Me duele mucho que desaparezca el viejo Cine Plaza. Allí disfruté de algunos de los músicos que más he admirado en mi vida y de varias películas memorables. Para muchos como yo, es un lugar de culto que estuvo en el centro de la cartelera montevideana durante más de medio siglo. Lamento especialmente que se convierta en templo de una organización que de religiosa tiene poco y que promueve un tipo de culto utilitarista y mercantilista. Pero estos son sólo mis puntos de vista. No pretendo que nadie sacrifique su propiedad, su dinero ni su rezo para satisfacer mi herida espiritual.
La discusión sobre el destino del Plaza ha tomado ribetes melodramáticos que prometen nuevas erogaciones en beneficio de los sectores de más cultivados. No satisfecha con la remodelación del Solís y la reapertura del Auditorio del Sodre (inversiones necesarias sobre lo que ya constituía patrimonio estatal) la elite cultural montevideana ha puesto ahora el grito en el cielo para que el Estado, con el dinero de los contribuyentes, salga al rescate del complejo Plaza. De repente, un local que languidecía y en el que nadie quiso apostar lo necesario, se convirtió en un rincón fundamental de la ciudad.
Es significativo que ningún jerarca haya promovido un plan de construcciones o expropiaciones de salas de espectáculos y que no exista una política que evite que tales locales cambien de rubro. Ese procedimiento tan doloroso y común, llevó a que el Cine Censa se convirtiera en una galería cualunque, el Trocadero en una iglesia pentecostal y en el viejo 18 de Julio, donde alguna vez cantó Carlos Gardel, compartan suerte un supermercado y una sala de Cinemateca.
Así desapareció también el Palacio Sudamérica como sala musical, a pesar de que recibía a miles de personas cada fin de semana para disfrutar de espectáculos en vivo, sin que ningún intelectual recogiera firmas ni moviera sus influencias para evitarlo.
Lo más desagradable de la elite cultural no es que presuma tener un gusto superior al mayoritario; lo peor es que, teniendo un nivel económico bastante más holgado, reclame que sus pataletas sean costeadas con recursos ajenos. Una mezcla de espíritu aristocrático y talante conservador, convenientemente disfrazada de altruismo cultural. Deberían al menos tener la delicadeza de decir qué programa estatal va a quedarse sin dinero; dicho de otro modo, qué liceo se dejarán de construir, qué camino vecinal se postergará o qué contratos de asesores y personal de confianza se cancelarán.
Un grupo de personas de tan alto nivel intelectual debería promover la compra y gestión del Complejo Plaza con su propio tiempo y dinero. Eso demostraría al menos que son auténticamente progresistas, esto es, que comparten algo de lo que tienen (dinero, poder, contactos, know how, etc.) en beneficio de la comunidad, en lugar de sacarle dinero a los más pobres, fuera de toda planificación y de todo sentido de lo prioritario, para financiar sus gustos y su sentimentalismo conservacionista.