Aunque Primaria aclaró que semejante metáfora no era aplicada en los libros de la enseñanza pública, el lío sirvió para adelantar los debates que acompañarán la celebración del centenario de octubre de 1917, el asalto al poder de los bolcheviques rusos contra el gobierno provisional y democrático de Alexander Kerensky.
La propaganda comunis-ta logró que este sangrien- to golpe de Estado fuera reconocido como "la Revolución Rusa", acaso preludiando en varias décadas la mistificación pitufa.
Por estos días, La Diaria publicó detalles de un texto elaborado por el Partido Comunista uruguayo para su XXXI Congreso. Allí la metáfora es aún más precaria y remite al mundo binario de los superhéroes más que a los enanitos azules que creara el belga Pierre Culliford.
Según los pitufos orientales, la realidad está dividida entre un "país productivo con justicia social y avance de derechos" y una "restauración conservadora neoliberal". Es fácil adivinar que el PCU se alinea con las fuerzas del bien, (también llamado el "bloque contrahegemónico") que luchan, cual Avengers celestes, contra un perverso bloque "de poder", una comparsa heterogénea que los comunistas (quienes participan del control de la Universidad de la República, el Pit-Cnt, la Enseñanza Pública, el Frente Amplio, el gobierno nacional y buena parte del discurso cultural) curiosamente no integran.
Las parrafadas del documento no podían eludir referencias económicas estrafalarias y la ineludible consagración de la lucha por la hegemonía de las ideas, en cuya expresión simbólica se inscribe la metáfora de Los Pitufos.
La comparación es una falacia de dimensiones siberianas pero, aunque resulte difícil de imaginar, hay en el libro algo peor. La utopía comunista que describe la historiadora Silvana Pera solo existió en el papel y en la cabeza de un puñado de soñadores decimonónicos. Alcanzaría con leer a Marx y a Lenin, verdaderos creadores del engendro y promotores del terror como herramienta política, para comprender cómo prefiguraron lo que ocurriría.
Explicar el comunismo por la utopía de la sociedad armónica y equitativa no es solo una falsificación de la Historia; es una forma de banalizar el mal. Presentar co-mo idílica una utopía en cuyo nombre se construyeron únicamente regímenes expoliadores y tiránicos, responsables de exterminar a cien millones de personas (entre ellas, miles de comunistas) equivale a definir al nazismo como la utopía de unos alegres mozalbetes alemanes, amantes de las tradiciones y seguidores de un austríaco que pintaba postales.
Esta recurrencia criminal no se explica por los errores o desvíos de la nomenclatura comunista, como argumentan los comunistas que intentan sobrevivir a la debacle soviética, sino que es su elemento constitutivo, sistémico, omnipresente.
Antes de que comience el panegírico por el centenario del putsch de 1917, es conveniente recordar su verdadera naturaleza. En todo caso, habría que preguntarle a Pera cómo sostiene su metáfora sin un muro de contención y una pandilla de pitufos genocidas.