Por Gerardo Sotelo
La polémica desatada por la "intervención urbana" de la que está siendo objeto el David (réplica en bronce de la escultura de Miguel Ángel Buonarroti) no hace más que ratificar el estado desolador de nuestras políticas culturales y de nuestros debates.
El hecho se agrava con el fanatismo desatado por "la celeste", que está llevando al paroxismo el espíritu bobalicón y autoritario que campea en las redes sociales.
¿Puede considerarse un hecho artístico, y por lo tanto, potencialmente enriquecedor y transformador, enfundar el David con el atuendo de la selección uruguaya de fútbol? ¿Es una "intervención urbana" original y transgresora, como han proclamado algunos de sus más entusiastas defensores? ¿Es, en cambio, una falta de respeto a tan augusta creación del escultor renacentista, que empobrece nuestra sensibilidad artística? ¿O es apenas una decisión simpática e inocua, pretextada por el fervor popular que despierta el inminente debut de Uruguay en el mundial?
Digamos sin más vueltas que la decisión de vestir al David con la celeste parece, básicamente, una estupidez, un hecho banal, un acto de populismo cultural carente de toda proyección positiva.
En primer lugar, porque banaliza innecesariamente la contemplación de una obra maestra; en segundo, porque desperdicia la oportunidad de expresar en arte nuestra algarabía futbolística. En suma, porque durante un mes no podremos disfrutar del David ni de la obra que algún artista plástico compatriota, que de buena gana hubiera realizado sobre el tema; como intervención de la célebre escultura o como fuera.
El David, como toda obra maestra, es arte del futuro, y por lo tanto, expresa un sentido progresista de la vida. Ponerle la camiseta celeste es una banalidad, un hecho menor y poco original, y por eso mismo, potencialmente reaccionario.
La apelación al apoyo popular como justificación no hace más que reafirmarlo, especialmente si se tiene en cuenta que la iniciativa reúne el apoyo de todos los partidos políticos. A esta altura de los acontecimientos, deberíamos estar advertidos de que las unanimidades por parte de quienes se reparten el botín de dinero y poder que conocemos como "política", suele ser una coartada para la demagogia y el populismo.
El problema de vestir al David con la celeste y querer hacerlo pasar como un hecho artístico original y transgresor, no es un problema para la obra ni para su creador. Es un problema para la sociedad, que no cuenta con un elenco dirigente que se tome con rigor cuestiones tan serias. Ni siquiera en circunstancias favorables como las que genera el fútbol celeste.
Original y transgresora fue la intervención realizada en la misma escultura en 1986, cuando el intendente colorado Jorge Elizalde, en una decisión que también cosechó apoyos en todos los partidos políticos, censuró una muestra del plástico Óscar Larroca por considerar que presentaba contenidos pornográficos. La respuesta fue colocarle pañales a la estatua, cubrieron durante un tiempo su desnudez, ironizando sobre su potencialidad pornográfica.
Vestir de celeste al David treinta años después de aquella intervención, parece una inocentada surgida en una despedida de soltero, más que un hecho cultural.
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