El proceder político por momentos me preocupa.
A veces siento que el sistema político se partidiza tanto que, más allá de las diferencias ideológicas en las que filosóficamente nadie pretende alinearse al otro, nos ponemos a buscar ese detalle en el que podamos confrontar y marcar nuestras diferencias. Como si de eso se tratara nuestra tarea.
Entiendo que en cierta medida es inevitable, pero me preocupa que seamos capaces de trancar o encajonar una buena iniciativa, no importa de qué color sea la bandera del que la presenta, aunque compartamos el 95% de su contenido y de su espíritu legislativo. O que pongamos el énfasis únicamente en las debilidades de tal o cual programa de acuerdo al jerarca en cuestión que lo lideró e implementó.
Más de dos años de estas imágenes me han hecho recordar ese concepto con el que tanto nos machacaron los profesores de matemáticas: el máximo común divisor y el mínimo común múltiplo.
A veces nos preocupamos más por dividir, todo lo que podamos, que por encontrar los puntos en común. Y eso que en gran parte de los casos los puntos de acuerdo son muchos más de los que las personas creen.
Los actores del sistema político, en lo partidario y en lo extrapartidario, deberíamos trabajar esforzadamente por identificar los mínimos comunes denominadores y establecer esto como un procedimiento habitual a la hora de sentarnos a discutir iniciativas.
La reforma de la seguridad social es un claro -clarísimo- ejemplo, la transformación educativa, el combate al narcotráfico. En estas áreas no podemos darnos el lujo de no encontrar estos acuerdos mínimos.
Menos deberían importar las posturas personales o los juegos electorales cuando tenemos sobre la mesa la responsabilidad de definir e incidir en el futuro de nuestros hijos, en la vida de las personas o en las posibilidades estructurales de la economía de un país.
Si aplicáramos un poco más esta idea matemática seríamos mejores políticos y tendríamos un mejor país.