No es casual que los que hoy se burlan de un acto en defensa de la independencia del Poder Judicial exhiban, lamentablemente, una foja de servicios muy poco acorde con la defensa de la institucionalidad y de la democracia. Son aquellos que calificaron con desdén de “democracia burguesa” a nuestras instituciones, son los mismos que se creyeron y aun se creen los “dueños de la verdad” y, en función de ella, están dispuestos a pasar por encima de cualquier norma o regla de juego.

Son los mismos que en forma explícita reconocen su empatía con gobiernos que han “pisoteado” a sus respectivos jueces y sistemas jurisdiccionales. Son los mismos que aun hoy siguen identificándose penosamente con esos regímenes de gobierno. A esta concepción le agregan cierto tono soberbio propio del que se cree que las mayorías obtenidas son perpetuas. Parece ser un “virus” inevitable que se instala en muchos dirigentes, el “mareo” de un éxito electoral que nunca es definitivo ni permanente y que aconsejaría respuestas más modestas y sobrias.

Sin embargo, allí están los que no exhiben otros argumentos para descalificar la iniciativa impulsada en defensa del Poder Judicial ante los agravios, prepotencias y amenazas proferidas por algunos dirigentes del partido de gobierno, que el tamaño electoral del impulsor del acto. Tienen amnesia o memoria corta para no recordar que los que así actúan fueron durante décadas, pequeñas minorías con muy poco relieve político o marginales a la hora de determinar las políticas públicas.

En aquellos tiempos, no demasiado lejanos, los ahora despreciativos dirigentes de las ocasionales mayorías absolutas, reivindicaban con justicia el derecho de las minorías a expresarse y a ser tratados con respeto, y defendían también que las razones y los argumentos no dependen del número de personas que los apoyan.

Se confunden también los que identifican nuestra iniciativa en defensa de la independencia del Poder Judicial con la discusión sobre la constitucionalidad del IRPF a los jubilados. Los ataques recibidos por los jueces son un tema en sí mismo y son totalmente independientes de las posiciones que cada magistrado asume sobre el tema en análisis.

Nuestra convocatoria fue estrictamente referida a reivindicar la independencia del Poder Judicial en respuesta a graves agravios y amenazas expresados por varios dirigentes en reiteración real. Es más, la invitación incluyó por eso al partido de gobierno que tenía en esta iniciativa la oportunidad de demostrar que las barbaries y exabruptos expresados por algunos de sus miembros no representaban a esa fuerza política.

Las posiciones que cada uno de los Ministros de la Corte sostuvieran con respecto al IRPF eran irrelevantes para nuestra iniciativa, ante un valor superior que se estaba atropellando y que forma parte de las bases del Estado de Derecho. Esta distinción es muy significativa para los que creemos en el sistema democrático, pero resulta imperceptible para las mentalidades autoritarias que no dudan en “llevarse por delante” las reglas de juego si estas son un obstáculo para obtener los resultados que se buscan.

Por eso es imposible que nos pongamos de acuerdo con algunos de los que nos han criticado, porque funcionan en otro registro y carecen de reflejos democráticos para entender el motivo de nuestra convocatoria.

No importa si fueron muchos o pocos los que estuvieron frente al edificio de la Suprema Corte de Justicia días atrás, cada uno saca sus cuentas. De hecho hemos visto en televisión algunos actos públicos de sectores del partido de gobierno que más bien parecían charlas entre amigos.

Lo importante es que uno sigue creyendo que la actividad política debe hacerse en base a principios, ideas y valores. Qué sería del mundo y de nuestra sociedad si los que hacemos política sólo impulsáramos aquellas ideas que contaran con el apoyo de la mayoría de la tribuna y nos dedicáramos a descalificar a nuestros adversarios por el número de sus seguidores.

Por eso se sacuden la bronca, porque a algunos les molesta que haya quienes, tozudamente, sigan actuando en política por convicciones y valores, sin ceder ante las ilusiones de los “atajos del poder”.