El torbellino de noticias políticas, policiales, deportivas, internacionales ya casi deben haber devorado las pocas líneas con las que conocimos que un avión C212 Aviocar de la Fuerza Aérea Uruguaya tuvo un fatal accidente en Haití, mientras cumplía una misión de patrullaje en el marco de las operaciones de las fuerzas de las Naciones Unidas.
En el accidente murieron cinco hombres y una mujer, todos integrantes de la FAU, y también fallecieron 5 militares jordanos. En general, cuando nos hablan de temas militares, los uruguayos nos sentimos bastante ajenos o desconfiados. Creo que en estos tiempos de conflictos calientes en tantas partes del planeta, es un sentimiento bastante extendido en todo el mundo.
Estos soldados uruguayos murieron en una misión diferente, no estaban haciendo la guerra, no combatían contra otra cosa que no fuera el riesgo de que Haití - uno de los más pobres del mundo, de los más inestables - se precipite en un caos y en una tragedia mucho mayor.
Cuando se decidió el envío de los cascos azules uruguayos con ese destino hubo un fuerte debate en la izquierda, que retomaba algunas de las posiciones tradicionales del Frente Amplio y de muchos de sus integrantes. Han pasado varios años, muchas misiones del gobierno, de parlamentarios y de la prensa visitaron a los efectivos uruguayos, y creo que en todos los casos se comprobó sobre el terreno por qué era necesario, imprescindible, que Naciones Unidas dispusiera de un contingente de 7.000 militares para el funcionamiento básico e institucional de ese país.
También pudieron comprobar la profesionalidad y un rasgo particular de los cascos azules uruguayos: la capacidad de comunicación de contacto de relacionarse con la población, con los sectores terriblemente pobres y sufridos que sobreviven en Haití. Nuestras tropas no hablan obviamente francés, ni criollo haitiano y sin embargo los funcionarios de las Naciones Unidas, los mandos militares y civiles de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) han comprobado las capacidades técnicas, profesionales y humanas de los efectivos uruguayos.
Haití con su superficie de 27.750 Km2 y una población de 8.121.000 habitantes es un condensado de problemas políticos, institucionales, sociales, medioambientales y sanitarios. Además, bandas internacionales y locales han tratado en muchas oportunidades de aprovechar la debilidad institucional para transformar la media isla de La Española en un centro mundial de tráfico de drogas.
Haití es hace mucho tiempo un polvorín, en la que millones de seres humanos sobreviven al borde de todo y de las peores violencias y atropellos, y si esa situación se mantiene hoy en un complejo equilibrio, es por la misión de las Naciones Unidas. Nadie sensato se atrevería a negarlo. Mucho menos en Haití.
En Uruguay al otro día del accidente, algún minúsculo grupete de esos que se consideran los certificadores de la pureza de la izquierda, aunque por descuido a veces nos olvidemos de preguntarles por su trayectoria personal y política y sus asuntos, aprovechó para culpar al gobierno del accidente, porque estamos "ocupando un territorio extranjero".
¿Ocupando qué? ¿Qué beneficio nos trae a nosotros, o a alguien, mantener el orden en Haití y que no caiga en las manos de las bandas paramilitares? No demos por los vociferantes más de lo que valen y pesan.
Yo tengo un testimonio directo del papel de los cascos azules uruguayos, que le han valido al país ser el que tiene la mayor proporción de soldados en misiones de paz de las Naciones Unidas por habitantes de todo el mundo. Me refiero a la misión en Angola. Operaban en una zona extremadamente caliente, en plena guerra de la UNITA contra el gobierno de Angola, y durante toda su estadía lograron imponer -no precisamente en base a la violencia y a la fuerza, sino a su profesionalidad- condiciones de paz para la población civil. Allí también falleció un militar uruguayo.
Es notorio que nuestras fuerzas armadas no son las mejor equipadas ni las que disponen de la más avanzada tecnología, y sin embargo son requeridas en misiones complejas y en varios escenarios. Y siempre han dejado y dejan bien el prestigio nacional y el de las Naciones Unidas.
Es cierto, los militares van a esa misiones para mejorar sus ingresos, para ganar un salario que en Uruguay es imposible que les paguemos, pero no es un paseo turístico. Los seis meses de estadía suman centenares de misiones de patrullaje por tierra, fluviales y marítimas y aéreas. Y las cumplen satisfactoriamente y se arriesgan. Y llegado el dramático momento, también mueren.
Cinco hombres jóvenes, y una mujer, todos con familias que hoy los lloran. ¿Vale la pena? Si la respuesta se pesa en dinero, en miserias, en prejuicios, puede ser una, pero si asumimos que en este mundo de terribles tensiones alguien tiene que cumplir esas misiones de paz, alguien tiene que proteger esas poblaciones y asegurarles condiciones mínimas de paz y de apoyo, vale la pena.
Debemos sentirnos conmovidos, son nuestra gente, los enviamos a representar el país no en un desfile de vanidades o de fuerza sino en una delicada tarea y la están cumpliendo. No pertenecen a nadie, son de todos, son auténticos soldados. En estos tiempos en que los muertos civiles en las guerras representan el 90% de las bajas, nosotros tenemos nuestros soldados que van a jugarse su vida para proteger precisamente a esa parte indefensa y sufrida de humanidad que no hemos sido capaces todavía de sacar de la miseria, del hambre y de la violencia.
Sus cuerpos volverán a su patria, para el adiós de sus familiares, de sus esposas, esposo, hijos, padres y madres, de sus compañeros de armas, y a ese duelo nos debemos sumar todos los uruguayos. No por un nacionalismo básico, que nunca practicamos, sino por humanidad y por reconocimiento a los que cumplen en serio y con el más alto costo posible con su deber.