En la reciente campaña electoral argentina “descubrí” bastante más sobre las posibilidades de utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación y también los peligros y los riesgos que se corren.
La pregunta es la de siempre: ¿quién manda, la política o la tecnología? O como decía Mao Tse Tung ¿Quién manda, el partido o el fusil? La base es la misma, aunque haya cambiado la tecnología y algunas otras cosillas...
Yo despreciaba a Twitter, me parecía una afrenta difundir un pensamiento político en 140 caracteres, estoy acostumbrado a los largos discursos. Hasta que... descubrí que en realidad es exactamente como salir de pintada en mis noches juveniles, y escribir una consigna en un muro. Creo que fue una de las primeras tareas que realicé en mi militancia y parece que me marcó para siempre. Con algunas diferencias importantes: no hay que cargar latas y pinceles, ni embadurnarse de pintura, ni tener encuentros poco saludables a altas horas de la noche, etc., etc. Y además una consigna de 140 caracteres (que no incluyen los espacios) era improbable, mejor dicho imposible. Eran siempre más cortas.
La otra diferencia es que el pasaje de la gente por enfrente del muro y por lo tanto la lectura de la pintada hay que construirla, crearla. La verdad es que fue una experiencia apasionante. Sintetizar en una o varias frases de dos renglones las ideas políticas del momento.
Se puede ser informativo, polémico, propositivo y sobre todo se puede integrar todo a un sistema. Porque Twitter hay que asociarlo a Facebook y a la página web y todo ello promoverlo por los medios tradicionales.
Nos dio muy buenos resultados. Salimos segundos en votos, lejos de Cristina Fernández, pero en Internet la distancia fue mucho menor. Obviamente eso no fue sólo por la campaña, ni mucho menos.
Aprendí mucho. Lo principal, si se utiliza como un medio sujeto a la política, a sus criterios, a sus alcances y limitaciones y a una reflexión más amplia se pueden obtener muy buenos resultados, incluso mucha gente puede aportar. Si por el contrario es el medio, sus urgencias y desesperaciones la que impone el ritmo y las opiniones, seguro que en alguna curva uno derrapa y se rompe la crisma. El principal peligro es el exceso.
Hay varios políticos que se someten lentamente al estrés de Twitter o de Facebook y el ritmo en lugar de medirlo con criterio político lo hacen por las presiones y visiones de usuarios y del propio medio y se nota. Enseguida se nota. Muchas veces escriben pavadas.
La política necesita un mínimo de reflexión, de serenidad, la desesperación por cualquier motivo es un veneno. Es fácil precipitarse en la pavada.
El Twitter asociado a los teléfonos móviles es una combinación letal. El teclado y la lógica del Twitter se van imponiendo y no sólo condicionando lo que se escribe, sino toda la táctica y anulan la estrategia. Es vivir al minuto, ni siquiera al día.
La política es – entre otras muchas cosas – la justa combinación de táctica, estrategia y comunicación. Y lo que define todo es la oportunidad y la calidad de los contenidos.
Corriendo detrás de los hechos o tratando de generarlos sin mucha sutileza a través de Twitter, se es un buen “twittero” pero difícilmente un buen político.
Por más sofisticadas que luzcan esas herramientas tecnológicas, siempre deberán estar al servicio de la estrategia política y ser coherentes con los mensajes y las audiencias que se definan para la comunicación.
La ciberpolítica corre el riesgo de ser un gran fiasco, también porque devora la capacidad de razonamiento y la mirada a mediano y largo plazo. Es, eso sí, muy buena para las “operetas”, “zancadillas” y para dar sensación de vértigo. El problema es cuando se llega al piso.