF, gobernada por Óscar Washington Tabárez con criterios casi soberanos. Si así no hubiera sido, los resultados habrían estado a la altura de lo que es el resto de la AUF.
Tampoco es justo con el trabajo de la Secretaría de Deportes de la Presidencia, integrada por gente honorable y diligente, que lidera un proceso de transformación de los deportes en el país. Pero la realidad es lo que es.
El martes pasado, la asamblea de clubes debió reunirse con carácter de grave y urgente para expulsar a Freddy Varela por haber sobornado a un comisario y hecho detener a una persona para perjudicar a un club contra el que iba a competir.
Y lo que es peor, recordarlo de forma igualmente criminal, al menos según el artículo 148 del Código Penal, que tipifica la apología del delito. Sin embargo, todos sabemos que, aun sin que hubiera mediado la intervención y la elección del presidente, tal acontecimiento no habría ocurrido.
Si la AUF llegó a este punto es por la displicencia y complicidad de las autoridades nacionales, al menos en los últimos dos gobiernos, especialmente del expresidente Mujica, cuya intervención en asuntos "del fútbol" y cercanía con los poderes fácticos ha estado siempre bajo sospecha de favoritismo.
La "fuerza que el Pepe construyó" le debe mucho a este maridaje, aunque lo más probable es que nunca sepamos cuánto.
Del mismo modo, el dinero proveniente de la corrupción K, pasa por Uruguay (parte se invierte y queda en el país) porque el sistema de control del Estado está perforado, ya sea por la desidia, ya por la corrupción.
En ambos casos, tenemos una oportunidad ideal de hacer borrón y cuenta nueva, transparentar todos los procedimientos y aplicar los controles a los que la ley y las buenas prácticas de gobierno obligan.
Más que eso, este choque de realidad debería ser también uno de humildad, que nos lleve a reconocer finalmente que, más allá de todas las apariencias y presuntas evidencias, no somos mejores. Solo un poco más aplicados.
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