Pocos artistas han tenido tanta influencia en la configuración de la sensibilidad musical de las últimas tres generaciones de rioplatenses como María Elena Walsh, fallecida el lunes pasado a los ochenta años. Poeta premiada ya en su adolescencia, Walsh había irrumpido en la escena folclórica argentina a fines de los cincuenta, para apurar su renovación. La canción popular, descarnada en las milongas y las estrofas de Atahualpa Yupanqui y liberada de todo pintoresquismo conservador, encontraría eco en la joven María Elena, quien por entonces cantaba junto a Leda Balladares. Los nuevos aires terminaron con el dúo pero lanzaron a Walsh hacia su verdadera estatura creativa.
“Tantas veces me borraron, tantas desaparecí, a mi propio entierro fui sola y llorando”. Su repertorio de canciones para adultos (“Serenata para la tierra de uno”, “Como la cigarra”, “Sábana y Mantel”, entre otras) fue más reducido pero no menos celebrado que sus canciones infantiles. En los años trágicos, Walsh no abandonaría su lirismo pero sí la imaginería onírica de los sesenta, que inspiró sus canciones más brillantes y trascendentes. Su obra abrió el universo infantil a personajes e historias que alternaban la fantasía y la poesía con sutiles pinceladas de crítica social. Más que eso, sus canciones confinaron a las hadas, las brujas y los ogros, al lugar de donde nunca debieron salir.
Recordemos sus reyes plebeyos, sus vacunas que rompían conjuros, los desvelos del valiente Monoliso y su naranja esquiva, o la Reina Batata, rescatada de las garras de un cocinero por la “nena mayor de la casa”, que la convirtió en germinador. Sus aventuras dejaban asomar historias que aún sorprenden por su riqueza narrativa y poética, bajo la exuberancia rítmica de sus canciones.
La marcha de Osías el osito, de rígida síncopa militar, siempre me pareció una canción de protesta y Osías un líder pacifista, proclamando su manifiesto para una sociedad alternativa, ante lo que ya por entonces parecía la consolidación del autoritarismo. “Quiero todo lo que guardan los espejos y una flor adentro de un raviol”, decía Osías, en versos que recuerdan a Lewis Carroll más que a los ripios de los escribas castrenses.
Pero nada se compara con el impacto perdurable de La Tortuga Manuelita, la historia de una dama con problemas de envejecimiento. Más que una canción infantil, Manuelita es un verdadero mantra, con el que se han dormido millones de niñas y niños rioplatenses durante los últimos cuarenta años. Pero estas canciones, que fueron utilizadas para calmar a los pequeños revolucionarios de pañales y chupetes, terminaron despertándolos a una nueva sensibilidad, más parecida a los problemas que les deparaba en el mundo real. Un mundo lleno de desafíos, fantasía, aventuras de final incierto y sueños de libertad.
“A la hora del naufragio y la de la oscuridad alguien te rescatará para ir cantando”. Nada sería más justo.
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