Al menos los ciudadanos de izquierda, hoy lo somos. Pero no por ello somos obsecuentes y hemos perdido el sentido crítico. Al contrario, cerca de las elecciones nos ponemos más exigentes que nunca. No sólo para ganar, para que no vuelvan los de siempre, los que fracasaron e hicieron fracasar al país, sino porque queremos, exigimos que siga un muy buen gobierno de izquierda, que de continuidad a los cambios, que los profundice. Pero en lo fundamental que siga por esta misma senda, probada, segura y audaz.
Y por eso la pregunta fundamental creo que es ¿cómo se gobernará a partir del 1 de marzo? Porque en definitiva lo que importa son esos cinco años en el futuro del país y de nuestras vidas, personales, familiares y sociales. Y la respuesta es grande y firme: gobernaremos con el programa y el plan del gobierno del FA y con la garantía política de todo el Frente.
Nadie puede evadirse de esas condicionantes, de esas grandes posibilidades y de esos compromisos. Las garantías son políticas, son personales y son institucionales. En el Uruguay no se gobierna de otra manera que con mayorías parlamentarias, y en el caso de la izquierda eso se refuerza por nuestra visión unitaria y nuestra capacidad-necesidad de acordar y definir las posiciones. Dentro de la Constitución Nacional, dentro del programa del FA y del plan de gobierno todo, fuera de el, nada. Así que marchamos tranquilos y seguros con la fórmula.
Nuestro voto también incide en los equilibrios internos del Frente Amplio, en la representación parlamentaria y de esa manera pesa en el rumbo del futuro gobierno nacional.
La ensordecedora batahola que se ha desatado tiende a varias cosas simultáneamente. Primero a multiplicar las críticas contra nuestro candidato; segundo retomar la iniciativa política que han perdido hace tiempo; tercero a crear malestar y descontento entre nosotros; cuarto a desmovilizar y a sembrar desconfianza y dudas entre nuestros militantes y a quitarnos optimismo y entusiasmo.
Esto no se resuelve con manija y gritos de guerra, pero tampoco con retrocesos y lamentos, y cruces de malhumores. Hay que razonar políticamente y desde nuestras propias vidas. Nadie nos puede pedir actos de fe. ¿Qué garantías tenemos? Tenemos una historia, la izquierda uruguaya tiene sólidas referencias, tiene partidos y fuerzas que nos representan, tenemos una fórmula elegida por el pueblo frenteamplista y tenemos la posibilidad a través de nuestro voto de asumir más seguridades, más confianza en el proceso. Y por eso que voy a seguir trabajando. Para ganar y para seguir con confianza.
No me lavo las manos, no creo que sea una actitud muy unitaria, ni muy de izquierda. Hay que asumir las actitudes políticas y sus riesgos. No me parece justo los que se lavan olímpicamente las manos. En esta nave andamos todos y debemos navegar juntos.
En el lanzamiento del plan de gobierno en el salón Azul de la Intendencia de Montevideo se presentaron metas que demuestran dos cosas fundamentales. Primero que hoy la izquierda incorporó a su cultura, con solidez la experiencia de cinco años de gobierno nacional. Es un gran capital. Segundo que el plan tiene “patente para soñar” como dijo Astori. A partir de la realidad que hemos construido con este gobierno y a partir de los proyectos realistas y llenos de optimismo que nos proponemos.
Estas son elecciones – no lo olvidemos nunca – y por lo tanto las opciones son claras e inexorables. O nuestra fórmula o la de ellos. O la izquierda y la continuidad o la restauración de derecha. No es maniqueísmo, en el Uruguay, Lacalle es de derecha. Esto no quiere decir que no sea democrático, que no sea republicano y que no compartamos valores nacionales importantes. Pero es de derecha, por su visión económica, social, cultural e institucional. No es un adjetivo, es un sustantivo.
Y del otro lado está la izquierda. Hay dos personalidades que tienen una larga y sólida trayectoria, que los conocemos, que se han expuesto con sus actos, sus opiniones, sus ideas y sus proyectos. Y son nuestros, los elegimos en ese orden para representarnos.
Y le pedimos que nos representen. Nadie le puede negar a nadie el derecho a opinar, esa es la única forma que concebimos la libertad, pero en una batalla política de esta importancia como nos representan a todos los frenteamplistas, sus opiniones sobre los temas en debate y en particular sobre el proyecto nacional, es decir sobre nuestras realidades y nuestros sueños tienen que expresarnos, tienen que hacer el enorme esfuerzo de reflejar las opiniones del pueblo frenteamplista.
Si hubiera que elegir un mérito especial de Tabaré Vázquez es precisamente la capacidad de expresar los sentimiento y las opiniones de la mayoría de los uruguayos. Eso exige sacrificios, capacidad de escuchar y sentido profundo de la Nación. Y ese es su mayor legado político e institucional. A la izquierda uruguaya nadie le podrá sacar el orgullo de ver a nuestro presidente representando a todos los uruguayos en el mundo, en todas las sedes y mostrar lo que hemos hecho, con el Plan Ceibal, con el proyecto Cardales, con la economía, con las políticas económicas, con las inversiones, con la generación de empleo y las leyes sociales, con la salud.
Estos son tiempos difíciles y tensos para la izquierda en el mundo y en nuestra región. Cuando la crisis internacional expone las peores facetas del sistema que domina el planeta, cuando la crisis deja de ser cíclica y es estructural, nos encuentra con debilitados instrumentos teóricos y con enormes desafíos programáticos. Pero hacemos camino al andar. No nos resignamos a evadir una discusión profunda, argumentada y seria y no sustituimos las carencias teóricas por deslumbramientos.
Debemos andar juntos, defendernos y avanzar políticamente, asumir que hay temas que tenemos que seguir discutiendo oportunamente, porque no sirve barrer bajo la alfombra y tener claro cual es la prioridad del momento. Y la prioridad sigue siendo la misma: asegurar un segundo gobierno de izquierda, exitoso, firme, seguro y con visión estratégica que tenga claro que la claridad es el combustible de esta batalla.
Las prioridades no se declaman, se expresan en el discurso, en la agenda, en la comunicación, en la campaña en su conjunto. Y valen para todos pero no en la misma medida. Hay mayores y menores responsabilidades. Y debemos asumirlas cada uno a su nivel.
La batalla por la continuidad y la profundización del cambio necesitamos ganarla también en el debate político actual, en la campaña. De un intercambio de superficialidades, de una campaña donde lo que prevalezca sea la pornografía de la política, los que tenemos todo para perder somos los uruguayos en su conjunto y la izquierda en particular. Sobre todo porque dejamos jirones de nuestra propia identidad. Discutan uruguayos, discutan, pero de ideas.
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