Hace cinco años los uruguayos teníamos acumulados muchos miedos, preocupaciones y sobre todo frustraciones. Voy a ahorrarles la lista. Era una mezcla de grandes expectativas pero también una cierta resignación a nuestros límites como país y como sociedad. Ese pesimismo cultural y existencial era la deuda más pesada que debíamos pagar. Peor que la deuda pública del 107% del PBI.
Y asumió Vázquez. Sus promesas durante la campaña electoral no fueron rutilantes, explosivas, siderales. Al contrario, tirios y troyanos tuvieron que reconocer una gran prudencia. Recuerdo en particular sus declaraciones y compromiso sobre la desocupación: alcanzar en el periodo un nivel de desocupación de un dígito. Hoy está en 6.3% y el objetivo se alcanzó hace tres años.
La semana pasada fue de despedidas múltiples. Con la prensa, con los legisladores y ministros, con los intendentes y con muchos proyectos y obras que estaban en su fase final. No recuerdo en mis muchos años de política en el Uruguay y como observador o habitante en otros países una despedida tan exitosa, con tantos reconocimientos y con tanto cariño popular. Vázquez se va sin duda por una gran puerta, abierta a las inclemencias de la crítica y al juicio de la historia.
Historia es una palabra que hay que tratar con cuidado. Es la máxima aspiración de un gobernante. No ser uno más en la lista de los ocupantes de la máxima magistratura, sino alguien que dejó su marca, que le dio un fuerte impulso al desarrollo nacional en alguna de las áreas claves. El hecho de ser el primer presidente de izquierda era sin duda un buen trazo en ese complejo libro que registra la historia nacional. Pero Vázquez ha superado ampliamente ese dato.
Me es imposible enumerar con objetividad el aluvión de realizaciones en la economía, en la sociedad, en las obras de infraestructura, en la mejora del nivel de vida de sectores muy amplios de la sociedad, en sacudir raíces profundas como el deforme e injusto sistema fiscal uruguayo, o la creación del Sistema Nacional de Salud, el Plan Ceibal, la prohibición de fumar o la reducción de la mortalidad infantil y maternal. Los resultados de este gobierno son de las mayores satisfacciones que he tenido en toda mi vida. En lo político, en lo humano y en lo más personal.
Es de rigor, es parte de la identidad de los uruguayos y de la izquierda en particular, mirar hacia lo que nos falta, hacia nuestras debilidades y nuestras carencias. Está bien, es importante para tener siempre un impulso renovador y para aventar toda tentación de hacer siempre lo mismo con retoques, así no funcionan los países con vivacidad y con aspiraciones reales de progresos. Pero vale la pena mirar con generosidad y justicia lo que hemos hecho en estos cinco años. Es mucho.
Y lo hicimos entre todos, un gobierno es fundamental, le da marco, impulso o freno pero en definitiva los logros son del conjunto de la sociedad. Sin el trabajo, el esfuerzo, la inteligencia, el riesgo, la sensibilidad de los trabajadores, de los empresarios, de los productores, de los educadores y profesionales, de las diversas generaciones e incluso de las familias y de los individuos, no lo hubiéramos conquistado.
Voy a comenzar por lo menos obvio y lo más importante. La diferencia principal luego de cinco años, es el humor, es el estado de ánimo, es la confianza multiplicada que hoy tenemos los uruguayos. Hoy podemos creer con realismo y audacia que tenemos por delante posibilidades de progreso en todos los ámbitos y no una lenta e inexorable decadencia. No volveremos a un pasado remoto y añorado, tenemos confianza en el futuro que nosotros y las otras generaciones estamos construyendo. Este es el principal logro de este gobierno, el que más hay que cuidar.
Segundo, terminamos con los temores institucionales de todo tipo, ya no hay una sombra opresiva de la que no se hablaba con libertad, dentro de la cual no se podía penetrar, hurgar, cavar e investigar. Se pudo y hoy con nuestras heridas a cuesta somos más libres y más democráticos. Sin esto, lo anterior no hubiera sido completo. Esta no es una conquista eterna una planta delicada que requiere de todos nuestros cuidados permanentes. La comunidad espiritual de la que hablaba Wilson Ferreira Aldunate, es hoy más sólida y sana.
