Es posible que sea por la edad, porque tengo muchos nietos o porque antes tenía todo prolijamente previsto para resolver los males de la humanidad para siempre y ahora no. Lo cierto es que cada vez que voy a mercadito a la vuelta de mi casa se me estruja el corazón. Y lo peor de todo es que no se que hacer.

En estos días hace un frío terrible, yo voy a comprar lo que necesito, voy a un lugar iluminado y cálido, lleno de productos de muchas marcas y al entrar y el salir hay una mujer joven  - no debe tener más de treinta años - es siempre la misma y tiene en los brazos un niño de cinco a seis años y ella lo mece, con una constancia mecánica, permanente, incansable. Y pide unas monedas. Sentada en el piso.

Y el niño casi no se mueve. Está allí con los ojos entrecerrados, oscuros. Es un morochito que se parece a alguno de mis muchos nietos. Inmóvil, con su carita helada, su gesto resignado. Horas y horas sin moverse, sin correr. Sólo un objeto casi animado para despertar piedad. Y yo me siento un microbio. Casi siempre le doy las monedas, con asco hacia la situación, hacia esa mujer que usa el niño, hacia todo y hacia mi mismo. Otras le compro comida. Dar limosna es una forma de alimentar esas situaciones. Pero no se que hacer.

Vuelvo a mi casa, caliente y me siento todavía más culpable. No se bien por que, pero me siento culpable. Escribo, hablo, estoy cerca del poder y no logro cambiar para que ese niño pequeño,  no siga allí inmóvil, seguramente medicado, porque no hay manera de que un niño de esa edad esté horas acurrucado e inmóvil.

¿Qué hago? ¿Llamo al INAU?. ¿Tienen potestades para actuar, para obligar a esa mujer a no explotar a ese niño? ¿Lo estará explotando? Pero sobre todo ¿tenemos instrumentos legales y de los otros para que el destino de ese niño no sea ese, ahora y en el futuro?

Leo con avidez todo lo que se publica sobre políticas sociales, se que hemos hecho mucho, que hay muchas familias, muchos niños que reciben apoyos diversos por la inversión social que está haciendo el país, el estado, el gobierno. Pero ese cuadro a la vuelta de mi casa lo veo desde hace varios años. ¿Qué debemos hacer?

Una sociedad que se resigna, que le busca y le encuentra respuestas institucionales, sociológicas, legales y de cualquier otro tipo, pero no se da los instrumentos para que ese niñito, con sus ojos entrecerrados, no pase varias horas de su día, acostado en el frío, es una sociedad que tiene una falla y que debe asumirla. No somos tan pobres.

Al lado del niño pasamos muchos con autos o a pie, con bolsas rebosantes de compras y el bienestar se palpa, se ve. El fin de semana fui a comprarle unos regalitos a mis nietos y era una romería, había colas en las jugueterías comprando y comprando. Y por otro lado con moneditas y alfajores no podemos seguir intentando calmar nuestras conciencias. Individuales y sociales.

¿Es un problema de explotación de la pobreza? ¿Son problemas culturales? Hay que abordarlos integralmente. Todo eso y mucho más es cierto. Pero ese niño es una acusación contra todos nosotros. Podemos verlo, podemos calmarnos con algunas monedas, podemos integrarlo al paisaje urbano, podemos hacer muchas cosas. Inclusive hasta yo puedo escribir esta notita. Pero el sigue allí, con sus ojos tristes y oscuros, observado un mundo de adultos que le ha reservado el privilegio de mirar las ramas peladas de los plátanos en invierno. Durante muchas horas, quieto, inmóvil, medicado.