En efecto, al Parlamento han llegado las normativas legislativas prontas para su aprobación mediante los “yesos” que los legisladores del Frente Amplio mantuvieron disciplinadamente durante todo este tiempo.
A tal punto ha funcionado la disciplina parlamentaria del partido de gobierno que ya han protagonizado un par de tristes “papelones” que han afectado la propia dignidad del Poder Legislativo.
Recordemos por ejemplo la lamentable noche en que, en vísperas de un feriado, la bancada oficialista forzó la aprobación del ingreso de Venezuela al MERCOSUR, apurada porque al día siguiente llegaba el inefable Presidente Chávez al país y se quería recibirlo con ese genuflexo gesto de aprobación.
El presidente venezolano faltó sin aviso dejando en blanco a la obediente bancada oficialista.
Esta semana volvimos a vivir un episodio lamentable. El Parlamento dedicó horas de debate a la cuestionable decisión impulsada por el Presidente de trasladar los restos de Artigas. Luego de una larga discusión en la que los enardecidos diputados oficialistas defendieron “a capa y espada” la antojadiza decisión presidencial, atacando y agrediendo a los legisladores de la oposición, el Presidente los dejó en “falsa escuadra” al anunciar, al día siguiente de dicho debate, que dejaba sin efecto la ejecución de la decisión impulsada.
El Parlamento ha perdido, durante este gobierno, sus tradicionales funciones propias de un sistema democrático. Ha dejado de ejercer sus funciones de contralor con respecto al Poder Ejecutivo, en la medida que se ha convertido en un sumiso ejecutor de las decisiones presidenciales. Ha dejado de representar un ámbito real de debate e intercambio de ideas con la posibilidad de establecer alternativas y cambios de contenidos; y ha dejado también de ser un espacio de acuerdos y entendimientos plurales.
Es por ello y por la salud y el vigor de la democracia que el Parlamento debe, en el próximo período de gobierno, recuperar su peso institucional y su significación en la vida nacional. Para ello resulta imprescindible que ningún partido obtenga mayoría absoluta en el nuevo Parlamento. Cinco años de mayoría absoluta han sido demasiados para la fortaleza de nuestro pluralismo; otros cinco años terminarían de debilitar al Parlamento nacional con los graves efectos consecuentes.
Los uruguayos el próximo 25 de octubre deberán expresar su voluntad política a través del voto para determinar la integración del Parlamento. Seguramente no darán nuevos mandatos mayoritarios y restituirán al Parlamento su peso institucional que es la mayor garantía del buen funcionamiento de nuestra democracia.