Avanzamos hacia una reintegración nacional, bajando indicadores vergonzosos de pobreza, miseria y desocupación, de mortalidad infantil y materna, integramos de un solo salto a todos los escolares y sus maestros en la sociedad de la información y en las nuevas tecnologías, atendimos temas tan dolorosos, literalmente dolorosos como la salud bucal y oftalmológica, tenemos diversos programas sociales pero lo más importante es que hoy la sociedad uruguaya tiene como una de sus prioridades absolutas la lucha contra la fractura social. No sólo desde la izquierda o por la justicia social sino como proyecto sustentable de desarrollo. Es un gran avance político y cultural.
La propia conciencia de todo lo que nos falta, de las prioridades del actual gobierno de José Mujica es la principal manifestación de esa nueva conciencia nacional. Y hablo de reintegración porque el Uruguay tuvo hace menos de un siglo una gran capacidad y una gran conciencia de esa identidad, inclusive integrando grandes corrientes migratorias.
Hemos construido mucho. Habría que remontarse a los años 20 y 30 del siglo pasado para encontrar algo parecido. Grandes obras públicas y privadas, puertos, aeropuerto, carreteras, puentes, edificios, líneas de bombee, teatros, centros de salud, de educación. Hoy producimos más de 400 megavatios nuevos de energía eléctrica por parte de UTE y más de 120 por privados.
Me he quedado asombrado por la catarata de información que los canales de televisión y los diarios y semanarios han brindado en estos días sobre las obras y realizaciones que se concretaron en este gobierno. Yo que me doy por bien informado tengo que reconocer que se superaron todas mis expectativas.
Y la gente lo siente, lo sabe y lo valora. Hubo mucha discusión sobre la imagen y la política de comunicación del gobierno, sobre su relación con los medios. Comencemos por lo más importante, este gobierno favoreció e impulsó la más amplia libertad de información y eso es lo que vale. No promovió ninguna política de medios y de comunicación con visos de régimen. Es más, es un gobierno que no favoreció a sus amigos en materia de comunicación, le dio impulso a la información pública a través del canal oficial y de las emisoras del SODRE como medios del Estado y no del gobierno. Y no entregó licencias de radio y televisión a amigos y correligionarios. Todos nos debemos alegrar, eso es democracia.
Básicamente fue aprendiendo y comunicando cada día mejor. Las cosas hay que hacerlas y además - para que sean parte de la realidad - hay que comunicarlas. Y se hizo. El apoyo ciudadano de más del 80% que tiene hoy Vázquez obviamente es por lo que hizo y por como se comunicó. Y la comunicación no es sólo un valor político, es un profundo valor democrático, de transparencia y rendición de cuentas.
Cada uno – incluso los países – nos reconocemos en la imagen que proyectamos ante los demás y los uruguayos hoy nos sentimos mucho más orgullosos de nosotros mismos por la imagen que tenemos en el mundo. Y en ello hay un aporte fundamental del presidente Vázquez en persona, de sus viajes y de su capacidades. Menos palabras grandilocuentes y más hechos, más kilómetros, más conversaciones y apertura y pluralidad en las delegaciones. Y no fue pragmatismo, fue un diseño de abrir el Uruguay al mundo porque tenemos confianza en nuestra capacidad de proteger nuestra soberanía, nuestra identidad y porque tenemos un proyecto nacional.
Habría mucho más para enumerar pero lo que importa no es la prolijidad de la descripción, sino el sentido de la historia. Vázquez llegó al gobierno con un lema “Cambiemos” y su enorme mérito ha sido cumplir su palabra: hemos cambiado mucho y creado las condiciones para seguir cambiando en la dirección justa.
Hoy me siento más uruguayo y más frenteamplista que hace cinco años, para mí es mucho.