Con un pequeño cambio, agregando la palabra "poder", este texto de Palito Ortega viene a la perfección para interrogarnos sobre nuevos fenómenos que le suceden a la izquierda uruguaya. No será un clásico de la literatura de izquierda, pero a veces las canciones hacen su aporte. Incluso Palito Ortega.
No me digan que muchos de ustedes no se han formulado, de manera menos musical, esta misma pregunta: "¿Qué nos sucede?", en el Gobierno, en el Frente Amplio, en diversos ámbitos de la vida política, cultural e intelectual de la izquierda uruguaya.
No es una pregunta porque estamos llenos, satisfechos, porque todo funciona tan bien y le buscamos el pelo al huevo; es el resultado de una simple observación del proceso que vivimos en la izquierda desde hace varios meses. Nos desconcierta.
No confundamos; discutir, polemizar, enfrentar y raspar ideas ha sido siempre un rasgo clave de la propia existencia de la izquierda uruguaya y eso no nos impidió alcanzar grandes resultados políticos, como gobernar la capital por seis períodos consecutivos y ocupar tres veces el Gobierno nacional y varias intendencias.
Antes discutíamos sobre dios, o Dios, sobre el marxismo leninismo, el foquismo, la vía pacífica o armada; sobre el socialismo real, Cuba, la URSS, China y la socialdemocracia; sobre el batllismo y el nacionalismo, sobre el partido único y los modelos económicos y políticos. Y debatíamos sobre la revolución.
Discutíamos y hacíamos. No eran conversaciones de Sorocabana, ni siquiera solo en asambleas obreras o estudiantiles o sobremesas de intelectuales; era la densidad de nuestra vida política, ideológica y teórica, que se expresaba en la vida real. Con todas esas mochillas a cuesta fundamos el Frente Amplio hace más de 40 años y sobrevivimos a la más brutal ofensiva de las fuerzas represivas que se conozca en la historia nacional. Y aquí estamos ahora, a las puteadas.
Reitero, no confundamos, una cosa muy necesaria es el debate ideológico, programático, político y otra cosa muy diferente es el desbarranque de adjetivos y descalificaciones en la dura y ríspida disputa por un cacho de poder. Y eso es lo que nos está sucediendo. Vida.
Yo puedo discrepar con Alejandro Sánchez, un dirigente del MPP, con el que compartimos una asamblea del Comité de Base del FA por el tema del TISA, y escucharnos con respeto, tratar de entender razones, reconocer preocupaciones, ideas y diferencias. Me sucedió el 25 de agosto pasado. Y otra muy diferente es buscar el sistema para descalificar, para atribuir intenciones espurias y condenables para tratar de ganar un debate. O de perderlo en lo fundamental, dinamitando el frenteamplismo.
Nos cuesta escuchar para entender, lo hacemos para discutir. Casi exclusivamente.
Una cosa es tener una visión diferente, muy diferente, sobre la importancia de la calidad y de los resultados de la gestión de una empresa del estado y de cómo se defiende mejor a esas empresas de los embates de la derecha y otra es querer echarle la culpa a otros compañeros por las propias responsabilidades. No creo haberlo visto antes y sobre todo reiterado una y otra vez. Ni sacar entre gallos y medias noches una declaración no acordada por las principales fuerzas políticas del FA.
No me refiero a ciertos medios de prensa, muy definidos, a los que últimamente les vino una desinteresada pasión por insultar a ciertos dirigentes y sectores del FA y endiosar a otros. Eso ya es arena de otro costal y se mueve por otra lógica, irreparable.
Me refiero a episodios políticos. Decir que la salida de dos cuadros importantes del Gobierno nacional no es ninguna pérdida para el país es duro, muy duro. Si todos nos subimos a esos conceptos y retrucamos por las rimas, vamos hacia el precipicio. Haga quien lo haga. La izquierda uruguaya reconoció y promovió líderes, y les brindó todo su apoyo. Pero nada más que líderes.
