La soledad de Ucrania tras la infame invasión del ejército de Vladimir Putin es acompañada por multitudes en el mundo entero. Este es un dato, probablemente, poco le importe a los ucranianos que hoy ven sus ciudades destruidas, sus familias separadas y luchan por sobrevivir. Pero es algo.
No son horas de tibiezas ni ambigüedades: hay que decir bien alto y claro de qué lado uno se para ante esta guerra. Aquellos que creemos en los valores de la civilización occidental -la que defiende la libertad, la democracia y las minorías- no debemos quedar callados: hay que estar del lado de presidente de Ucrania Volodimir Zelenski, y de los millones de ucranianos cuya tierra fue invadida por un ejército prepotente e infame.
Cuando a pocas horas del comienzo de la invasión terrestre Zelenski dijo “nos han dejado solos en la defensa de nuestro Estado. Las fuerzas más poderosas del mundo están mirando desde lejos”, sentimos impotencia. Temimos que la suerte del pueblo ucraniano ya estaba echada y que su presidente iba a terminar muerto, exiliado o preso pocas horas después.
Sin embargo, nada de eso sucedió. Putin subestimó la resistencia del pueblo invadido y la valentía de Zelenski que, lejos de amedrentarse ante el invasor ruso, le puso el pecho a las balas -literalmente- y sin desesperar le mostró al mundo que estaba luchando por la causa más noble por la que puede pelear un pueblo: su libertad.
“Aquí estoy. No bajaremos las armas. Estamos defendiendo a nuestro país, porque nuestra arma es la verdad, y nuestra verdad es que esta es nuestra tierra, nuestro país, nuestros hijos, y defenderemos todo esto”, dijo.
El triste desnorte mostrado por Europa, Estados Unidos y la comunidad internacional en las primeras horas del ataque ruso encontró, en el primer mandatario ucraniano, un estandarte del sentido común y de la libertad.
Así es como se defiende la libertad por la que la vieja Europa luchó durante tantos siglos para darle a la humanidad herramientas para tener derechos individuales y sociedades más justas.
Europa, cuna de nuestra civilización, no tiene del peso político y militar de antaño. Peor aún, carecía de la convicción íntima para detener la invasión. En las últimas décadas, mientras Europa se debatió en luchas intestinas, Putin acrecentó su poder e imagen. Es un líder de incuestionable astucia y peso, no escatima en ser cómplice del envenenamiento de opositores y asesinato de periodistas que denuncian los atropellos y las barbaries del Kremlin.
No es de extrañar que haya invadido Ucrania.
La soledad que vivió Ucrania debería dar vergüenza a quienes vivimos en el mundo libre y a quienes darían lo que no tienen por vivir en él. Hace tiempo que nuestros líderes no están a la altura de los desafíos. Putin no debe ganar esta guerra, pero es probable que no la pierda. Es de orden sentarlo en una mesa de negociación y poner un freno a sus intenciones y a lo que representa.
Tras las primeras horas de la invasión, tanto en redes sociales como en artículos de prensa, se clamó por la aparición de un político como Winston Churchill, el ex primer ministro del británico que tuvo los cojones para no ceder ante los nazis. Fue producto de su tiempo y artífice del mismo. Era un hombre para la guerra. Las figuras como Churchill no surgen en tiempos de paz.
Era de esperar que alguien en algún país levantase la bandera pisoteada de Ucrania y que la elevase tan alto como el clamor de las voces de los millones de ciudadanos que condenamos la invasión y queremos vivir en democracia, pese a sus contradicciones y tensiones.
Resultó que la persona que estaba para levantar esa bandera era el propio presidente de Ucrania, un exactor, hombre corriente que resultó electo con más del 70% de los votos. Un comediante que increíblemente había protagonizado en una serie de televisión el papel de un ser humano común -profesor de historia- que por una rara consecuencia del destino -un alumno grabó una clase y la hizo viral- termina en la ficción siendo presidente de su país.
Siempre la realidad supera a la ficción y este es el caso. Ahora Zelenski se he convertido en un héroe imprevisto del mundo occidental, enfrentando al dictador de Putin, y defendiendo lo que hay que defender.
Pese a que ya estamos enredados en una guerra que vaya uno a saber cómo y cuándo acaba, el accionar del presidente de Ucrania parece haber despertado a los líderes de las democracias liberales. Tal vez un poco tarde se han decidido enfrentar al tirano. Es indudable que el coraje de Zelenski resulta inspirador.
Cualquier parecido con 1914 y 1939 suena a una coincidencia macabra de la historia, que se empeña una y otra vez en recordar que el ser humano es la especie que vuelve a tropezar una y cien veces con la misma piedra.
Por eso en este momento en que la pulseada que cambiará el paradigma de la geopolítica internacional está en curso, resulta imprescindible fijar posición y decir, como uruguayo orgulloso de su democracia y de sus partidos políticos, que condenamos la invasión y la guerra provocada por Putin.
Y, a los ucranianos que hoy pelean en las calles en inferioridad de condiciones, no están solos. Esta batalla es la más crucial que nos toca vivir. Callar o ser ambiguo para cualquier oriental republicano no es una opción.
¡Resiste, Ucrania!
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