Las declaraciones del cardenal Daniel Sturla contra la ideología de género dio lugar a una andanada de respuestas, que no por esperable deja de provocar náuseas.
La vocación de manipular los debates y de disciplinar a todo aquel que se atreva a cuestionar este nuevo dogma de fe, son apenas una muestra del poder que detentan y de la verdadera naturaleza de su propósito.
Sturla advirtió a los católicos que debían estar atentos a la ideología de género porque se trata de "una locura" que contradice la ley divina y porque se trata de una concepción de la sexualidad y de la organización social "que se nos quiere imponer".
Las activistas de la ideología de género se parecen más a la Iglesia del siglo XIX que a la actual, en la medida que pretenden, como aquella, imponer su dogma a toda la comunidad, bajo la pretensión de estar ante una revelación, una verdad de tal consistencia que excluye la legitimidad de cualquier otra interpretación. Al rechazar la imposición de una ideología oficial, el cardenal Sturla busca reivindicar, junto a los valores propios de su religión, los del Estado laico.
Pero lo indignante no es que las activistas de la ideología de género hayan salido al cruce del cardenal Sturla con un arsenal de parrafadas. Lo que a esta altura resulta escandaloso es el silencio del resto de la sociedad, particularmente de los partidos de la oposición y de los frentistas moderados, que comparten los valores del laicismo y la democracia, pero se cuidan de enfrentarse con el integrismo de género.
En unos será por temor a los problemas con un colectivo así de poderoso y mañero, en otros por acomodar el cuerpo y no espantar votos, y en otros porque no entienden la gravedad del fenómeno. En términos generales, todos dejan la impresión de que están intentando ganar alguna batalla electoral para disimular que, así como van, tienen la guerra perdida.
Desde hace más de un siglo, la sociedad uruguaya cultiva con orgullo su carácter pluralista, con un Estado neutral en toda controversia filosófica, religiosa o ideológica. Este espíritu de avanzada se consagró nuevamente con la reciente aprobación de un conjunto de normas que amplía la protección de los derechos en materia de género y familia, a colectivos antes vulnerados.
Pero ahora nos encontramos con que se toma la lucha contra la discriminación basada en género como excusa para promover políticas públicas que responden únicamente a una visión ideológica, dogmática y excluyente del fenómeno.
Aunque muchas personas de concepciones liberales y progresistas no quieran verlo, la nueva trinchera de la laicidad no es ya la vieja Iglesia católica sino los nuevos dogmas integristas y supremacistas, como el nacionalismo europeo, el islam radical y la ideología de género. En este tema crucial para el mantenimiento de un Estado no confesional, la conducta de la oposición y la izquierda moderada se ubica entre la cobardía y la estupidez.
El cardenal Sturla puso el grito en el cielo con una agenda propia de sus preocupaciones doctrinarias y de su rol pastoral. Una agenda, por eso mismo, discutible y controversial. Su planteo de fondo, en cambio, debería despertar la conciencia laica y progresista de la mayoría del pueblo uruguayo, católico o no, que ya empieza a cansarse.
Por Gerardo Sotelo
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