La otra es creer que los problemas de las personas, incluyendo el acceso a la felicidad, se solucionan con bienes materiales. De las dos, sólo la primera está desacreditada mientras que la segunda goza de una consideración social inmerecida, pero ninguna pasa de ser un fetiche ideológico.
Veámoslo a través de un par de acontecimientos que ganaron la atención de todos en los últimos días.
La obtención del campeonato Clausura por parte de Plaza Colonia, derivó en una colección de panegíricos, vinculados a las diferencias materiales que separan al club victorioso de su rival. Supimos así que, con el salario que recibe un solo jugador de Peñarol, se paga todo el presupuesto de Plaza. Pensemos ahora en la asonada ocurrida en el barrio Marconi, protagonizada por un grupo de jóvenes, que reaccionó de manera violenta y criminal ante la muerte de un "pibe chorro" en una persecución, a manos de la Policía. La tragedia permitió a la sociedad uruguaya conocer detalles de la vida en el Marconi, caracterizada por la pobreza, la marginación y la violencia. ¿Cómo es posible que en el primer caso la desventaja en el acceso a los recursos materiales se haya convertido en un estímulo y en el segundo en un cerrojo?
Alguien puede pensar que la diferencia es que la situación económica del plantel del Plaza Colonia no es tan dramática como la de Marconi. Imagínese entonces que mañana amanecen todos los vecinos con una oferta laboral atractiva, que les permitiría llevar una vida digna. ¿Acabaría la desocupación o los problemas de pobreza, narcotráfico y violencia?
Hay un umbral mínimo de bienes y servicios, debajo de los cuales se hace difícil sostener cualquier proyecto de vida, incluso desde el punto de vista psicológico. La fractura social tiene que sentirse primero en el corazón. Es la tragedia individual, que se origina en la falta de un entorno de amor y contención, lo que dispara el gatillo, y eso no se arregla con servicios, dinero y policías.
Lo que permitió a la gente del Plaza conquistar un campeonato con el que nadie se animaba siquiera a soñar, está en el temperamento, los valores heredados, y la posibilidad de acceder a un espacio interpersonal en el que las malas acciones son sancionadas y los buenos ejemplos emulados. Entrenar, como ir a trabajar todos los días, requiere disciplina y autocontrol. Es muy difícil que una persona que no se sintió protegida y estimulada en sus primeros años de vida, pueda desarrollarse en un entorno de cooperación y sacrificio en procura de conquistas que son, en el mejor de los casos, inciertas.
No es un tema vinculado al nivel de ingresos (en Marconi hay trabajadores y malandras, todos igualmente pobres) y no es susceptible de resolverse principalmente con asignación de recursos públicos, coordinación institucional y patrullaje. Las políticas sociales no resuelven lo que la familia y el entorno afectivo no proveen. Hay al menos dos maneras de ser materialista y ninguna conduce a nada significativo, pero los uruguayos aún creemos en ciertos fetiches.