La medida llamaba a responsabilidad a los organizadores por la seguridad de sus espectadores, pero resultaba obvio que precipitaría la paralización del fútbol, al menos hasta que los dirigentes se tomaran en serio la lucha contra los violentos y cortaran definitivamente las amarras que los unen. Era lo que había que hacer pero para ello se debía ir a fondo, soportar las presiones y respaldar a los aliados. Nada de eso ocurrió.

La medida que terminó concretándose pretendió imponer una restricción al accionar de la policía de carácter territorial más que institucional y precipitó la caída del presidente de la AUF, Sebastián Bauzá, jaqueado por los clubes afines a Tenfield, luego de que se comprometiera ante el presidente Mujica a tomar medidas que permitirían identificar a los violentos y lograr que la Asociación aplicara el código disciplinario de FIFA.

El apartado 67 del código establece que los clubes son responsables de la conducta impropia de sus espectadores y son pasibles de multas y otras sanciones más severas "en caso de disturbios". La FIFA incluye entre las conductas impropias el lanzamiento de objetos, el despliegue de pancartas con textos ofensivos al honor y los gritos injuriosos, esto es, la conducta habitual de las barras bravas.

Entre las sanciones previstas están la prohibición de efectuar transferencias, la deducción de puntos, el descenso a una categoría inferior y la exclusión de un torneo, incrementándose en la medida que el club sea reincidente. El compromiso asumido por el presidente Bauzá fue que el código se enviaría a los clubes para ser votado esta semana. No tuvo tiempo ni para hacer las fotocopias.

Hay personas que piensan que la violencia en las tribunas es el reflejo de una sociedad crecientemente violenta. Con ser cierto, no alcanza a explicar el funcionamiento de las barras bravas ni sus múltiples ramificaciones más o menos orgánicas, articuladas más por los negocios que por la pasión. Una tribuna con tres mil personas no es sólo aliento. Es también un mercado formidable para realizar todo tipo de transacciones ilegales.

El ministro Bonomi se refirió recientemente a la pelea a de las barrabravas de los grandes por los estacionamientos y a "todas las cosas que hay atrás de esto". Podemos preguntarnos entonces si los jefes de las barras son meros cuentapropistas, que se instalaron un día y fueron quedando, o tienen vinculación con algún dirigente, que de protección y oportunidades a cambio de algo.

Sin riesgo de perder los puntos o la categoría, ninguna directiva sentirá la presión suficiente como para terminar de cortar sus lazos con los jefes de las barras. Las medidas del gobierno y el compromiso asumido por Bauzá procuraban operar en ese sentido.

Es probable que en las próximas horas los clubes voten el código de la FIFA tal como se lo pidió el gobierno para normalizar el servicio policial, pero es mucho menos probable que se aplique en toda su magnitud. Tampoco debe estar en el horizonte del nuevo Ejecutivo de la AUF licitar los derechos de televisación de la selección uruguaya antes del Mundial, lo que motivó la última batalla entre Tenfield y Bauzá. De ser así, el fútbol uruguayo seguirá sin códigos.