Hay que saber que cuando se abren las compuertas del infierno, de las descalificaciones, de los agravios, de los adjetivos, luego es muy difícil cerrarlas y curar las heridas.
Nadie reclama el silencio, menos el acatamiento supino a nada, sino la vieja y sólida tradición del debate de la izquierda uruguaya.
Si hubo grupos y partidos que se enfrentaron duramente, en polémicas en las que estaban en juego cosas claves para el país, esos fueron el PCU y el MLN. Yo los invito a preguntarles a muchos compañeros del MLN cuál fue el grupo político que discrepando a fondo con su estrategia, su táctica y su metodología, llegada la hora les brindó apoyo y solidaridad concreta para evadir la represión. Y conste que algunos de los episodios me los contaron compañeros del MLN y no los dirigentes o militantes del PCU involucrados. Hasta en eso había el pudor de los principios.
¿Eso redujo las contradicciones, el debate? En absoluto, pero eso era saber dónde estaban los principios de izquierda y dónde las diferencias. Y ojo, en esa época no había ni cargos ni honores en disputa, sino celdas y torturas. Y muerte.
Atribuirle al poder en forma genérica todas las culpas, y ejemplos sobran en estos últimos tiempos, es una forma no tan elegante de lavarse las manos. También juegan otros factores.
El primero es, sin duda, el empobrecimiento cultural, ideológico e intelectual de los cuadros de izquierda. Es más que notoria la falta de estudio, la drástica reducción de la producción política y cultural de los cuadros políticos. No hemos sido capaces de crear, de construir un clima intelectual, de circulación de ideas, de constante puesta a punto del estudio y la capacitación, que acompañe las crecientes responsabilidades de Gobierno y políticas que hemos asumido y que deberíamos asumir mucho más. El desprecio por los intelectuales no nos ha hecho ningún bien. A nadie.
Para establecer relaciones adecuadas con la academia, con los intelectuales, la izquierda debe no solo respetarlos, sino ponerse a su altura en el nivel de su pensamiento político, de su capacidad de producción intelectual.
No se puede reclamar honestidad intelectual, a nivel del zócalo y cuando todo el horizonte cultural de los cuadros. Es una pequeña movida, una filtración, una cara de poker para declarar verdades a medias o cosas peores.
El ejercicio del poder requiere de un balance de ideas, de estudios, de principios, que no se venden en las farmacias o las yuyerías; son el resultado de un ambiente que no es espontáneo, es una construcción consciente y permanente. Hace tiempo que no está en nuestro horizonte de preocupaciones.
La agresividad en el tratamiento entre los compañeros surge también de las nuevas tendencias de algunas redes sociales, donde el insulto es la moneda corriente. En pocas palabras hay que demostrar que no importa lo que alguien opine, lo importante es descalificarlo, denostarlo y si es posible destruirlo. Ese es el perverso juego que se ha instalado incluso en muchos medios de prensa, que debajo de sus noticias admiten y fomentan las peores porquerías, las cobardías más absolutas amparadas en el anonimato. Y ni siquiera es por maldad, es por sistema.
En la izquierda el mecanismo es algo diferente; alguno cree que existir es disparar adjetivos, no ideas, no aportes, simplemente producir abundante ruido.
En la derecha funciona algo bastante parecido, pero no es mi problema, aunque debería serlo, porque el empobrecimiento de la política nos afecta a todos.
Hay un adjetivo, que si es probado, confirmado y juzgado, no voy a renunciar a usarlo, en especial en la izquierda: corrupto.
Cuando veo las bardas de mis vecinos arder, primero me pregunto: "¿Qué corno tengo yo que ver con esas bardas, con ese cúmulo de corrupción acumulada y asqueante que hoy se exhibe en algunos Gobiernos llamados de izquierda? No me mueve un mínimo de solidaridad, ni hay razón ideológica que me haga compararme con ellos. ¿Qué tienen que ver esas bardas con nosotros?", a menos que algunos conozcan cosas que otros desconocemos...y por eso sean tan entusiastas.
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