La imagen de la liberación de Seregni hace 25 años, su discurso desde el balcón de su casa, la multitud que en las barbas de la dictadura lo vivaba en la calle, han quedado grabadas en las vidas de mucha gente. No son un momento más, parte de una crónica; son un vuelco en el corazón y en el recuerdo. Cada vez que vemos la vieja Brasilia saliendo del portón de San José y Yi sentimos la misma emoción, como si la victoria se repitiera siempre en el presente. El jueves pasado estuvimos casi todos.
La liberación de Seregni fue una gran victoria. En primer lugar de un General de la Nación al que quisieron castigar no sólo en su libertad, en sus derechos humanos básicos, en sus afectos y en 10 años de su vida de preso, también quisieron destruirlo en su pueblo, en su honor de militar y de uruguayo, acusándolo nada menos que de alta traición. Y él los derrotó. Salió con la misma actitud, sus convicciones renovadas y su profundo e indoblegable sentido de la patria. Pocos minutos de libertad sirvieron para demostrar las proporciones de la derrota dictatorial.
La derrotó la gente, el pueblo uruguayo que lo recibió como un héroe, como el “general del pueblo”. Me conmovió esta semana el testimonio de Lilí, su esposa e inseparable compañera cuando en un reportaje dijo que Seregni nunca pidió nada a cambio de sus actitudes y por ello lo sorprendió el recibimiento de la gente en la calle. Es una demostración más de su grandeza y su generosidad.
Su liberación y su inmediata conexión con su pueblo fueron también una victoria de la izquierda unida, del Frente Amplio. La inmensa mayoría de los uruguayos, sus partidos y organizaciones representativas, estaban en contra de la dictadura, se pronunciaron por la democracia y lo siguen haciendo. Es un rasgo maravilloso de este país. Pero contra el Frente Amplio se había desatado la furia de la represión y la ferocidad del silencio. Y a Seregni lo recibieron los uruguayos, pero en particular, lo abrazaron los frenteamplistas. Fue también la gran derrota del silencio, en particular, entre los jóvenes.
Seregni no salió sólo a disfrutar de su libertad, se puso de inmediato a la cabeza del Frente y a participar directamente en el proceso de la apertura democrática. Intensificó su actividad política que venía desarrollando desde la cárcel.
Si antes del golpe era el líder político de la izquierda, luego de la dictadura fue mucho más que eso, fue además su referente político y moral, su conductor. Afrontó duras y difíciles batallas, incluso la división de una parte del FA, la derrota en el voto verde y fue capaz de darle un renovado impulso a la alternativa de izquierda y progresista. Con gran inteligencia y con generosidad. Por ejemplo, cuando optó por impulsar a Vázquez como candidato presidencial.
Fue un gran zurcidor, un gran obrero de la unidad y su principal herramienta no fue la paciencia, la sagacidad política, sino haber elegido que la condición de coalición y movimiento del Frente Amplio era vital para sus objetivos políticos. El movimiento fue la gran argamasa de la unidad. Esos miles y miles de independientes que moldearon una característica singular del FA.
Han pasado 25 años y se ha tratado de rescatar y recordar ese momento, ese personaje, en uno de los instantes más emblemáticos de toda su rica vida, en un acto propuesto para todos los frenteamplistas. El miércoles pasado nos reunimos bajo aquel balcón.
Éramos muchos y la frase más aplaudida de Seregni fue la que nos convocaba a la unidad con una cita de Martín Fierro. Pero también ese momento fue la expresión de un Frente que está cambiando bajo nuestros ojos, aceleradamente. Era un momento de encuentro, de unidad, de emoción. No era sólo la historia de Seregni, eran nuestras propias historias personales las que revivimos. Y allí estaban los principales dirigentes. Pero también hubo ausencias notorias. Y aún en los momentos de emoción hay que rechazar la mentira, la deformación.
Había banderas, había estandartes, del FA y de muchos grupos y partidos pero faltaban banderas, de ésas que forman parte de la historia del FA desde su nacimiento. Simplemente no estaban. Había dirigentes - los principales fueron - pero una parte del público frenteamplista actual no fue. Y resalto, del público actual.
Ir a ese acto era algo que surge del estómago, del alma, no se puede forzar, no hay que forzarlo. Se siente o no se siente. No hay que convocar a la hipocresía. Si no lo sienten está bien que no vayan. No es una pequeña, minúscula disputa de la memoria y de nuestros recuerdos. Cada uno guarda los suyos en el fondo de las alforjas. A algunos se les hizo un agujero en el fondo del bolso de su memoria y otros es notorio que no la tienen, no lo sienten. Es comprensible, es la coherencia y la tenacidad de la historia, o al menos de la buena memoria.
Otros compañeros murmuran porque consideran que alguien se quiso adueñar del acto y de la memoria. Es menospreciar a la gente. Hubo propaganda en los medios de varios grupos y es bueno, da alegría, porque hay gente que se juega por la memoria. A mí no me preocupan los que quieren esa herencia, me preocupan los otros, los que no la sienten.
¿Este es el Frente Amplio que nos espera? ¿Esta es la izquierda que nos dominará?
A mí me entristece y me preocupa.