Todos asumimos que un gobierno de izquierda debe tener una especial atención por esas situaciones extremas, por la gente que es realmente la más débil y expuesta, expuesta incluso en su posibilidad de sobrevivir a las inclemencias del tiempo. No podemos aceptar que sean sólo estadísticas.
El trabajo de esas personas del MIDES y otros organismos del estado y las intendencias que trabajan en los refugios y en la calle no debe ser fácil, hay que tenerles mucho respeto y consideración.
Confieso que mirar esa realidad es una experiencia dura, como si correspondiera a otra galaxia, otro mundo. Cuando uno tiene todas las comodidades básicas resueltas y la ola de frío polar representa una preocupación por la elección de la ropa y las características de la dieta, mirar, ver en la televisión o en la calle, esos seres humanos, iguales a nosotros expuestos a vivir en la calle, impacta, conmueve. No deberíamos acostumbrarnos, nunca.
En estos días escuché los reportes detallados y precisos de las autoridades del MIDES sobre la cantidad de 1.680 puestos disponibles en los diversos refugios, los grupos que salen a recorrer las calles para convencer que vayan a los refugios, o a darles un plato de sopa o un tazón de leche caliente, y todo el complejo andamiaje que se pone en movimiento para afrontar esta ola de frío polar y sus peligros y me siento un poco más tranquilo, me parece que es un esfuerzo serio y bien organizado.
Los jueves, cuando voy a la Tertulia de radio El Espectador en la calle Río Branco (para mi las calles siguen llamándose como antes), paso junto a un refugio que hay al lado, y en algunas oportunidades he hablado con algunos de los usuarios. Es un refugio nocturno y el jueves pasado un grupo de ellos estaban apiñados a las 9 y media de la mañana en un espacio de la calle Mercedes. Esperando, tomando un mate, dejando pasar el tiempo, soportando el frío. El relato de las estrategias para sobrevivir es impresionante, de una variedad casi interminable.
Hablé en otros casos, incluso le hice una nota a una muchacha, madre de tres hijos cuya adicción a la pasta base la había llevado a vivir en la calle y a perder contacto con sus niños. La vi el otro día en las inmediaciones del Teatro Solís, mucho mejor, y me dijo que estaba en un franco proceso de desintoxicación. Se le notaba hasta en los ojos.
El abordaje de este tema es muy complejo y a mí me faltan herramientas de conocimiento, de sociología, de psicología para hacerlo. Voy simplemente a dejar salir lo que siento, lo que me impacta, y compartirlo con ustedes.
Hay 1.300 personas que viven en Montevideo de forma regular en la calle, es una cifra cambiante y que oscila, de acuerdo a los registros del MIDES. Hay mucha gente mayor, hay unos cuantos que basta verlos para darse cuenta que el alcohol y/o las drogas han realizado sobre ellos su obra devastadora, pero mezclar y confundir puede ser una justificación para alejarse del tema, para evitarlo.
Hay notoriamente también problemas de salud mental en sus diversos grados influyendo en esa opción de vivir en la calle. Y hay naturalmente problemas económicos, de vivienda y causas sociales.
De todas maneras hay un "clic" hay un momento en que un ser humano elige la calle como su refugio, en algún caso permanente, no como un accidente o como una fatalidad, sino como una opción. Vivir por fuera de cómo viven la gran y abrumadora mayoría de los otros seres humanos. No importa si hablamos de grandes, medianas y pequeñas y modestas casas, vivir en la calle es una opción terrible, es una renuncia a casi todas las expectativas. Creo que casi la única expectativa que se tiene es la de seguir viviendo. Es la expectativa de la vida, aún en las peores condiciones materiales.
Tengamos un poco de imaginación, hagamos un pequeño ejercicio y reconstruyamos una jornada de vida en la calle, desde que se abren los ojos, hasta que se vuelven a abrir los ojos a la mañana siguiente. Lo dejo librado a cada uno de ustedes, yo hice ese ejercicio en varias oportunidades y en diversas circunstancias y me abruma.
Lo que abruma son los detalles, las cosas sencillas que en nuestras vidas cotidianas ni siquiera nos detenemos a valorarlas, como comer, ir al baño, acostarse y tratar de dormir, dejar pasar las horas, el estado del tiempo, la temperatura, para no hablar de categorías más generales, como tener planes, objetivos, proyectos y sueños. La convivencia y la disputa en la calle puede ser además muy cruel, muy despiadada y básica. Sobrevivir.
Hay otro aspecto que también se ha discutido, que los vecinos, la gente discute, que no es el encare desde la sociología, sino desde otra legítima perspectiva: la convivencia. El impacto que esas personas tienen a veces en su casa, en su cuadra, en su barrio, en la plaza donde deberían poder jugar libremente sus hijos. Algunos pueden creer que es un enfoque egoísta, pero tiene una dosis comprensible de razón, es un enfoque que también hay que atender.
No es un fenómeno uruguayo, yo he visto en las ciudades más ricas y prosperas y famosas del mundo gente viviendo en la calle bajo diversos nombres y en diferentes proporciones. Podría ser una consolación...
Lo cierto es que en sociedades prosperas o en un momento de notoria prosperidad en nuestro país, hay un millar largo de personas que en Montevideo necesitan ir a un refugio. Yo creo que una sociedad avanzada que se propone objetivos progresistas no debería asumir esto como una condena inexorable, como el caso de los niños pidiendo en los semáforos. Deberíamos hacer un esfuerzo de análisis, de estudio desde los diversos ámbitos estatales, académicos, profesionales.
Una sociedad también se mide por como reacciona ante ese tipo de procesos, incluyendo el tema de la salud mental, asumiendo que una parte de esa realidad corresponde - una parte, no toda - a problemas de ese tipo.
Es delicado equilibrio entre la libertad, incluso la libertad de vivir en la calle y de exponerse a morir de frío (de hambre en el Uruguay es muy difícil morir) y la obligación de la comunidad a proteger a sus integrantes incluso de si mismos, es y será un debate y una búsqueda eterna.
No se puede prohibir a la gente vivir en la calle, pero no podemos aceptar que esa opción afecte a muchas otras personas, no a su sensibilidad sino a sus formas de utilización de los espacios públicos. Tenemos leyes, tenemos normas, pero necesitamos más herramientas conceptuales, ideales, mayores capacidades no tanto ni solo institucionales, sino culturales para afrontar estos problemas.
La sociedad uruguaya tiene hoy la posibilidad y la obligación de afrontar con mucha mayor sutileza, complejidad, con variedad de herramientas para los diversos problemas.. Tenemos recursos, tenemos normas, tenemos sensibilidades.
Lo que no debemos aceptar es acostumbrarnos a la crónica anual de esta batalla entre el frío y la pobreza y no es un problema solo de cifras y estadísticas, es del sentido de la solidaridad y de la capacidad de reacción de toda la sociedad y naturalmente del estado.
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