La interpretación de la palabra de Dios no es cosa sencilla. Para muchos, ha sido la raíz de las calamidades que azotaron y azotan a la humanidad. La guerra intraislámica lleva mil cuatrocientos años y ha costado millones de muertos pero el cristianismo no estuvo ajeno a las guerras fratricidas, pretextadas por la diferente interpretación del mensaje divino. Los musulmanes dicen vivir una religión de paz y los cristianos una de amor pero sus feligreses, por lo general instigados por sus guías espirituales, suelen cargarse la vida de otros creyentes con el argumento de servir más fielmente la palabra de su dios.
La iniciativa de los evangélicos deja entrever una reflexión positiva. Cuando dicen que no van a votar leyes contrarias a la palabra de Dios, están reconociendo que la política, la ideología y las conveniencias partidarias, están sujetas a principios superiores, que son los que orientan su conducta pública o privada. Un reconocimiento de tal magnitud no debería pasar inadvertido.
Vivimos tiempos en los que se suele justificar crímenes y atropellos de diverso tenor, so pretexto de cuestiones políticas o económicas que deben preservarse. Así, se guarda silencio o se pone el grito en el cielo frente a violaciones a los derechos humanos según sea nuestra afinidad con el criminal de turno o las toneladas de arroz y leche en polvo que nos compre.
Frente a esta demostración descarnada de cinismo disfrazado de realpolitik, los evangelistas recuerdan que la vida debe orientarse según valores superiores, menos mutables, que podríamos denominar principios. El respeto a la vida y la integridad moral del prójimo, a la propiedad como prolongación de su propia persona, a la libertad de expresarse y organizarse para defender ideas y cuestionar al poder por vías pacíficas, no son asuntos pasibles de una legislación restrictiva, con arreglo a intereses materiales.
Otra cosa sería que los evangélicos quisieran imponernos su interpretación de la palabra sagrada, porque en ese caso se violarían los preceptos constitucionales, que garantizan la neutralidad del Estado en materia religosa. De ese modo, aunque la palabra de Dios les diga que deben construir un orden político confesional (como el régimen de los ayatollás en Irán o la tiranía teocrática de Arabia Saudita) estarían quedando por fuera de la legalidad. No es eso lo que plantean.
Los uruguayos edificamos un país basado en el respeto a todos los credos religiosos, filosóficos y políticos. Esta mirada encierra también un sentido de lo trascendente, de lo que está más allá de las contingencias políticas, que permitió destacarnos, hasta hoy, como una sociedad tolerante.
En un espacio público en el que campean ideas monocordes y reflexiones tópicas, la convicción de los evangélicos viene a recordarnos que la política es un instrumento al servicio de valores superiores, aunque estos sean divergentes. No es poca cosa.
Política y principios
Política y principios
Finalmente, el Parlamento uruguayo no tendrá bancada evangélica. Los legisladores identificados con esa corriente del cristianismo, que reúne a varias vertientes independientes, habían proclamado su convicción de no votar leyes que fueran en contra de "la palabra de Dios" y de conformar un grupo parlamentario común, lo que causó cierto revuelo en un país acostumbrado a la prescindencia religiosa en el ámbito estatal.
18.09.2015
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