Para alguien como yo que viene de una cultura de lo total, de la respuesta y el proyecto destinado al gran salto histórico, le cuesta reconocer y aceptar las micro-revoluciones. Las que se producen a nivel de una comunidad, de una escuela, de una familia.
La escuela 88 de Las Violetas está a sólo 39 kilómetros de Montevideo. Está cerca geográficamente y lejos de lo que conocemos los montevideanos. Es una escuela cuya directora es Maria Leonor Rossi más conocida como "Paquita". Si encontramos a Paquita caminando por 18 de julio o en el medio del campo enseguida reconoce que es una maestra. Es un aura, una forma de relacionarse con su entorno. Es de esas maestras que hicieron grande a la escuela uruguaya y que libran su combate todos los días sin una palabra ni un gesto de más.
Fue en una reunión de la fundación Logros en la que entre otras intervenciones y presentaciones relató su experiencia en la construcción y desarrollo de una huerta orgánica. La Fundación Logros tiene instaladas huertas en más de 350 escuelas en los 19 departamentos, incluso en territorios fronterizos de Brasil y Argentina. Participan más de 35 mil niños. Son cifras grandes, importantes, pero yo quiero mirarla desde una sola de esas experiencias. Desde Las Violetas.
Es una zona de pequeños productores, viñedos, quintas y frutales. Sus hijos van a esa escuela rural que se ha transformado en un motor de la comunidad. A partir del vivero, los canteros, de la producción de la huerta le han cambiado el ritmo y la vida a la escuela. Todo tiene colores diversos, verdes, amarillos, rojos, como las lechugas, los morrones o los tomates que cosechan. Y no sólo cambio el color de los alimentos.
Utilizan la propia producción para aplicar esa experiencia vital, de trabajo, de contacto con la tierra - de la que sus padres y madres sacan su sustento - para aplicarla a toda la educación curricular, a las matemáticas, la geometría, la gramática, el lenguaje, la historia. Y logran que nociones abstractas y generales, se transformen en cosas concretas, tangibles, cercanas a la propia experiencia de los niños y a su esfuerzo. Según relata Paquita eso mejora sustancialmente el aprendizaje. Y le creo.
"No hay libros que enseñen solidaridad, generosidad, amistad" dijo la directora, pero compartir las herramientas, el esfuerzo que obligatoriamente debe ser conjunto y aprender que compartir las cosas puede ser mucho más gratificante que utilizar la azada más nueva y reluciente, tiene un valor muy grande. Entre las filas de lechugas o de tomates los valores forman parte no tanto del discurso sino de la vida, de la experiencia.
También mostró el libro de caja donde llevan prolijamente inscriptas las entradas y salidas y nos demostró a todos que además la huerta y la producción de ajíes en vinagre y dulces son un aporte importante al funcionamiento de la escuela. "No necesitamos recurrir a fiestas u otras actividades que se hacen para recoger fondos para la escuela y que en definitiva salen de los bolsillos de los propios padres". Venden su producción y tienen excelentes resultados.
Incluso un año en que en el sacrosanto mercado la oferta de los productores fue mayor que la demanda y enojados y hastiados con la situación tiraban producciones enteras en las cunetas, la escuela habló con las familias de y les propuso que antes de tirar las hortalizas las entregaran en la escuela. Se arremangaron y procesaron mermeladas, zapallos, ajíes, cebollas y contribuyeron a la economía de la comunidad.
En medio de tanta producción Paquita aclara e insiste "nosotros no transformamos la escuela en una cocina, todo es externo, la escuela debe seguir y sigue siendo eso, una escuela"
En Las Violetas realizan el seguimiento de los niños que han terminado la escuela, más allá de las obligaciones formales y afirman con orgullo que a la mayoría "les va bien" estudian en secundaria, en la UTU o en escuelas agrarias. Y que regresan a su terruño a aplicar lo que aprendieron.
Todo eso es muy importante, como es valioso que el proyecto sea autosustentable, que en el participen diversas empresas, el Estado a través de las intendencias, Enseñanza Primaria, el Ministerio del Interior y mucha gente de buena voluntad que ese día estaba allí para aportar algo, para sentirse útiles, y para aprender a vivir juntos un poco mejor. Pero incluso eso no es lo más importante.
También es valioso que el aprendizaje de los niños en la producción orgánica haya sido utilizado e incorporado por sus familias en la producción de sus quintas o que el concepto de una buena alimentación y del cuidado del medio ambiente no sea "marketing" sino vida, palpable, concreta y sucia de tierra y de esfuerzo.
Lo fundamental lo mostró Paquita en algunas fotos, en las que al lado de las lechugas, los repollos gigantes había niños orgullosos y sonrientes. Si, se los veía felices, habían conquistado ese pedazo tan huidizo de vida que es la felicidad, habían plantado, cuidado y cosechado. Esas sonrisas de conquistadores, de cumplidores, de gente orgullosa de su esfuerzo. Y eso es la Fundación Logros y Paquita, cosechadoras de sonrisas. "Hay otros mundos… pero están en éste". Escribió el gran poeta francés Paul Éluard. Grandes y pequeños mundos.
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