El domingo pasado volvió a ganar el FA. La afirmación parece obvia pero no lo es. Si el triunfo hubiera sido sólo de Mujica, Uruguay podría ser como tantos otros países de América Latina y su democracia marcharía al vaivén de las modas, las crisis y los caudillos. Pero ni siquiera el presidente electo, con su extraordinaria popularidad, habría alcanzado el sillón presidencial por fuera de una estructura partidaria largamente arraigada en el favor de los ciudadanos. No en Uruguay.
Para buena parte de la oposición, el sucesor de Vázquez despierta aún temores y reservas. Algunos, como el ex presidente Sanguinetti, sostienen que las causas de este recelo no hay que buscarlas en el pasado sino en el presente. Las declaraciones y actitudes de Mujica de los tiempos recientes serían suficientes como para desconfiar de sus convicciones democráticas. Después de todo, advierte Sanguinetti, ahí están Venezuela y Argentina como dos ejemplos de gobiernos legitimados por las urnas, que terminaron comprometiendo la "calidad de la democracia" por no "respetar suficientemente las leyes".
¿Es posible que el sistema político uruguayo derrape hacia tales extremos? Quien crea que ganó Mujica, podrá temer por la victoria de un tipo de liderazgo con costados populistas. Sin embargo, sería una respuesta pobre y errónea. Lo que ocurrió el domingo fue el capítulo final de la victoria frentista iniciada en octubre. Por cierto que los votos otorgan legitimidad pero no razones, pero sería un nuevo error de la oposición despreciar la vocación democrática de quienes conformaron semejante mayoría. Nuestro sistema político funciona bien porque logra atraer con su formidable fuerza centrípeta a todo el que quiera prosperar en política, lo que incluye a los antiguos réprobos de la democracia.
El propio FA había seguido ya un derrotero de moderación desde la restauración democrática hasta la victoria de 2004. El mismo que le permitió a este antiguo guerrillero convencer al 52 por ciento de los uruguayos de su capacidad para liderar el país durante los próximos cinco años. Buena parte de la dirigencia opositora no pudo o no quiso comprender que la mayoría de los ciudadanos no ve en Mujica una amenaza sino un par, alguien del llano en quien se puede confiar. En la peor hipótesis, estaremos ante una fachada, construida deliberadamente para conquistar el poder. En la mejor, será el resultado de un proceso de morigeración de los extremismos, una fuga hacia el centro típicamente uruguaya, que le ha dado a nuestra democracia continuidad y vigor.
El domingo pasado ganó el FA, la fuerza política mayoritaria de un sistema de partidos que privilegia la moderación y el acuerdo, y que exhibe últimamente un creciente aprecio por los líderes que surgen del llano y se expresan como pares. Un sistema de partidos que se robustecería aun más si la dirigencia opositora tomara nota del epicentro de esta nueva realidad, y no tan sólo del episodio electoral. Si así fuera, con el triunfo del domingo habremos ganado todos, de alguna manera.
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