Por cierto, el presidente no oculta que su administración también perdió. Puesto a repartir y distribuir, ningún gobierno puede evitar que algunos quieran obtener una tajada más grande que la prevista.

En sectores con salarios sumergidos como la salud, o en vías de emerger como la enseñanza, la legitimidad del reclamo opera como un gatillo fácil de apretar, sobre todo con un liderazgo ideologizado, perfilista y descomedido. Tratándose de funcionarios estatales, la teoría clasista es sólo una coartada: lo que reciban unos se lo sacarán a otros y todos obtendrán sus acrecencias de lo que un tercer grupo de trabajadores puso de su bolsillo, luego de participar en una cadena de valor lo suficientemente eficiente como para generarle mayores responsabilidades tributarias.

Pero los recursos no se asignan según criterios de urgencia e importancia porque estos principios no siempre se relacionan con el poder y la organización de los reclamantes. En la salud y la enseñanza públicas ocurre eso: los más necesitados (cuya atención médica y educación dependen de que los servicios sean buenos y continuos) no tienen quién exprese sus urgencias, y los sindicatos respectivos esgrimen buenas razones para reclamar salarios más dignos.

Aunque a los dirigentes de los gremios estatales les rechine, su lucha termina enfrentando a pobres contra pobres, sobre todo cuando las medidas pierden el sentido de la proporción y terminan causando más daño que beneficios.

El ciudadano común debería saber lo que los expertos y los dirigentes avezados ya saben: los conflictos no se resuelven; se transforman. Tienen flujos, reflujos, momentos de relativa calma y si las cosas se hacen bien, adquieren formas menos virulentas o destructivas.

Al menos en el mediano plazo, no hay manera de resolver el conflicto entre quienes pagan los impuestos más altos y quienes cobran, con tales recursos, salarios bajos: los primeros siempre querrán pagar menos y los segundos nunca alcanzarán un salario que consideren adecuado. Cualquier decisión que se tome sólo podrá bajar el conflicto de una situación de escalada o pico de tensión a otra menos hostil, que genere una sensación de normalidad.
 
Marx creía que la violencia era la partera de la historia, pero su descubrimiento es apenas un trazo de brocha gorda. El verdadero motor de los cambios sociales es el conflicto, siempre que la resolución de sus situaciones disruptivas sea el resultado de una adecuada contextualización de la estructura de relaciones que lo fogonea.

El problema con los gremios de la salud y la enseñanza es que sus conflictos terminaron con pérdidas generalizadas y todos los involucrados (dirigentes, huelguistas, no huelguistas, ex dirigentes desgremializados, gobernantes, usuarios y público en general) tienen buenas razones para guardarse su rencor hasta la próxima ocasión.