El tema de qué hacer para revertir las sanciones de Buenos Aires había estado la mesa un par de semanas atrás, cuando algunas voces cuestionaron que Uruguay proveyera de energía a Argentina, mientras el vecino país atravesaba una crisis energética de consecuencias sociales imprevisibles, sin pedir nada a cambio.
Al Capone decía que "se obtiene más con una sonrisa y una pistola que solo con una sonrisa". Para algunos actores políticos, el gobierno de Mujica debió al menos utilizar la ocasión para recordarle a Cristina Fernández, allí donde estuviera, que había ciertos asuntos que resolver. La idea se parecía más a un chantaje que a un estrategia diplomática seria y no habría resuelto sino empeorado el problema de fondo.
La asimetría notoria entre Argentina y Uruguay suele ser percibida como un hándicap contra el que no se puede hacer mucho. Existe la creencia equivocada de que una negociación entre partes de similar peso arroja mejores resultados y soluciones de largo plazo, mientras que una con mayor asimetría genera resultados pobres o injustos.
La asimetría es una diferencia de poder que favorece que una de las partes pueda imponer decisiones, procesos o instrumentos, pero desde David y Goliat sabemos que las ventajas de tamaño o de fuerza son relativas.
A pesar de su mayor poder relativo, Argentina no consiguió ningún resultado positivoen su diferendo por la planta de celulosa. Ni cerrarla, ni relocalizarla ni impedir que aumente su producción ni nada de nada. Por el contrario, tomó decisiones inadecuadas y cosechó derrotas, desde el fallo de La Haya hasta las restricciones al trasbordo en puertos uruguayos, sanciones que terminaron perjudicando tanto a empresarios uruguayos como argentinos.
Lo único que importa en una negociación es cuánto satisfacen sus necesidades las partes, independientemente de cuánto "poder" pongan sobre la mesa. Las diferencias de poder tienden a equipararse ante la ley y los organismos internacionales, pero también suele buscarse la equidad a través de la inclusión en el proceso negociador de una mediación.
Además de esgrimir una sonrisa firmando el convenio multilateral de transporte marítimo (con las objeciones que considere oportunas) y en caso de encontrarse con nuevas sanciones, Uruguay podría disparar su pistola. Podría, por ejemplo, comunicarle a Argentina su decisión de iniciar un proceso de mediación y plantear en todos los ámbitos regionales e internacionales, su reclamo de que se cumpla el Tratado de Asunción y las demás normas vigentes en la materia. Y esto no sólo porque tiene razón sino también porque tiene mayor poder relativo que su contraparte en materias decisivas como la legitimidad jurídica y la reputación internacionales. No parece que se pueda seguir manejando una relación tan importante al vaivén de los humores y la ciclotimia.
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