Terminó el balotaje y se nos vino encima la instalación del nuevo gobierno y la disputa por las intendencias, y en particular por Montevideo y Canelones.
Esto implica obligatoriamente colocar el tema de los cargos al tope del orden del día. No lo digo negativamente; no hay política -y menos gobierno- sin gente dispuesta a asumir cargos. Insistí en muchos artículos que de todas maneras hay que tener cuidado con la disputa, para que los codazos sean elegantes y al menos tengan un revestimiento mínimo de ideas, de proyectos y no solo color y olor a sillones.
Hay un escalón más complejo todavía: la disputa por los empleos. Es humano, cada uno busca asegurarse su mínimo lugar bajo el sol. Lo peligroso del asunto es cuando a la política se la sobrepone, se la sepulta por esa lucha por los empleos.
Me pareció un aporte importante el realizado por el Frente Amplio y firmado por Mónica Xavier e incluso por la senadora Constanza Moreira sobre los criterios propuestos para elegir los cargos de confianza. El criterio básico y elemental es que sean estrictamente necesarios, que no se inviertan los términos y desterremos las viejas prácticas de crear los cargos en función de los pedidos y requerimientos partidarios o sectoriales. Y que los hay los hay.
Todos declaramos con diferente intensidad que apoyamos el criterio de que los mejores sean los que ocupen los lugares. El tema es que llegado el momento sufre una primera transformación: que los puestos sean ocupados por los mejores, siempre y cuando sean los míos o los nuestros.
Uno de los peligros más graves en este proceso de conquista de empleos es que los que no lloran no maman y el poder genera poderosos pulmones de muchos compañeros dispuestos a expresarse y, por otro lado, es difícil encontrar un método en el que se elijan a los mejores y no a los más necesitados o los más reclamadores. En algunos casos se han consolidado reclamadores profesionales.
Lo peor de todo es cuando algunos cuadros políticos que no lograron el apoyo necesario para ocupar cargos electivos a los diversos niveles se sienten obligados a encontrar su espacio en el escalafón funcional del nuevo gobierno. O de los próximos gobiernos municipales.
¿Recuerdan cuando en la izquierda criticábamos a los partidos tradicionales que colocaban en los entes y organismos descentralizados, oficinas, etc., a los aspirantes a senadores y diputados frustrados?
Eso sucede en el caso del amplio radio del gobierno nacional y de las intendencias. Los partidos tradicionales siguen batiendo los récords en cuanto a utilizar el Estado a nivel departamental para premiar a sus partidarios y sobre todo a sus militantes. Basta ver la proporción entre funcionarios municipales, cargos de confianza y el número de habitantes de cada departamento. Montevideo pierde por lejos.
Pero eso no exime a la izquierda de sus responsabilidades y de su lucha permanente por otra forma de hacer política y manejar el Estado.
Ya estamos asistiendo -y llegará el momento que será bueno hacerlo conocer en detalle- a algunos departamentos en los que las alianzas ya no se construyen por las listas de candidatos, o la plancha a la intendencia, sino directamente por empleos. Tres empleos pueden sustituir cualquier estrategia, cualquier política de alianzas, y darle paz y tranquilidad a una dirección política departamental.
Lo que nadie debería perdonarse es dejar que estas prácticas queden en los pasillos, en los secretos de las catacumbas partidarias y no salgan a luz. La gente debe conocer las grandezas, las medianas y las miserias. Caiga quien le caiga. No nos asombremos si a algunos comienzan a compararlos con la Kámpora.
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